Pesaj

Si la Pascua judía tiene cuatro nombres, a saber: Pesaj, fiesta de la libertad, fiesta de las matzot y fiesta de la primavera, tiene sobre todo una enorme cantidad de signos que la componen. De hecho, cada generación y cada familia pueden agregar los suyos propios a los ya tradicionales, como la famosa naranja incorporada por Susan Heschel en honor a los que no siempre están incluidos en una mesa festiva. Visto desde una perspectiva histórica y evolutiva, no cabe duda que Pesaj es una fiesta construida por esas mismas generaciones que deben verse a sí mismas, como dice el texto, como si ellas mismas hubieran salido de Egipto. El mero acto de construir significados es una señal inequívoca de libertad. Por tanto, si Pesaj es una fiesta tan “semiótica”, cabe encontrar en ella multiplicidad de significados. Seguramente escuchemos tantos como personas se detengan a pensarlos; Pesaj es en ese sentido una festividad inspiradora.

En toda festividad nos preguntamos cuál es el signo central: de niños, Shavuot eran los canastos de ofrenda; en Rosh Hashaná era el shofar; Sucot era la sucá en la escuela; y Janucá eran las velas; sólo Iom Kipur parece quedar como un día carente de signos. Sin embargo, los más importantes están allí, en el texto: el signo de la palabra como acto comunitario, expiatorio, y hasta catártico. Con el tiempo nosotros hemos sumado signos culinarios a las festividades, tales que sin ellos parece que no estamos celebrando: puede faltar algún elemento en la “keará” (bandeja) de Pesaj, pero no puede faltar el guefilte-fish. Pesaj está fuertemente fundada en simbología gastronómica y básica, como la matzá y el maror, signos de supervivencia y esfuerzo. Como si esto no bastara, parecería que la parte de comer, el “Shuljan Orej”, ha ocupado el centro de la celebración. La mecánica ordenada del “Seder” se traslada a la tradición culinaria: debemos comer los mismos platos en el mismo orden cada año. De lo contrario, parece que no es Pesaj.

Los signos hacen de Pesaj una fiesta de concretud. Tan es así que las historias que narra la Hagadá (la narración) tienen que ver con hechos sensoriales y reales como las plagas, o con historias y diálogos de los cuales nosotros podemos también ser parte, como las discusiones de los rabinos o las actitudes de los cuatro hijos. Pesaj narra la historia de nuestra liberación para crecer como pueblo y en ese sentido nos funda como tal, nos prepara para compromisos mayores. El lado vivencial refuerza el sentido de que con cada uno de nosotros hay un acto liberador que nos habilita a crecer: cada año, del mismo modo que en Iom Kipur, tenemos la oportunidad de reparar y seguir.

Pesaj es profusa en signos y de ahí su significación múltiple. Cuantos más signos, más amplias son las alternativas para cada uno. El judaísmo es una sucesión y superposición de signos: desde los escritos partiendo de la Torá y construyendo capa sobre capa de textos, hasta signos que debemos colocarnos en nuestra persona, como los tfilim, o en nuestras casas, como la mezuzá, o el signo que llevamos en nuestro cuerpo, la circuncisión. Los signos resultan ser actos concretos por los cuales expresamos nuestra pertenencia. Si la tradición nos cuenta que dios se dio a conocer por medio de signos y señales tanto ante nosotros como ante otros, nosotros nos damos a conocer por los mismos medios entre nosotros y ante los otros. No con la espectacularidad de recursos de dios, pero sí con la digna modestia de nuestra dimensión humana.

Ser judío supone asumir ciertos signos y señales. Tenemos derecho de inventario, pero la herencia es riquísima y está en nosotros tomar lo que queramos. Armar el rompecabezas de signos que significa ser judío no es simple, supone una vida. Si bien el surtido de piezas es uno y finito, este rompecabezas puede resolverse de varias maneras. Por eso Pesaj es tan central, tan fértil, tan abundante (no sólo en comida), tan congregante: nos brinda la oportunidad de ejercitar nuestro ser judío en una multiplicidad de vertientes y aristas. Es una (o dos) noche(s) que contienen la esencia misma, casi inabarcable, de lo que somos, o tratamos de ser.

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