Pioneros

¿Cuál es la estética que habrá de agradarnos? En estos días surgió esta pregunta en un ámbito comunitario. La comunicación nunca es un acto banal o inconsecuente; la comunicación es la forma en que nos contamos nuestras propias historias, cómo nos vemos a nosotros mismos. Entre dos alternativas, elegir una u otra es la diferencia entre (querer) ser una cosa u otra. Es por eso que ese breve proceso de decisión desemboca en esta reflexión.

Para una convocatoria a nuestros jóvenes las alternativas eran dos: o una imagen tradicional que connota Jerusalem o una imagen de pioneros y realización en el Estado de Israel. La primera más bien sugerente, ilustrada, sólo edificios; la segunda explícita, a través de una serie de fotos, y sobre todo, gente. En la primer opción apelamos al lado emotivo de lo que significa para nosotros como judíos Jerusalem, una suerte de eterno deseo perpetuado en la tradición y en la frase “el año próximo en Ierushalaim”.  No deja de ser una imagen desde la diáspora, muy vinculada a sueños y no a realizaciones. La alternativa fue una sucesión de fotos de pioneros claramente ligados a la construcción del Estado y el disfrute que ello conlleva. Son imágenes de una estética tal vez perimida, pero hablan de una ideología, de ciertos sueños que provocaron realidades concretas. Para referirnos a la experiencia de nuestros jóvenes en Israel durante un año, elegimos, en el acierto o en el error, esta segunda alternativa, más “realizadora”.

La pregunta que surge es: esa imagen, ¿nos representa? ¿representa a nuestros hijos? ¿representa al Israel de hoy? Por cierto que no. Nada de eso. Sin embargo, representa ideales. Cuando uno comunica no sólo busca atraer, seducir, inducir, motivar, recordar, identificar… cuando se comunica se parte de una ideología y se construye ideología. Nada es al azar. Lo sepamos o no, hay ideas subyacentes en cualquier acto comunicacional. Por lo tanto, la elección de un texto cualquiera debiera tener en cuenta este parámetro. No sólo por lo que puede trasmitir sin que lo premeditemos, sino porque la elección en sí misma puede constituir, incluso por anacrónica, un impacto.

Ya no hay kibutzim en Israel en el formato original. Pocos de ellos aceptan voluntarios, prefieren contratar mano de obra. Los pioneros de hoy son los grupos fanáticos que colonizan los territorios ocupados en la Margen Occidental o Cisjordania, tierras en profundo y vigente conflicto con los palestinos; los pioneros de hoy son barbados, usan kipá, y pretenden violentar la realidad con que se enfrentan día a día, como si no existiera; poco tienen que ver con los pioneros bigotudos, de gorro “tembel”, y sumamente pragmáticos de otros tiempos. El Instituto para Líderes o “Majón LeMadrijim” de Jerusalem sigue recibiendo a los chicos para educarlos y formarlos como líderes en ámbitos no formales, pero la Jerusalem que los recibe es mucho más compleja que otrora, y los chicos que viajan ya no son una élite seleccionada entres sus pares, sino grupos en busca de experiencias y libertad donde unos pocos focalizan en el estudio. Finalmente, los chicos conocen la realidad israelí a través de experiencias urbanas, en “comunas”, asistiendo a la población marginal de Israel, confrontándola del modo que difícilmente lo hagan en Uruguay. Sin duda, la realidad ha cambiado. Por qué, entonces, elegir una imagen anacrónica.

Porque los ideales son precisamente eso: un ideal, no una realidad. Israel es un ideal del pueblo judío; la realidad es que una escasa mitad ha elegido vivir allí. La Tierra de Israel bíblica por cierto incluye territorios en disputa: Hebrón es mucho más significativo que Tel-Aviv en ese sentido; la realidad es que en Hebrón somos minoría y debiéramos resignarla en aras de la Paz. Los movimientos judíos en Uruguay son sionistas y por tanto “hacer aliá” está en la agenda; la realidad es que algunos lo son más que otros, y en definitiva algunos se van a Israel, otros a Estados Unidos o Panamá, y otros se quedan en Uruguay; sea como sea, esos movimientos juveniles cumplen un rol medular en la construcción de identidad de nuestros hijos. Por lo tanto es bueno elegir ideales para representar ciertas vivencias. Los ideales son a lo que uno aspira, no son la realidad. Cuando los ideales permean la realidad la enriquecen; cuando la invaden, la pervierten.

Elegir una imagen de pioneros que ya no existen no significa abogar por volver atrás en el tiempo, sino más bien re-significar el presente y construir un futuro más sólido. Es como cuando recitamos antiquísimas fórmulas o plegarias, o cumplimos determinados ritos: no implica que ellos ocupen toda nuestra vida, sino que nos recuerden quienes somos, por qué estamos dónde estamos, cuál es nuestro propósito. Los “pioneros” de hoy, nuestros hijos o nosotros mismos, no secamos pantanos ni luchamos contra la malaria. Más bien, abonamos nuestra identidad y vida judías y procuramos enfrentar el mundo y la realidad desde una perspectiva más compleja, más diversa. De los pioneros de entonces al Israel diverso y complejo de hoy hay una distancia mucho mayor que lo que el tiempo transcurrido sugeriría. Que esa realidad a veces no nos guste, que algunos no estemos muy conformes con el gobierno de Israel, no quiere decir que renunciemos a nuestros ideales. Una imagen es un buen recordatorio; detrás de una imagen hay una historia que merece contarse y recordarse.

Amos Oz describe algunos de estos pioneros caídos en desuso, envejecidos, en algunas de sus novelas. Su función, tanto literaria como “real”, se vuelve casi profética, mientras la cruda realidad que Oz tan bien retrata transcurre simultáneamente. Amos Oz es una visión amarga, cruda, y dura de lo israelí y lo judío. Sin embargo, su obra transpira ideales. Salvando las distancias, también nosotros podemos elegir mensajes e imágenes ideales. Sin ellos, el mundo no sería el mismo. Como dice Paul Johnson acerca del Cristianismo al final de su obra: sin éste, el mundo sería mucho peor. Los ideales han sido y debieran seguir siendo el motor que impulse nuestras decisiones; probablemente esas decisiones sean mejores y más sabias.







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