Mujeres

“La fuerza y la dignidad son su ropaje. Mira con confianza el porvenir. Abre su boca con sabiduría. En su lengua esta la ley de la bondad.” (de “Eshet Jail”)

Esta muy bien que se fijen fechas en que ocuparnos de ciertos temas en forma pública y colectiva; resultan ser versiones menos solemnes de fechas patrias o festividades religiosas, todas instituidas para hacer de lo cotidiano algo especial y de la experiencia personal algo común. Desde el banal Día del Niño, pasando por un 25 de Agosto (Día de la Independencia de Uruguay), hasta el día más solemne del año judío, Iom Kipur. En este contexto, el Día de la Mujer propone algunas cuestiones complejas. La primera tal vez sea, ¿hay un Día del Hombre? No del hombre como especie, sino del hombre como género. No percibimos que haya un problema de género respecto al hombre; sí respecto a la mujer.

Según el mito bíblico el hombre como especie fue creado como una continuación del proceso de la Creación; esta hecho de tierra y el espíritu de Dios. El hombre como género nace a partir de la creación de la mujer; hasta entonces no había necesidad de distinguir porque el hombre era una unidad. La mujer es creada de una costilla del hombre; esto no es más que una metáfora para decir que la mujer y el hombre son un desdoblamiento uno del otro, y como tal perfectamente complementario. Al menos en el Paraíso. Después la historia se complica.

Precisamente por esas “complicaciones”, cuya culpa la Biblia maliciosamente adjudica a la mujer, aunque incitada por un símbolo fálico si los hay como la serpiente, es que deben instituirse días como éste, el Día de la Mujer. Porque tanto hombres como mujeres hemos complicado el tema de tal modo que necesitamos un “día”, una instancia, donde dediquemos nuestro pensamiento a estos temas. Lo que sería natural y lógico exige un día reivindicativo porque aparentemente no todo esta tan claro para todos. Ni todo, ni lo más básico: que no hay otra diferencia relevante entre un género y otro que no sea la diferencia biológica. Que la mujer es apta para generar la vida pero no puede hacerlo sin la participación de un hombre. Aun con los métodos más modernos de fecundación, el esperma sólo lo produce un hombre. Del mismo modo que un hombre no puede ser padre, ni biológico ni adoptivo, sin contar con el vientre de una mujer.

Cuando se crea un Día del Orgullo Gay la lógica indica que el propósito del mismo es poner de manifiesto problemáticas mayormente ocultas y reprimidas, así como modos de vincularse que buena parte de la sociedad todavía rechaza; sea como sea, hay un motivo: “normalizar” esa manera distinta de amar y desear. Pero el Día de la Mujer llama la atención sobre dos asuntos: el primero, que algo está verdaderamente mal si tenemos que recordar que mujer y hombre como género son iguales en derechos y responsabilidades, en oportunidades y desafíos; y el segundo, que esta desigualdad genera oportunidades para plataformas ideológicas que exceden la pretendida igualdad. Siempre habrá oportunistas que se suban a las plataformas más legítimas para perseguir intereses particulares. Sería interesante pensar en este 8 de marzo no como el Día de la Mujer sino que, por ser tal, se convierta en un día de la igualdad de géneros (pero así, sin mayúsculas que lo instituyan, sino en minúsculas que lo normalicen). Cualquiera sea el día, celebremos las diferencias.

En esta oportunidad el Día Internacional de la Mujer coincidió con Purim, cuya heroína es precisamente una mujer, la Reina Ester. Para salvar a su pueblo Ester no sólo se revela como judía, sino como mujer, usando su influencia seductora en el rey y superando así las genocidas aspiraciones de Amán. Las mujeres de la narrativa bíblica son personajes complejos y ricos, llenos de recursos, que juegan roles determinantes en la historia y narrativa judías: desde Eva en adelante, pasando por casos paradigmáticos como Rebeca, Ruth, y por supuesto Ester. La Biblia incluye también algunas mujeres de participación más periférica pero que apuntan a temas morales y éticos de gran significación y se insertan en la narrativa y genealogía bíblica en forma determinante. En cada generación, toda comunidad judía debiera asegurarse de contar con una “reina Ester” entre sus integrantes, pronta a levantar la voz ante una amenaza.

Esta noche en las mesas de Shabat más tradicionales se cantará el “Eshet Jail”, la mujer virtuosa. Podemos seguramente discutir a qué tipo de “virtuosismo” se refiere el himno, pero el hecho es que apenas recibido el Shabat dedicamos un momento a honrar a la mujer y su rol en nuestra familia, y por extensión, en nuestra sociedad. Esta costumbre podría recibir los mismos reparos que un Día de la Mujer, porque debemos reconocerla cada momento de cada día y no como algo “especial”; en otras palabras, ideológicamente esta costumbre podría ser cuestionable en términos de igualdad entre géneros. Sin embargo el himno permanece allí más allá de su origen y su contenido: si hay un espacio para los hijos con la bendición para ellos, también hay un lugar para la mujer: como madre, esposa, como género, y cómo símbolo universal de la maternidad de todas las cosas, la capacidad de generar vida y “maternar”. Por suerte la segunda no es una capacidad exclusiva de su género sino un modelo que podemos universalizar.

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