Juan Carlos Onetti: la creación de la narrativa urbana contemporánea

altEl nacimiento

   La literatura urbana contemporánea en América Latina fue reinventada de un modo rigurosamente singular por el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti en 1950, cuando el pobre,  mediano y/o  mesocrático empleado de una agencia publicitaria, Juan María Brausen, personaje absolutamente rioplatense, se pone a imaginar, a propósito de un guión que le sugiere escribir su amigo Stein, un lugar que existe sólo en su mente y que a partir de allí comienza a existir en la realidad de miles de lectores como un referente tan nítido que deja atrás sus posibles fuentes de inspiración real o modelos probables que permanecen y actúan en la cooperación interpretativa del lector tan solo como fantasmas.
La ciudad inventada en « La vida breve » por el personaje Juan María Brausen se llama Santa María.
    Onetti es el fundador de la narrativa urbana en el sentido profundo y clave que determinó buena parte del siglo XX: sobre los pasos del argentino Arlt, Onetti descubre un mundo topológicamente invaginado que terminar por desplazar –y a la vez representar, contradecir, dialogar con, sustituir- al real.

Los nietos de Faulkner


En sendos reportajes a varios de los autores del llamado «boom latinoamericano de los ‘60»  y en muchos trabajos de investigación salta a la vista que la narrativa de los ‘60, urbana y no tan urbana, tiene una influencia reconocida en la obra del norteamericano del sur, nacido en el Estado de Mississippi, William Faulkner (1897-1962)
    Su Yoknapatawpha County, lugar imaginario del sur de los Estados Unidos donde se cruzan historias y estirpes familiares influyó en diversos grados en los grandes latinoamericanos del siglo XX: Macondo, de Gabriel García Márquez, es en cierto modo una traducción del lugar imaginario faulkneriano a la realidad selvática y en ese tiempo algo naif, todavía no hiper violenta, colombiana. Comala, por su parte, es la traducción y resignificación del invento faulkneriano en términos de un México profundo, cuasi criollista todavía o post criollista en la novela «Pedro Páramo», de Juan Rulfo.
La celebrada «La ciudad y los perros», de Mario Vargas Llosa, reinventa una Lima desde un realismo diferente y violento.
    En este panorama el diseño de la Santa María onettiana tal vez sea el más nítido en términos de precursor de la narrativa urbana que vendría en los ‘70, 80, ‘90 y en este comienzo de milenio. Pero nada más y nada menos que eso: una marca de origen, un punto inicial en la génesis del relato urbano.
    La Santa María de Onetti es una ciudad real justamente por ser imaginaria. Es creíble por estar diseñada con precisión e imaginación sin límites. Santa María responde a la referencia de un lugar concreto, factible en términos de conglomerado. Lavanda, la otra ciudad onettiana (que sin demasiada imaginación sería una suerte de correlativo, al menos en su nombre literario, de la real  «Colonia» en el litoral uruguayo), está edificada sobre los mismos parámetros post-faulknearianos.

 El cine busca a Onetti, sólo algunos encuentran a Onetti

    Las decenas o centenas de meros epígonos literarios de Onetti importan menos que el puñado de narradores que en esta post post modernidad han asumido su legado fermental para transformarlo y proyectarlo. Y además de esos narradores están quienes, en otros sistemas semióticos –como el cine- han recuperado y aprovechado la herencia fermental del fundador de Santa María.
    En la incipiente industria cinematográfica uruguaya hay un film inaugural, por demás significativo, cuya trama incluía una búsqueda in/fructuosa del escritor, e incluía las ya legendarias imágenes del narrador postrado en su cama de Madrid. En uno de los cuadros, Onetti apunta al camarógrafo con una pistola, supuestamente de juguete. La película, aplaudida, controvertida, extraña, se llamó “El dirigible”. Fue estrenada en 1994, poco antes de la muerte del escritor. El joven Pablo Dotta fue director y guionista y la obra contaba con un elenco destacado. Lo extraño de El dirigible es que incluía en su trama una búsqueda explícita e infructuosa de Onetti. Y para ello exhibía sus imágenes a título explícito, con cierta impudicia metafísica, podría decirse, en un collage inserto entre secuencias “actuales” de la ciudad de Montevideo.
    Diez años después, en 2004, quienes durante cuatro años de carrera habían sido dos de mis alumnos más brillantes de Narrativa y Guión cinematográfico en la Universidad del Uruguay, Pablo Stoll y Juan  Pablo Rebella, estrenan una película brillante, una pequeña obra maestra que obtendría el codiciado Premio Goya. La película se llamó “Whisky”. En ella no aparece jamás Onetti como rasgo anecdótico o como personaje, es más, Onetti jamás es mencionado, pero TODA LA OBRA está concebida en el estilo y la atmósfera onettianos.
    El personaje principal y las peripecias recrean esa ÉPICA DEL FRACASO, el coraje inútil del anti héroe que definió las más descollantes obras del narrador que en su momento obtuviera el Premio Cervantes de Literatura, pero las recrean DESDE EL SIGLO XXI,  desde una estética reformulada y en otro sistema de signos, el audio visual.  El suicidio de uno de mis ex alumnos, de uno de los exitosos y jóvenes directores,  Juan Pablo Rebella, muy poco tiempo después, parece ser, por muchas de sus carácterísticas y por su circunstancia,  un epílogo onettiano donde la realidad simula ser la ficción y la mera crónica resulta paroxística.

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