Jánuca

Daría la impresión de que las “grandes” festividades judías han sido diseñadas para celebrarse puertas adentro: en familia y en comunidad. Si bien algunas de ellas, como Pesaj y Shavuot, y hasta el mismo Shabat, han sido tomadas por el Cristianismo por ejemplo y transformadas en festividades propias y singulares; si bien el Islam también ha tomado celebraciones judías y las ha transformado en propias y diferentes; las nuestras permanecen estrictamente dentro del marco de nuestra propia y exclusiva experiencia. Podemos tener invitados a la mesa, incluso a los servicios religiosos, pero la festividad nos está asignada a nosotros. Por otro lado, la tradición rabínica eligió dejar fuera de ciertos niveles de santidad algunas festividades post- bíblicas; el calendario las señala, tenemos tradiciones en torno a ellas, pero están exentas de las obligaciones y preceptos que rigen a las festividades “mayores”. Januca, que comenzará la semana próxima, está en esa categoría. El único precepto es encender las velas de Jánuca en un lugar visible, preferentemente junto a una ventana, y recitar las plegarias indicadas. El resto de nuestro tiempo es nuestro y nuestras vidas continúan normalmente.

Sin embargo Jánuca parece crecer año a año en su significado. Su simplicidad, su luminosidad, su costado lúdico, su narrativa acerca de milagros y heroísmo, apelan a muchos de nosotros más que conceptos elaborados y traducidos en preceptos y obligaciones. En Jánuca sólo se nos pide encender luces y reunirnos para contemplarlas; el resto es juego, canciones, y por supuesto, comida. Pero en una época en que todo el mundo, judío y en especial no judío, se junta en torno a luces, comida, música y juegos, no podríamos sentirnos más convocados, más felices de poder ser parte del colectivo que nos rodea. Si de las casas cristianas titilan las luces del Árbol de Navidad, de las casas judías titilan otras luces que celebran otros milagros. Por una vez podemos ser distintos pero ser genuinamente parte.

La tensión entre lo singular y lo general subyace, probablemente, en cada judío que elige serlo sin abstenerse ni prescindir del mundo que lo rodea. En la medida que éste rige nuestras vidas, obligaciones y derechos, en la medida en que lo que sucede nos afecta y determina nuestra existencia, es inevitable vivir esta tensión entre lo judío y lo no judío. Las formas en que esta tensión se resuelve es personal. Pero sobre todo resulta enriquecedora. No porque somos judíos en función a aquello que “no” somos, sino porque ser algo que difiere del resto implica saber cómo y por qué, entre otras cosas. Las buenas preguntas son esenciales para un judaísmo profundo y auténtico; auténtico en el sentido de que se corresponde con uno, no con lo que algunos determinan que debe ser “auténtico”.

Jánuca es la conexión de muchos judíos con su judaísmo. Encender las velas y hacer girar los trompos no sólo celebra nuestra liberación de la cultura helénica entonces, en el siglo II A.E.C., “allá” como decimos acerca del milagro (“un gran milagro ocurrió allá”), sino que la celebra hoy: no porque nos “liberamos”, sino porque participamos de un tiempo de alegría, de reuniones y celebraciones, de esperanza y renovación; Jánuca significa literalmente “inaugurar”, refiriéndose al Templo purificado y renovado. De este modo, aunque desde un lugar diferente, muy diferente por cierto, podemos sumarnos al júbilo general y por un tiempo coincidir en un mensaje simple y básico: luz, esperanza, y alegría. El resto hace a cada religión.

Jánuca parece ser un tiempo en que nos acompasamos con el mundo; nuestros calendarios recorren caminos comunes. Como en el poema de Robert Frost “Mending Wall”, podemos recorrer el camino cada uno en su costado del muro, reparando las grietas, manteniendo las divisiones que nosotros mismos creamos por alguna buena razón: “buenas cercas hacen buenos vecinos”. Jánuca es una oportunidad para no temer ser distintos, sino para acompasar las diferencias. Es una oportunidad para compartir “milagros” desde un lado y otro del “muro” sin asignar valores o juicios. Es una oportunidad de ser quienes somos entre nuestros semejantes, reconociendo su alegría, compartiendo la nuestra.

Podemos elegir el lado nacionalista y sangriento de Jánuca, el lado heroico y un poco fanático de los Macabeos. O podemos optar por el milagro del aceite, ser humildes frente a nuestra impotencia y confiar en que a veces suceden cosas que nos exceden, que no podemos explicar, pero que llenan nuestras vidas de significado, valor, y luz. Desde estas páginas elegimos esta opción sin dudarlo, y nos sumamos a este tiempo de reencuentros, luces, canciones, regalos y juegos.

· Más leídos ·

Consola de depuración de Joomla!

Sesión

Información del perfil

Uso de la memoria

Consultas de la base de datos