Guilad, ¡bienvenido a casa!

Por milenios hemos aprendido que camino recto y sabio se identifica con una vida moderada, o lo que Aristóteles llamó “el camino dorado”, balanceándonos exitosamente entre extremos opuestos, vicios, e incluso virtudes. De ese modo, el coraje se encuentra en algún punto entre el descuido y la cobardía, y la caridad como un equilibrio entre el altruismo y el egoísmo. Más aun: como la vida raramente nos enfrenta a elecciones entre bien y mal, sino entre bienes que compiten entre sí, los caminos de la perfección, la salud, la prudencia, el buen juicio y la rectitud se encuentran a través del correcto equilibrio entre ellos, a la vez que efectivamente determinando la medida en que cada cual debe contribuir a nuestra vida.

Sin embargo, hay momentos en que la moderación y el camino del medio son simplemente demasiado angostos y restrictivos, dando inadecuada expresión a los sentimientos, valores, y compromisos que son centrales a nuestras vidas. La vida puede encontrar una prudente sabiduría en el camino del medio, pero frecuentemente no es el punto donde hallamos la grandeza. Hay momentos en que debemos catapultarnos, dejar atrás el equilibrio y la moderación, no sólo para vivir la vida al máximo, sino para permitir a nuestros instintos y valores más profundos  expresarse claramente.

Durante los últimos cinco años nosotros los israelíes estábamos perdidos y no encontrábamos el camino dorado, no conseguíamos ubicar el espacio entre nuestra responsabilidad moral hacia Guilad Shalit y nuestra responsabilidad moral hacia la seguridad del país y sus habitantes. Cuál es la “correcta” cantidad de terroristas que han de ser canjeados por un soldado, el número que adecuadamente representa el valor que damos a una vida sin que ésta reste del valor de la vida en general al crear un incentivo para el terrorismo. Cuál es el “correcto” número de terroristas con sangre en sus manos que pueden ser liberados para cumplir nuestra responsabilidad con la familia Shalit sin que al mismo tiempo minemos nuestra responsabilidad hacia las familias de los asesinados por el terrorismo.


La búsqueda del camino dorado del medio, aquel empedrado con las correctas medidas de sabiduría, prudencia, y moral, nos dejaron en un dilema salomónico, un dilema que no nos permitía movernos. Nuestro gobierno, y especialmente el Primer Ministro Benjamín Netanyahu, consideró los valores en juego y sus consecuencias y tomó una decisión valiente, una decisión para terminar con el dilema.

Esta decisión está destinada a ser interpretada por ciudadanos y expertos, en especial cundo Guilad llegue a su casa, los asesinos estén en libertad, y las historias de sus crímenes y la vida de sus víctimas sean publicadas por los medios. Será interpretada para todos quienes no podemos ignorar la retórica y celebración liderada por Hamas acerca de su futura intención de dañarnos. Será interpretada por todos quienes sienten que hemos mostrado debilidad, y que en el Medio Oriente uno no sobrevive cuando sus enemigos creen que uno es débil.

No critico ni minimizo de ninguna manera éstas preocupaciones y sentimientos. Creo que no hay una sola manera de evaluar las consecuencias del “acuerdo-Shalit”. ¿Quién sabe si no hay ya suficientes asesinos ahí fuera, o si sumar los nuevos hará alguna diferencia? ¿Pueden nuestras fuerzas de seguridad adecuadamente vigilarlos, o estamos echando las bases para futuros ataques terroristas? No sé si el acuerdo logrado esta en el medio del camino dorado. Al mismo tiempo estoy feliz y agradecido a mi gobierno de que intentó por lo menos aproximarse al mismo.


Dicho esto, para mí, traer a Guilad a casa, con el correr de los años, pasó de ser un asunto no de búsqueda del camino del medio, del equilibrio perfecto, o un asunto dictado por una política prudente, sino que es un asunto básico, visceral, que como una sociedad judía debíamos apartarnos del camino del medio si
queriamos estar a la altura de nuestros más nobles estándares. Sentía que como pueblo judío no podíamos dejar a un miembro de nuestra familia morir delante nuestro, día a día. No podíamos construir un pueblo judío solidario, para quien la responsabilidad colectiva es una virtud central, y al mismo tiempo ignorar el incomensurable y continuo dolor de una familia. Me hallé escéptico y aejno frente a toda la discusión de los parámetros halájicos acerca del “pidion shvuim” (la obligación de liberar prisioneros), y en su lugar sentí que la suma de los valores judíos centrales nos obligaban a traer a Guilad a casa.
Para algunos estas palabras expresan una imperdonable debilidad, para otros son moralmente miopes. Para mí son la expresión del don de la soberanía judía, una manifestación de nuestra capacidad como pueblo libre y poderoso de tomar los riesgos por nuestros ideales, de ir a veces más allá de los parámetros de la moderación, la prudencia, y el camino del centro, para ubicar ciertos sentimientos y valores judíos en el centro de nuestra política y consciencia nacional.

No sé qué traerá el mañana y si nuestras decisiones de hoy deben ser un modelo para el futuro. Sí sé que hoy es un buen día para Israel y el pueblo judío. Un día en que elegimos elevar ciertos valores por sobre otros, valores que a veces necesitan su propio lugar bajo el sol, un lugar para definir y dar energía a nuestras vidas sin la moderación de sus opuestos.


Una vida de grandeza y virtud no siempre será encontrada en el constante equilibrio de valores sino en el equilibrio hallado en la totalidad de una vida en que un amplio espectro de valores y preocupaciones encuentra, cada cual, en diferentes momentos y circunstancias. Hoy hemos añadido otro capítulo al proceso de moldear ese espectro. Hoy es un buen día. Es el día de Guilad. Bienvenido a casa. Que tú y tu familia y todo Israel encuentren el amor, la felicidad, y la paz que todos profundamente anhelamos.

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