Reflexiones para la lectura de la Torá: Bershit 21-22

I.
Abraham es un desafío: su figura para el judaísmo y para la historia es un desafío moral, político y filosófico. Un desafío que se nos presenta en dos hechos –entre varios– singulares, traumáticos y fundamentales a través de los cuales debemos pensar el proceso de construcción de la identidad y de la subjetividad judía como preparación para formar parte del pueblo de Dios. Dos hechos unidos por un mismo elemento: el pacto. Como forma de sacrificio, como forma de promesa, como forma de bendición entre Dios y el hombre.

El primer hecho está dado por la figura de Abraham y se vincula con el nacimiento de Isaac, la circuncisión y al mismo tiempo y a continuación, la expulsión de Hagar y su muchacho, Ismael (pedido de Sara que debía cumplirse según Dios). Y entonces la promesa: una nación que nacerá desde las simientes de Ismael (21:13).

Por el otro lado, el segundo hecho, en el que se une la figura de Abraham con la “atadura de Isaac” (Hakedat Itzjak) –su fe en aquel acto– y la promesa: una gran nación se multiplicará desde Isaac: “Te bendeciré y multiplicaré tu simiente como las estrellas del cielo y como la arena que se encuentra en las orillas del mar. Y tus descendientes heredarán el pórtico de sus enemigos” (22:17); pero además Dios bendice a todas las naciones desde aquella simiente: “Todos los pueblos de la tierra serán bendecidos por medio de tu simiente. Por haber atendido mi voz” (22:18).

II.
Fidelidad de Dios y hacia Dios; prueba de Abraham con sus dos hijos en la exposición a la “posibilidad de la muerte”; promesa de “por venir”; semilla de un pueblo que se multiplicará; el exilio como lógica de existencia y la comunidad. Cada uno de esos elementos se nos presenta como desafío al leer la Torá y comenzar el año, en cada Rosh Hashaná se pone a prueba nuestro propio pacto, cada una de nuestras promesas y ataduras. Porque es un comienzo que está marcado por el final: cabeza del año que mira el pasado y el futuro, porque el año para el judaísmo no deja de mirar hacia un lado y el otro, lo que hicimos y lo que haremos, lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos.
Es así que el comienzo del año va unido a por lo menos dos hechos específicos: la circuncisión en el mismo pasaje en que se expulsa a Ismael, en donde lo material se une con lo material. Y, por otro lado, lo simbólico unido al pacto y a la universalidad, el sacrificio y la bendición.
Hay una característica común en ambos pasajes y esta es la unión entre formas de inclusión y de exclusión. La inclusión del pacto a través de la marca que se lleva en el cuerpo, en la circuncisión, unido a la exclusión de Ismael: la inclusión por pertenencia al pueblo, quiénes formarán parte, y la exclusión de quienes no formarán parte. Y además, aquí también encontramos la prueba/desafío que tienen que demostrar ya que cumpliendo la palabra de Dios –aunque en este momento Abraham todavía duda, es dubitativo y no le gusta del todo el abandono de su primer hijo y esto es clave, y tal vez es la razón por la que aparece la “prueba de la atadura de Isaac”– responde a la palabra de Dios y expone a la muerte a Ismael.
Y por otro lado se despliegan dos formas de universalismo: el “universalismo exclusivo” que como consecuencia del “gesto sacrificial” de Isaac Dios concluye –como prueba a Abraham y a toda la humanidad; o con Abraham a toda la humanidad– para multiplicar la simiente y al pueblo, como estrellas del cielo, como arena de la orilla del mar. Y el “universalismo inclusivo” ya que en ese mismo acto se promete la bendición a todos los pueblos, por atender a la voz de Dios. Por ello además, el gesto de Abraham en escuchar a Dios ahora sin dudar, en su fe ciega, es el pacto de un pueblo consagrado por Dios como centralidad: por ello Dios lo bendice a su simiente a través de ella al resto de los hombres (pero –y para ello la figura de Moshé es fundamental– cuando el pueblo tenga la ley, ya esa centralidad se modificará hacia lo divino-legislativo, haciendo, como el propio Dios y Moshé lo quieren– que sea la ley la que guíe al pueblo).

III.
Abraham es símbolo del pacto de reconocimiento y de identidad en el que Dios reconoce a su pueblo de entre las demás tribus. Dios le promete este pueblo y en la construcción mutua del pacto un pueblo nacerá de su simiente. Dios toma a un hombre, lo elige, y de su simiente venidera constituirá su pueblo de sacerdotes. Un pueblo fundado en el carácter primordial de un Dios único. Son tres elementos en el gesto de este pacto entre Dios y Abraham para la construcción del hombre judío:
a) Nombre: Abraham es marcado y diferenciarlo de lo que fue y lo que será. Esa primera transformación es la forma en que Dios le quita el nombre a Abraham y se lo vuelve a dar. La transformación del nombre de Abraham y Sara es el nacimiento de la diferencia desde ellos mismos. Es el primer gesto del pacto, el reconocimiento de la individualidad y de la mismidad de la búsqueda de Dios en la tierra de los hombres. Abraham y Sara pierden sus nombres de personas entre las personas y vuelven a nacer, son re-nombrados, como hombres de Dios.
b) Circuncisión: La marca del pacto a través del cual se toma –como extracción/separación– a este pueblo aplicándole una identificación física que constituye una forma, entre muchas, de identidad. La circuncisión es el pacto en sí, la señal entre Dios y el resto; la señal del pacto del pueblo de Dios con Dios. Es la marca de la carne la que configura la identidad por exclusión de aquellos que pertenecen y aquellos que no pertenecen. El hombre del pueblo de Dios llevará el rasgo inscripto en el cuerpo; y es un rasgo que se transfiere desde la antigüedad para siempre.
c) Acto/sacrificio: el pacto necesita de un acto de compromiso. Este acto (gesto al fin) es el pacto último entre Dios y Abraham. El sacrificio que Dios le pide a Abraham es un hecho significativo abierto a diferentes lecturas. Intentemos dos posibles lecturas. En primer lugar, el sacrificio de Isaac (Génesis 22) es una fuente de verdad. Sin embargo en el hecho mismo del momento en el que Abraham no duda en responder al llamado de Dios, en donde el pacto mismo de reconocimiento se cierra. Abraham es capaz de asesinar a su propio, y único, hijo respondiendo a la palabra de Dios (así como fue capaz, aunque con dudas, de expulsar a su otro hijo, Ismael); es el cuchillo en la mano de Abraham, la pulsión de acabar con su descendencia, lo que cierra el pacto. Acto que nunca se hubiera llevado adelante, nunca, en la medida que de su propia simiente nacería el pueblo. Abraham cree ciegamente en la palabra de su Dios, único y todopoderoso, que le habla. No duda. Este acto simbólico es la muestra viva de esta creencia. Es el cierre simbólico del pacto de reconocimiento e identidad. Abraham testificó en contra de los ídolos antiguos cuando estaba preparado para sacrificar a Isaac. Y los ojos del resto de los hombres estaban puestos en aquel acto. Y vieron su confianza en la palabra de Dios, y creyeron en aquel Dios único.
El sacrificio era la raíz de la idolatría y los profetas batallaron contra éste. Sin embargo, es interesante plantearnos a través de estas ideas el significado del sacrificio de Isaac a manos de su padre. Es de esta forma como podría agregar que el pedido de Dios por Isaac, por su sacrificio, es, en su negación e inconcretud, el límite monoteísta que Dios impone a la religión frente a los politeísmos. Y es por ello que es preciso mezclar y confundir –hacer borroso– lo material y lo espiritual, porque siempre en el hombre, están en interacción. Porque el pacto no es, solamente, simbólico, el pacto es la marca en el hombre; en el hombre donde está plantada la semilla de la vida del pueblo.
Esto nos lleva a pensar en su relación con Egipto, en la herencia y el recuerdo de haber sido esclavos allí: Dios hace suyos a los hijos de Israel al impedir el asesinato de Isaac y lo reafirma con la muerte de los primogénitos egipcios. Es en la muerte de los segundos que afirma la santidad de los primeros, la santidad de todo el pueblo. Dios santifica y consagra al primer hijo, símbolo de herencia, transmisión del hijo que le recordará a su hijo y que rememorará, cada vez que mira las señas de su brazo y la profundidad del rostro: mirada que transita la profundidad de las huellas de la historia en la que Dios ha irrumpido. Y esta consagración vincula la pertenencia al pueblo, la ley y su observancia con la celebración. Pero la metáfora de Isaac es el paradigma de esta posesión y los primogénitos del pueblo de Israel, desde Isaac, pertenecen a Dios. Abraham a través de su gesto conforma este pacto que es cerrado con su antítesis, la muerte de los primogénitos egipcios. Y se renueva el pacto con todo el pueblo una vez salidos de la tierra de Egipto.

IV.
Abraham lleva la marca –circuncisión– pero además es la marca del pacto. Él va a sacrificar a su hijo si Dios se lo exige. Porque es éste el gesto en donde se afirma la negación del sacrificio, el fin del politeísmo, la verdad de Dios único y afirma al hombre judío, y el nacimiento de una idea de pueblo en donde lo material y lo espiritual se cruzan y se encuentran: es el pueblo judío.
La prohibición de Dios a través del acto imposible (negado) del sacrificio de Isaac, el sacrificio humano queda prohibido como forma de consagración a Dios. La primera forma de ley era el sacrificio, porque luego de ser que el sacrificio humano sea prohibido la consagración aparece a través de la palabra: la plegaria será el sacrificio del hombre hacia Dios, y el texto es la ley, o sea, la Torá. A través de Abraham se prepara la llegada de la ley. Es un desafío hacia el hombre. Y por otro lado, se limita y prohíbe la consagración del hombre como ser sagrado, por sobre el resto de los hombres.
El pacto de reconocimiento como pacto de identidad es un movimiento hacia uno mismo. Este primer momento es la inauguración del carácter inclusivo del pueblo judío como pueblo consagrado por Dios. Es un pacto de identificación, quién es parte del pueblo, cómo se es parte del pueblo y a quién Dios reconoce como pueblo. Pero también, quién es este Dios al que el pueblo reconoce como único. El pacto de reconocimiento es el pacto de identidad mutua en donde Dios reconoce a su pueblo y lo marca, mientras que el hombre –a través de Abraham– reconoce a su Dios.
Recordemos que en Rosh Hashaná estamos confirmando la creación del pueblo y de la comunidad pero también –sobre la figura paradigmática y humana de Abraham– al individuo que somos. Por ello debemos revisar aquello que hicimos y que haremos. Porque somos hombres, como también lo fue Abraham, que tenemos virtudes y defectos, pero que en el recorrido de la vida nos acercamos a Dios a través de la reparación de los errores. Y por ello, debemos pensar juntos a Rosh Hashaná y a Iom Kipur, como un mismo camino que une el pasado con el futuro pero que determina el “por venir” a través de los que fuimos. Una transformación constante, de nuestro pacto, como un desafío que nos hace frente. El pacto con Abraham es un pacto con el hombre: el origen mismo de la humanidad para el judaísmo, y al hacer teshuva podemos reveer quiénes somos como judíos, como hombres y frente al otro. Ese es el sentido de la inscripción, del regreso sobre nuestros mismos pasos que parecen que van hacia atrás, pero en realidad están mirando hacia delante.

V.
Hay un pequeño relato de Kafka llamado Los árboles que dice: “Porque somos como los troncos de árboles en la nieve; en apariencia, están puestos lisos sobre ella, y con un pequeño empujón uno debería hacerlos correr. No; no es posible, porque están fuertemente unidos al suelo. Pero mira… estos es, incluso, aparente.”
Podemos pensar que el pueblo judío es ese árbol recostado, esos troncos, que son uno y son todos, que es cada uno en y como comunidad; que parece que se mueve con sólo empujarlos y así atravesarán la montaña; pero sin embargo, están fuertemente unidos al suelo, aunque –y aquí la magia kafkiana– no tanto, por lo menos eso es lo que parece. Estamos, como pueblo, unidos a la tierra pero en aquella lógica del exilio que nos constituye: como Abraham al partir, como Abraham al errar –en sentido de camino y también de equivocación–, así estamos cada nuevo año, frente al desafío, frente al pacto.

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