"Noodle"

altPor suerte últimamente accedemos a variadas y buenas películas del cine israelí. Ya sea a través de festivales o como parte de un circuito comercial más selecto, durante un par de semanas al menos tenemos acceso una parte de la cultura del Estado de Israel que antes era más inaccesible; y por cierto, de peor calidad. Como el cine uruguayo, el cine israelí también ha evolucionado. Se trata de producciones de bajo presupuesto principalmente en torno a historias mínimas, personales, muy humanas. Si uno adjetiviza el cine de un determinado país con su nombre (cine israelí, cine iraní, cine argentino, etc.) es porque de alguna manera hay algo del país puesto en el cine. Decir esto parece tan obvio que suena irrelevante; sucede que puede filmarse en un determinado país, producir con los recursos de ese país, pero que no sea una obra de ese país. El ejemplo más inmediato que viene a la mente fue la filmación de “Vicio en Miami” en locaciones uruguayas con gran insumo de recursos nacionales; sigue siendo cine de los Estados Unidos.

Qué hace que una película sea “cine” de un país determinado es la cuestión. Por cierto las locaciones, los actores, el idioma, y hasta la historia. Pero generalmente debemos mirar un poco más atrás de la pantalla, en niveles semánticos más profundos, en puntos de vista, en los recursos utilizados. Muchas películas se parecen, pero el tratamiento del material es distinto. “Noodle” (Israel, 2007) es muy similar en su trama y en su resolución argumental a “Un cuento chino” (Argentina, 2011). Sin embargo, una es muy argentina y la otra es israelí; no “muy” israelí porque pretende premeditadamente descontextualizar las locaciones, minimizar las particularidades de las historias personales haciéndolas humanas por sobre “israelíes”. La película argentina tal vez peque más de costumbrista, mientras la israelí tiene una fuerte apuesta a la internacionalización.

“Noodle” trata de una situación relativamente nueva en el Estado de Israel pero que no le es exclusiva: el tema de los inmigrantes ilegales. Es un asunto que incumbe a todos los países desarrollados; Israel lo es, en altísimo nivel. Si queremos formularlo en términos bíblicos, “Noodle” trata acerca del “extranjero que vive entre nosotros”, no acerca de Abimelej, nuestro jurado, odiado, y temido enemigo bíblico. El cine israelí que trata el tema de los palestinos, la ocupación, los refugiados, y temas similares trata sobre Abimelej; este cine en el cual se inscribe “Noodle” mira hacia adentro y trata acerca de una sociedad y los extranjeros que la habitan. Personalmente, celebro una película así que se ocupa de nosotros, los israelíes y judíos, en relación a los extranjeros, los otros, los que no son parte de nosotros; más aún: se ocupa de la historia y de los conflictos morales y éticos que derivan de la historia. Es una apuesta fuerte opuesta a una narrativa colectiva que pasó de mostrarnos como víctimas a mostrarnos exclusivamente como victimarios; del héroe al villano. Tal vez seamos un poco de uno y de otro, pero sobre todo somos tan humanos como cualquier otra nación, y “Noodle” apunta al lado humano de nuestra identidad.

La película se apoya en algunos recursos formales bastante claros: un cámara muy activa y movediza que acompaña los movimientos de los personajes; tomas muy cercanas, de tipo primer plano, que no dan lugar a ubicar locaciones: un barrio, el aeropuerto, el avión. Hasta el cielo y las nubes están tomados a través de la ventanilla del avión. La película decae cuando da lugar al pensamiento reflexivo, cuando los personajes deben explicar aquello que el guión no consigue transmitir: la doble viudez de Miri, un affaire amoroso. Cuando el argumento tiene que avanzar, se recurre a este recurso un tanto melodramático basado en el diálogo pretendidamente profundo. Ahí la película se enlentece. Por el contrario, cuando sigue la línea del argumento principal, el “tú-yo” entre los israelíes y “los otros”, es donde gana fuerza y profundidad. No me atrevo a decir que Buber “atraviesa” la película, pero sin duda del “tú-yo” surge lo más rico y significativo de la misma.

Israel como país no es un tema. Se desarrolla en Israel, hay locaciones israelíes, se habla hebreo (además de chino e inglés), y se muestra una realidad israelí  muy actual e íntima, pero los grandes temas de guerra y paz no están sobre la mesa; en alguna medida, y por necesidad, está el tema de los inmigrantes ilegales, pero el centro de la cuestión es la historia de las personas que protagonizan el incidente. Es una historia mínima y profundamente humana. Para variar, a través de los distintos personajes, no se muestra un israelí aguerrido y duro sino uno frágil y sensible, mayormente impotente, pero en definitiva creativo y capaz de amar al otro. El amor da fuerza y recursos para imaginar y llevar a cabo un acto humanitario, aun en el mayor anonimato.

La vida rutinaria y fatalmente predeterminada de la protagonista se ve interrumpida por el niño chino y su situación. Se moviliza ella y todo su entorno. Pero es un entorno restringido. Es a nivel humano, no a nivel nacional. La escena con la funcionaria de Inmigración representa la voz del Estado como tal, ocupándose de sus cometidos; el Estado no puede hacerse cargo de la historia de Noodle. Los individuos sí. De eso trata la película: de cómo nos hacemos cargo de nuestra responsabilidad hacia el prójimo en medio de nuestras vidas llenas de vacíos, pérdidas, frustraciones, y hasta una cierta desesperanza. No lo hacemos en forma solitaria, como lo resolvería el cine norteamericano, sino en forma colectiva, como lo resuelve el cine judío: una pequeña comunidad dispuesta a hacer tikun olam, reparar aquello que se quebró.

(En estos días asistimos a la liberación de Guilad Shalit a cambio de mil prisioneros palestinos, en su mayoría asesinos. Nada más claro y contundente acerca del conflicto entre el interés nacional y el interés humano personal e individual. El conflicto ético y moral es enorme, y cualquiera sea la resolución final, hay pérdidas y ganancias. La discusión moral es esencial a nuestra identidad como pueblo)

El cierre de la película cambia el punto de vista. La cámara hace tomas más generales y focaliza en los paisajes y las multitudes, “los otros”. El reconocimiento a la protagonista surge de las miradas que esos otros devuelven a su paso. Aun en el anonimato, lo humano trasciende y se percibe.

Como reflexión final acerca de lo judeo-israelí de “Noodle” vale la pena destacar el recurso creado por Miri (de “Miriam”) para resolver el problema; cualquier asociación con Moisés en su canasto flotando en el Nilo no es mera coincidencia.



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