Día de independencia

Una vez más el cantante israelí David Broza se presentará en Uruguay en el marco de algún evento comunitario de corte sionista; en este caso con motivo del aniversario sexagésimo cuarto del Estado de Israel. Nadie discute las bondades artísticas de Broza ni su especial atractivo para sociedades hispanoparlantes con su fluido y castizo español, y sus hermosísimas y logradas versiones de Serrat, Paco Ibáñez, y poetas españoles; además de su bellísima “Canción de Amor Beduina” y su clásico himno “Va a estar bien”. En el marco del Auditorio del Sodre, joya cultural montevideana, será literalmente “para alquilar” los balcones del teatro. Si pudo cerrar el ya mítico concierto en honor a Rabin en la plaza homónima de Tel-Aviv, sin duda puede ser el espectáculo artístico para Iom Haatzmaut en Montevideo. Seguramente más apropiado que ver a Shlomo Gronich y su repertorio místico en un improvisado galpón del centro de exposiciones del LATU, aunque en definitiva todo dependa del comportamiento del público. Es de esperar que el lugar elegido contribuya a la asistencia de público que vaya efectivamente a escuchar un concierto.

La pregunta es: ¿por qué otra vez Broza? No tengo duda de que hay buenas razones, algunas de peso. Pero tengo la sensación de que estamos abusando, no ya de Broza que es un profesional, sino de nuestra visión maniquea de Israel y sus valores culturales. Broza garantiza asistencia, a diferencia de otros intentos con artistas menos conocidos u otros menos “populares”, más “segmentados”; pero también representa una cierta inamovilidad, una suerte de permanencia en un tiempo y un ideal, como si el tiempo no pasara, como si no perdiéramos el pelo (ni Broza ni nosotros), como si Israel no hubiera cambiado. ¿Acaso Israel a los sesenta y cuatro no ha evolucionado? ¿Por qué nos aferramos a ciertos estereotipos? Aun cuando de vez en cuando innovamos y traemos a un Idan Rachel, inmediatamente lo canonizamos y convertimos en ícono más que artista. Varias generaciones de jóvenes se nutren de un mismo artista y estereotipan una cultura y una sociedad que ha cambiado y cambia en forma acelerada.

En estos días de fiestas nacionales vale preguntarse cuál es nuestra visión de Israel desde estas latitudes diaspóricas del sur. Qué imagen usamos cuando queremos significar “Israel”. Cuando uno llega o se va de Israel a través del aeropuerto Ben-Gurión y baja las rampas que unen las puertas de embarque con la Terminal 4, puede observar una larga galería de afiches o posters de las sucesivas conmemoraciones del Día de Independencia a lo largo de los años. La evolución no es sólo estética y gráfica, sino notoriamente ideológica. Tengo duda acerca de la evolución ideológica de nuestra percepción sionista de Israel. Si seguimos cantando la “Canción para la Paz” (Shir laShalom) por ejemplo, con su contenido fuertemente anti-religioso, estamos soslayando el creciente poder de los religiosos en Israel, así como el fenómeno de vaciamiento cultural religioso de la mayoría de la sociedad israelí laica. ¿Somos capaces de reconocer esa Israel dicotómica y fragmentada?

Cuando vemos una película como “Ser digno de ser” de 2005, o “Noodle” de 2007, o incluso “Lemon Tree” de 2008, todas de temas diferentes, nos invade una sensación de ajenidad incómoda. ¿”Eso” es Israel? ¡No puede ser! Yo quiero seguir viendo sketches de Kishon, escuchando discursos sionistas donde somos “buenos” luchando frente a los “malos”, viendo películas como “Operation Thunderbolt” de 1977 (sobre la operación Yonatán en Entebbe), o escuchando a David Broza cantando que “va a estar bien”.

El problema radica en que nuestra visión de Israel no es artística, por tanto tampoco analítica o crítica, sino mayoritariamente ideológica y permeada por la visión institucional sionista: Israel es un producto que “compramos” de una forma u otra. La “compra” definitiva es la “aliá”. No discuto la “aliá” como forma de realización como judío; es más: la adhiero, aun cuando finalmente decidí vivir en la diáspora. “Aliá” y “ieridá” son dos caras de una misma moneda. Históricamente, somos todos “iordim” (regresados o salidos de Israel); ideológicamente, somos todos potenciales “olim” (“ascendidos”, emigrados a Israel). Por el momento obviaré la connotación peyorativa del concepto “ieridá”; para ser “iored” (“descendido”) hay que haber sido, necesariamente, “olé” (ascendido). La misión de las instituciones sionistas es precisamente a la que se dedican: difundir, promocionar, y defender a Israel. Si son esas instituciones las que organizan los festejos de la independencia, es muy probable, como de hecho sucede este año, que tengamos a Broza; intentos más innovadores no tuvieron éxito.

Todo lo cual refuerza el punto: está aquello que queremos ver y aquello que no cuando hablamos de Israel. Tanto no queremos ver que muchos llegan al extremo de separar al gobierno de Israel de Israel en sí, cuando ese gobierno obedece a un proceso democrático legítimo. ¿Hay dos Israel, una liberal y pacifista, y otra dura y dogmática, circunstancialmente en el gobierno? Del mismo modo, ¿hay dos Uruguay, uno liberal y tradicional, y otro de izquierda, gremial y demagógico, circunstancialmente en el gobierno? Ninguna circunstancia es tal, son realidades que han venido para quedarse; y ningún país es tan simple como para reducirlo y dividirlo binariamente. Más bien, tanto uno como otro, son la suma y la multiplicación combinadas de diversos y complejos factores.

Sin embargo, cuando festejamos un aniversario de independencia nos quedamos con la visión simple e idealista. Cuando Paul McCartney cantó en 1967 “When i’m sixty-four” en honor a su padre, también describió una imagen idealizada con nietos y un “cottage” en la isla de Wight. A sus sesenta y cuatro, Israel ya no es la imagen idealizada del kibutz, el gorro “tembel”, ni la austeridad de sus primeros treinta años. Es un país mucho más sofisticado y complejo, denso y fértil, tan diverso y contradictorio como queramos imaginarlo y admitirlo. El ideal de “kibutz galuiot”, reunión de las diásporas, ha resultado en una experiencia única e intransferible, pero difícil de aprehender y manejar. Esa misma reunión ha desembocado en una fragmentación extrema de la sociedad israelí, con problemas que todos conocemos.

En estos días de Shoá y Heroísmo, cuando transitamos de las cámaras de gas a la creación de un Estado Judío (como en Pesaj, debemos contarlo como si hubiéramos estado allí), tal vez necesitemos aferrarnos a ideales y sueños que, si bien son realidad, deben seguir alimentando nuestro destino. Como dijo Shimón Peres, “los sueños se sueñan de noche; durante el día hay que hacerlos realidad”; ese pragmatismo del hoy Presidente del Estado de Israel refleja la dualidad y el conflicto entre el idealismo y el pragmatismo. La voz de David Broza, en el espléndido marco del Auditorio Adela Reta de Montevideo, será un momento disfrutable e inspirador. Sin embargo, Israel sabe que no todo “está bien”. Si Israel se crea de las cenizas de seis millones, y su historia, antigua y moderna, es una “persecución”, como dice la canción de Yaron London “Mirdaf” (http://www.hebrewsongs.com/?song=mirdaf) magistralmente interpretada por Java Alberstein, es entendible que queramos creer que “va a estar bien” (ihie tov). Hay un reverso de la moneda un poco más complejo y problemático. Todos somos conscientes de ello pero, al mismo tiempo, siempre hemos vivido de la esperanza.

El año próximo en Jerusalém.


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