En la encrucijada

Los callejones son cómodos e infecundos. Pero antes que nada, cómodos. Transitarlos suele ser reconfortante, aunque estúpido. Todo el mundo te mira pasar, casi asombrado. No para saludarte y celebrarlo, sino para verte la cara cuando das marcha atrás. Porque vas a tener que dar marcha atrás.

Los paraguas son elegantes. Pero solo sirven para recorridos muy cortos. Te protegen la cabeza, el saco, la camisa, la corbata y el pantalón hasta algo más de las rodillas. No los zapatos ni los bajos (como decía mi bobe)…Para la elegancia acaba si el trayecto es un “no corto”, y aún más rápido si hay vientos moderados…y ni qué hablar si son fuertes!!! Entonces llegarás peinado pero con los pies mojados y los pantalones estropeados.

En la vida no hay atajos. Mi sheide se empecinaba en enseñarnos en que en la vida todo se empieza de abajo, salvo los pozos de la calle. Esos, y los de la tierra, se empiezan de arriba.

En esta encrucijada a la que hemos llegado, en buena parte arrojados por una dinámica propia y solitaria, abandonemos transitar por los callejones, dejemos de usar los paraguas, cuidemos nuestra cabeza y nuestros pantalones, y aprendamos que la paz se construye, como cantaba Zitarrosa, desde el pie. Es decir, desde abajo.

Que la memoria de Yitzhak Rabin ilumine a quien corresponda. Y que ilumine al pueblo de Israel y al universo judío.

Y que no sepamos más de dolor.


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