Andrés Kilstein: segundo aniversario Tu Meser

Estoy orgulloso de colaborar con Tu Meser. La página ha demostrado enormes esfuerzos en su búsqueda de pensar el judaísmo sui generis, el judaísmo a medida del enunciador. Es necesario pensar lo judío, especialmente porque no hay acuerdos sobre el contenido de la categoría; si los hubiera rara vez nos preguntaríamos algo al respecto. Gracias a que la identidad judía se ensaya en Tu Meser desde distintas miradas es que nadie puede erigirse como dueño indiscutible del significante.

El proverbio idish reza que si un judío no puede ser zapatero aspira a ser profesor. Pareciera hoy en día que si un judío no puede ser practicante, cumplir con los rígidos mandatos de la observancia religiosa, entonces aspira a ser más judío que nadie. No se trata solamente de que el judaísmo secular como identidad ha tomado confianza en sí mismo, lo que le ha permitido expandirse hacia una abrumadora diversidad de manifestaciones culturales: música, cine, televisión con tópicos hebraicos para un público múltiple. Todavía más lejos, da la sensación de que la consigna del movimiento YOK “judaísmo a tu manera” ha conseguido capturar el Zeitgeist, el espíritu del tiempo en el que habitamos. Así se abre el camino para la convivencia ilimitada y sincrónica de Matisyahu, cantante de reggae ortodoxo de Nueva York conectado espiritualmente con la Tierra de Israel, con la multiplicidad de bandas jóvenes Klezmer, la música popular de la Europa Oriental, que trajeron a América nuestros antepasados.

El judaísmo como categoría abierta es mucho más que un lema. Es quizá la única premisa con la que se puede desarmar y comprender la complejidad de la vida judía contemporánea. Hace poco tuve la suerte de escuchar una charla de Raanan Rein, el historiador israelí que estudia a los judíos en Argentina. Cuando se le preguntó con qué criterio identificaba al grupo que estudiaba, es decir, a los judíos, el académico contestó: nadie le puede negar la identidad a una persona que se siente judía, aun si todo lo que sostiene su identificación sea el gusto por los Varenikes que le cocinaba su abuela. ¿Y por qué no? ¿Acaso no somos lo que comemos? – remató Rein. Somos lo que comemos, la música que escuchamos, los idiomas que despiertan sensaciones agradables en nuestro cuerpo, los lugares que significan algo fuerte para nosotros aunque nunca los hayamos pisado.

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