El concepto de patria

altEl concepto de patria (hogar nacional) judía ha dominado el discurso por milenios, pero ahora tenemos que llegar a conclusiones definitivas.

No hay ningún concepto más problemático en cuanto a la identidad judía que el de patria (moledet).  Sin embargo una conexión primaria y natural con una patria es la piedra angular sobre la cual toda identidad nacional es construida.  La conexión a un territorio sobrepasa en importancia tanto a un idioma nacional compartido, a una religión compartida y, sin lugar a dudas, a un contexto histórico compartido.  Sin una conexión primaria a una patria –que es a menudo comparada con el lazo primario materno– la identidad nacional es tambaleante y hueca.

Pero la identidad nacional judía asombró y perturbó al mundo por su larga supervivencia, a pesar de una debilidad central y fundamental en el concepto de patria, que tiene, en especial, porque la compleja actitud judía hacia la patria continúa, en cierto grado, a nutrir a la enemistad antisemita.

“Vete de tu tierra natal (moledet) y de la casa de tu padre a la tierra que Yo te mostraré.”  Ésta, la primera oración dicha al primer judío, fue adoptada por muchos judíos a lo largo de la historia judía, o como un imperativo teológico o como una posibilidad existencial e ideológica.  En realidad, Abraham dejó no su patria y la casa de su padre, sino que también dejó la nueva tierra que le fuera concedida y bajó a Egipto, y a pesar que su familia finalmente retornó a la Tierra de Israel, su nieto Jacob y todos sus hijos también fueron a Egipto y no regresaron a tierra natal hasta el final de sus días.

Por lo tanto, el pueblo judío no fue forjado en su patria, ni la Torá fue recibida en la patria sino en el desierto, una región provisoria entre la diáspora y la tierra designada como patria.  Esto es excepcional: hay muy pocas naciones cuya identidad física y espiritual no fue forjada en su patria.  Después de la destrucción del Primer Templo, los exiliados en Babilonia cantaban con intensa emoción “Junto a los ríos de Babilonia, estábamos sentados y llorábamos recordando a Sion”.  Sin embargo, cuando después de sólo 40 años el rey de Persia les dijo que retornaran a su tierra y reconstruyeran el devastado Templo, sólo algunos de ellos aceptaron volver a la Tierra de Israel, y antes de retornar volcaron su enojo contra sus hermanos que se quedaban voluntariamente.

Durante los 600 años del período del Segundo Templo, más de la mitad del pueblo judío comenzó a recorrer el mundo antiguo, debilitando el elemento de la conexión física con la Tierra de Israel.  A pesar que la identidad nacional judía no renunció al elemento de patria, convirtió en virtual a la patria concreta.  De ahí, que los judíos también le quitaron valor e importancia al elemento de patria en otras naciones, cuyos países les parecían una cadena de posadas y hoteles, en los cuales los judíos, huéspedes educados, pasaban de uno a otro por propia voluntad o por coerción.
Los romanos no exiliaron a los judíos de la Tierra de Israel después de destruir el Segundo Templo.  Todos los historiadores del período del Segundo Templo confirmarán esto.  Y por 1.500 años después de la desintegración del Imperio Romano, ningún romano u otros enemigos estuvieron posicionados en las fronteras de la Tierra de Israel para evitar el retorno de los judíos a su tierra.  El fraudulento mito del exilio de los judíos por los romanos, que está profundamente arraigado en los argumentos a favor del derecho histórico a la tierra, ni siquiera está respaldado por la liturgia judía, que por siglos reiteró, “Debido a nuestros pecados salimos al exilio de nuestra tierra”. Y no “fuimos exiliados de nuestra tierra”.

En realidad, los aproximadamente dos millones de judíos (la supuesta población) que vivía en Israel en ese momento no fueron cargados en barcos romanos y exiliados a la fuerza.  Más bien, gradualmente abandonaron su patria (especialmente después del fracaso de la revuelta de Shimon Bar Kojba) y se unieron a la gran dispersión judía a lo largo y lo ancho del mundo antiguo.

Por medio de las doctrinas de Iavne y sus sabios, la patria virtual echó cada vez más raíces en la identidad judía.  La halajá, o ley religiosa judía, para la que alcanzaba  sólo un quórum de diez judíos para rezar, hizo posible la más asombrosa dispersión nacional en la historia humana.  No fue solamente una dispersión histórica sino que fue activa y dinámica y sigue siéndolo hasta hoy en día –desde Afganistán, Irán, Bujara y Uzbekistán pasando por Rumania, Turquía, Irak y llega tan lejos  como Yemen y África del Norte, toda la Cuenca Mediterránea, hasta Rusia con sus pueblos y satélites, y obviamente, cuando se descubrió el continente americano, los judíos, también se apresuraron a cruzar el Atlántico y se dispersaron por el Nuevo Mundo, por el norte y el sur, hasta Tierra del Fuego.  Tampoco fueron dejados de lado por los judíos África del Sur, Australia y Nueva Zelanda.

Desde el comienzo del Siglo XIX, cuando solamente 5.000 de los 2,5 millones de judíos en el mundo residían en la Tierra de Israel (según la Enciclopedia Hebraica), un 80% del pueblo judío ha cambiado su país de residencia.  Horrorosamente, algunas de las víctimas de la Shoá no fueron asesinadas en sus países de residencia sino que fueron llevadas a la fuerza para ser exterminados en una “no patria”, campos de muerte privados de carácter nacional.

La “patria virtual,” en el cultivo de la cual los judíos se han distinguido a lo largo de su historia, era considerada con recelo, por no decir algo peor, por las otras naciones.  Después de todo, es comprensible que a la gente no le guste que su hogar sea considerado como una permanente casa de huéspedes para extranjeros, aún si son educados y amantes de la paz y altamente eficientes y productivos, como generalmente lo fue la comunidad judía en todas las tierras de su dispersión en el pasado y en el presente.  En consecuencia, cuando la identidad nacionalista secular de estas naciones se hizo más fuerte, y el sentido de patria se convirtió en un elemento crítico para ellos, en muchos lugares las reservas teológicas del pasado se convirtieron en un odio concreto.  Los que eran “leales a la patria virtual” fueron obligados a tratar de transformar sus países de residencia en verdaderas patrias en términos de su identidad, fuera por asimilación de una clase u otra, o –si no había otra elección– haciendo de la patria virtual una patria concreta.  

En novelas y en poesías, en la filosofía de Gordon y sus seguidores acerca de un renovado lazo con el cultivo de la tierra, en las ideologías morales de los seguidores de Brenner acerca de una completa responsabilidad de la realidad, en las utopías Herzelianas y en las amenazas tipo Jabotinsky –“Si no liquidan la diáspora, la diáspora los liquidará a Uds.”– los varios y diversos padres del sionismo trataron de tentar a los  judíos a principio del Siglo XX para rehabilitar el concepto de patria que se había debilitado con el transcurso de los siglos.


¿Pero había territorio disponible para servir como patria? Los rusos no querían ceder su soberanía en Birobidyan, ni tampoco los argentinos en las extensiones de campo ofrecidas por el Barón Hirsch.  Uganda fue el fruto de una falsa ilusión de un funcionario británico de la Oficina Colonial, que nunca les preguntó a los habitantes africanos si estaban dispuestos a convertir su patria en un estado judío, sin mencionar el hecho que probablemente ningún judío hubiera puesto un pie ahí.  Sólo en la Tierra de Israel fue posible persuadir a la judería –y no con facilidad– a transformar a la patria virtual en una verdadera.

Sin embargo, la Tierra de Israel ya era entonces la patria de los habitantes árabes, y no hace ninguna diferencia si al comienzo del sionismo los palestinos se definían a sí mismos como una nación separada o como parte de la nación árabe en general.  Los pantanos y los páramos de Palestina eran parte de la identidad de sus habitantes, al igual que el Negev es parte de la identidad de los israelíes, que no quieren entregar ni una sola pedregosa colina de ese lugar.  ¿Pueden los judíos haber retenido por control remoto, un derecho histórico durante los cientos de años que estuvieron ausentes? ¿Es esto incluso posible? El único derecho moral de transformar la patria judía virtual en una patria concreta en la Tierra de Israel proviene solamente del sufrimiento de una nación que había sido condenada a muerte.  En la práctica esta vieja-nueva patria salvó a cientos de miles de judíos europeos que llegaron a ella después de la Declaración Balfour, en un período en que las puertas de Norteamérica y otros países estaban cerradas para ellos.

En consecuencia, porque una patria no es sólo un territorio sino un elemento primordial de la identidad personal y nacional, la división de la Tierra de Israel en dos estados no es solamente la única solución política, es también un imperativo moral.  Aquéllos que mordisquean el territorio de los palestinos, como lo está haciendo ahora el Estado de Israel en los territorios, deben saber que están saqueando, e infringiendo la esencia misma de la identidad de los habitantes –y quién sabe mejor que nosotros, por medio de la historia judía, qué preciosa que fue la identidad nacional y religiosa para los judíos y cuánto estuvieron dispuestos a sacrificar por ella.

Al mismo tiempo, la identidad de la patria de los palestinos está casi opuesta a la identidad de nuestra patria, y en cierto sentido ella también requiere ser examinada.  Al contrario de una nación que cambió hogares como “pasajeros de avión frecuentes,” para muchos palestinos la patria está a veces reducida a una aldea y una casa, que es el motivo por el cual cada desarraigo para ellos fomenta tragedias y crisis.  Los palestinos en los campos de refugiados en la Franja de Gaza y en la Ribera Occidental no están a muchos kilómetros de sus antiguos hogares y aldeas de las cuales huyeron o fueron expulsados en 1948, a pesar de que aún residen en la patria palestina.  Su sentimiento es que no sólo fueron exiliados de su aldea y su casa sino de su patria, y por eso durante 64 años han continuado viviendo en las condiciones vergonzosas y agobiantes de los campos de refugiados sin el deseo o la habilidad de rehabilitarse en su patria.  El derecho de retorno a su patria, que es legítimo, se convirtió en el derecho de retornar a su casa en Israel, lo cual es imposible e innecesario.

En el período de desesperación política que se está extendiendo al año nuevo ¿no valdría la pena tratar de clarificar viejos conceptos y en esa forma buscar un avance?

Traducido por Ría Okret


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