La semana

 Encarar un editorial al cierre de la semana pasada resultó una tarea un tanto agobiante. En apenas una semana, día más día menos, se acumularon una serie de acontecimientos dispares, distantes, pero todos conmovedores, todos preocupantes, todos dignos de ser pensados; o por lo menos tímidamente abordados. El calendario hebreo nos aproxima a Pesaj; el calendario gregoriano a la Semana Santa, y el calendario uruguayo a la Semana de Turismo; en cualquiera de sus versiones esa semana en sí daba para mucho; sin embargo la semana que cerró, anónima e igual a todas las otras anónimas semanas del año, contuvo un tsunami de noticias que inundaron el éter, las pantallas, y cualquier medio de información. Y la opinión pública. Cabe preguntarse si el tsunami efectivamente se contuvo.

Frente a los asesinatos seriales en el sistema de salud uruguayo; frente a la masacre en Toulouse y su posterior desenlace; ante el acto de reconocimiento del Estado uruguayo frente a la familia Gelman; y con el concierto de Paul McCartney en el horizonte, resultaba muy artificial hablar de Pesaj. Nuestra vida cotidiana nos hablaba de otros temas. Ningún calendario debiera tener más fuerza que la realidad que transitamos; aunque muchas veces ese calendario tenga la función de ayudarnos a vivir mejor una realidad que puede tornarse caótica e incomprensible.

Mi padre comentó que resultaba muy difícil sostener una creencia religiosa en Dios después de los hechos luctuosos de Toulouse; una reflexión que no por repetida (desde Job hasta la Shoá) deja de ser pertinente; no podemos desde aquí dar una respuesta teológica; estoy seguro que hay muchos más capaces que sí tendrán una respuesta. Desde una perspectiva más terrenal y simplemente histórica, Toulouse no es más que una reedición de repetidos episodios antisemitas en Europa. La Europa ambigua frente al mundo islámico está ahora padeciendo la versión extremista de esa cultura en carne propia. Si el viejo antisemitismo cristiano evolucionó (y el “si” es condicional), el continente más antisemita de todos encuentra nuevos soldados para sostener ese odio ancestral. La respuesta del gobierno francés, contundente y espectacular, es por un lado responsable y justa, y por otro lado sólo efectista; seguirán apareciendo jóvenes y enardecidos odiadores de judíos y otras minorías.

La tragedia nacional uruguaya de los asesinatos seriales en sanatorios y hospitales a manos de dos enfermeros ha dejado perplejo a un país. Nadie ha podido, todavía, dar una respuesta al por qué; el cómo ya está bastante claro. La conmoción seguramente deriva de esa condición casi aldeana del Uruguay, donde todos en algún lugar conocemos a alguien, donde todo es próximo y accesible, donde todos estamos llenos de buenas intenciones aunque los resultados de las mismas no sean siempre exitosos. Todos confiamos en el prójimo. Todo parece tener profundas razones sociales e históricas. Todo es pasible de ser discutido. Pero de pronto algo “sucede”, un hecho de tal magnitud que nos deja a todos boquiabiertos: mientras hablábamos, alguien estaba matando a nuestros enfermos. ¿Es que no miramos la realidad, no la asumimos? Es la misma desidia y pasividad que aqueja a la enseñanza pública, aunque sin el elemento trágico; o digámoslo de otra forma: la tragedia no se nota, la cultura y la educación como derecho de todos va muriendo lentamente. Basta con escuchar los intentos de respuesta por parte del gobierno: timoratos, impotentes, vacíos, inefectivos, inútiles, tardíos. Desde la falta de profesionalismo del Ministro de Salud Pública (cuyo primer acto debió ser presentar su renuncia) en la conferencia de prensa, hasta las disquisiciones filosóficas del Presidente de la República: nadie tiene respuestas, nadie asume responsabilidades. Si bien la captura de los enfermeros asesinos fue inmediata y el hecho no merecía más shocks que los inherentes al hecho mismo, hay una sensación bien diferente respecto a la contundencia del gobierno francés que respecto al vago discurso del gobierno uruguayo. A ambos los mueven factores políticos, pero en Francia se vio acción, en Uruguay sólo discursos.

El discurso fue más adecuado en el acto en el cual el Estado uruguayo asumió como tal la responsabilidad por los hechos vinculados a la familia Gelman. Más allá de toda consideración política, la respuesta dada por el gobierno fue en este caso ajustada y sobria. Por una sentencia de un organismo internacional al cual el Estado uruguayo adhiere, el gobierno actuó. Fue un acto simple, austero, sobrio, pero de indudable dimensión histórica. Tal vez no haya sido un acto de justicia como muchos vienen buscando hace ya casi treinta años, pero los hechos fueron nombrados sin ambigüedad. En contraste con las idas y venidas respecto a la Ley de Caducidad, este acto fue simple, concreto, y cumplió con su cometido; así lo reconoció la familia Gelman.

Por último, y en un tono ya no de tragedia sino de comedia, el concierto de Paul McCartney también ilustra el “discurso” uruguayo. Por un lado, cuando se hablaba pero aún no se concretaba el mismo, los medios reflejaron diversas opiniones en relación a semejante evento en Uruguay. La primera reacción fue minimizar al ex Beatle; compararlo con Mick Jagger; con Roger Waters; con Madonna; con un partido de Nacional por la Libertadores; con un clásico. Personalmente, McCartney y por tanto los Beatles son mucho más grandes e importantes que cualquiera de los anteriormente nombrados y cualquiera pasible de ser nombrado; más aún: es más grande que todos ellos juntos. Si el tema fuera ser sede de un Mundial de fútbol nadie hubiera dudado de que debemos hacerlo, más allá del costo y el esfuerzo. No así con un concierto único del único Beatle vivo capaz de llevar adelante un concierto (por querible que sea Ringo Starr, no juega en esas ligas). Pero una vez concretado el contrato y fijada la fecha, el “discurso” uruguayo también surge en la forma en que hacemos las cosas. Un acontecimiento que debió ser festivo, popular, transparente, una fiesta, se torna en un evento especulativo, confuso, y en definitiva disuasivo. De cincuenta mil entradas que se hablaba se pusieron a la venta poco más de la mitad; el sistema no funcionó adecuadamente; y aparecieron medios de venta no anunciados. Quien esto escribe, fan profundo de los Beatles y McCartney, decidió no someterse a rebuscados recursos para asistir al concierto. Como Gardel, Paul McCartney seguirá cantando cada vez mejor.

¿Cómo eludir el desafío de pensar estos temas, cuando a diario transitamos las calles de Montevideo escuchando en la radio a improvisados que opinan de todo? De hecho, basta con tener un medio para opinar; ese es el derecho que ejercemos y alentamos desde este sitio; ese es el cometido del mismo: reflexionar y opinar. Durante toda la semana una sensación incómoda me fue invadiendo; lo que escuchaba me “molestaba”. Si molesta, más vale pensar por qué. Paradójicamente, encontré cierta coherencia y sustancia en el discurso del Presidente Mujica ante la familia Gelman. Lo que prueba es que uno no tiene que estar necesariamente de acuerdo ni alineado con un tema, que puede comprender su complejidad y variantes, pero aún así puede reconocer una acción concreta, inequívoca, que trata de dar una respuesta a un problema. Lo que incomoda, por decirlo delicadamente, es el discurso vago que pretende diluir las verdades que elude. 

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