Cinismo Judío o Esperanza

altSer un fraier (ingenuo) en Israel es considerado un defecto peligroso. La región en la que vivimos es demasiado riesgosa y nuestros enemigos demasiado crueles para ser ingenuos o excesivamente optimistas. A menudo, la buena voluntad es tomada como debilidad e invita a ser abusados. Y por tanto, como pueblo, tendemos a preocuparmos más por el peores escenarioposible que a planificar el logro de los mejores resultados. Nos erizamos ante las palabras inocentes de los líderes extranjeros que nos hablan sobre paz y esperanza, e incluso tratan de convencernos de que la oportunidad de que estos sueños se concreten es inminente.

Ante la euforia del mundo por la “primavera árabe”, fue Israel el que advirtió que los extremistas podían ser los primeros en sacar ventaja de cualquier apertura democrática. Todavía podemos rezar por un Medio Oriente renovado y pacífico, pero mientras tanto debemos lidiar con el que tenemos.

Como pueblo ciertamente nos hemos ganado el derecho a ser cautelosos. Los traumas del pasado, los peligros  y el creciente aislamiento actual, no nos estimulan a mucho más. Mientras que en muchos aspectos del esfuerzo humano seguimos siendo un pueblo innovador y optimista, cuando se trata de imaginar un Medio Oriente mejor, somos pocos los que tenemos esperanzas. En estas cuestiones somos como el tipo al que no queremos invitar a nuestra fiesta. Tendemos a desconfiar de aquellos que son muy entusiastas y positivos,  y a ser escépticos respecto a las ideas nuevas. Nos hemos vuelto duros y pasivos.

Pero lo que nuestros detractores quizás no entiendan es que este estado mental probablemente tenga menos que ver con la calidad de nuestros líderes que con las expectativas de su gente. Lo que se ha deteriorado en las décadas de lucha no es nuestra capacidad de imaginar un futuro diferente, sino la creencia de que pueda concretarse pronto.

No es, como muchos comentaristas reclaman, que los israelíes ya no sueñan con un final pacífico para el conflicto. Una gran mayoría de israelíes siguen apoyando la visión de dos estados para dos pueblos. Pero a una mayoría todavía mayorle cuesta creer que sea posible. Si tal resultado les fuera servido en bandeja de plata, muchos lo tomarían, pero no pelearán por él ni se lo exigirán enérgicamente a sus líderes, porque lo ven demasiado fuera de alcance. Para muchos, la paz pasó a ser una categoría mesiánica: está en nuestras plegarias pero no en nuestros agendas.

Esencialmente, el cínico tiene una actitud displicente respecto a las posibilidades  de que las cosas mejoren. Considera infantil la pasión y sinceridad con que otros creen justamente lo contrario. Lo que los otros pueden ver como falto de inspiración y motivación, el cínico lo considera sobrio y espabilado. Sí, el cínico es un “realista”. Pero su estilo de realismo puede acentuar lo peor de los demás y condenar a que se afiance y perpetue la realidad que él ve.

Esta forma de cinismo es hoy común entre muchos en el mundo judío, especialmente en lo que refiere a la búsqueda de la paz y la seguridad por parte de Israel, pero es profundamente ajena al judaísmo en sí. El cinismo es un manto protector en el que nos hemos envuelto, pero que no fluye en lo profundo. Posiblemente sea en lo que nos hemos convertido, pero no es lo que somos.
Un pueblo cínico no emerge de las cenizas para construir un estado próspero en su antigua tierra natal. No se jacta de de los profetas y de las escrituras que no sólo imaginan un mundo justo sino que exige de cada uno de nosotros asumir la responsabilidad de crearlo. No consagra tiempo entre Rosh Hashaná y Iom Kipur a la reflexión individual y colectiva, y renovación.

De hecho, cada uno de los logros , como pueblo y como estado, pueden ser vistos como victorias sobre el cinismo. Son logros de un pueblo que –aunque con los pies sobre la tierra- se mantuvo abierto a la posibilidad de una realidad diferente y trabajaro a pesar de los obstaculos para conseguirla. Desde el Éxodo de Egipto a los Macabeos, desde Hertzl y Ben-Gurion, fueron la audacia y valentía innovadoras –no el cinismo-, las que le dieron forma a nuestra historia nacional.
Mientras que las relaciones con Turquía, Egipto y los palestinos se deteriora, el discurso de Israel se siente cómodo con el tono cínico. Los “realistas” nos conminan a no culparnos, a no pensar que estos cambios estructurales dependen de nosotros, que nuestras acciones pueden alterar el inevitable giro descendente de la realidad. Debemos aceptar nuestro destino de pueblo que vive solo y prepararnos para defender a israel de los próximos peligros.

Es de hecho ingenuo pensar que se trata sólo de nosotros, que los peligros que enfrentamos no son significativos, o que depende solo de Israel cambiar el curso de la historia del Medio Oriente. Pero no es menos peligroso promover la desesperanza, y abdicar la responsabilidad para que la situación sea mejor. El problema del cinismo no es sólo la falsa creencia en la inevitabilidad de la historia judía; es que agota la fuerza para confrontar verdaderamente con vigor y creatividad las grandes amenazas reales que enfrentamos, y estrecha el espacio para poder imaginar y crear un judaismo justo y vibrante, y una sociedad democrática. El cinismo es autoderrotista y, al creer que somos el objeto y no el sujeto de nuestro propio futuro, es exactamente lo opuesto al sionismo.

La idea de que podemos ser o bien ingenuos y esperanzados, o cínicos y realistas, siempre fue una falsa oposición. Nuestra situación tiene demasiadas facetas como para simplicarla así. Aún cuando hay mucho que no podemos resolver, hay muy poco que no podamos mejorar. Esto es lo que fue tan prometedor de las protestas sociales sin precedentes que este verano recorrieron el país. Estas protestas fueron en rechazo al cinismo y un retorno a la creencia de que las cosas deberían ser mejores.  Al exigir justicia social creyendo que es posible, los miles que acamparon y marcharon mostraban algunos de los mejores instintos judíos y sionistas.

El Estado de Israel no fue creado para concentrar nuestra ansiedad judía en un solo lugar. Fue creado para que el pueblo judío pudiera darle forma a su realidad en vez de que otros lo hicieran. Para lograr esto debemos abandonar parte del cinismo que tantos años de lucha y resistencia engendraron. En lo que respecta a la paz y la seguridad, necesitamos dejar de confundir iniciativa con ingenuidad. El trabajo interno de definir quiénes somos como sociedad no es menos crítico que los aspectos políticos y programáticos que discutimos interminablemente.  Es parte de nuestra tshuva colectiva, del retorno a nuestra verdadera identidad. Y la buena noticia es que esto no requiere de la reinvención de nuestra naturaleza fundamental, sino de redescubrirla.

Fuente: Haaretz
Traducción: Mariana Epstein

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