El peligro de los extremistas

altMás allá de las serias discrepancias que hay entre el gobierno de Israel y el la Autoridad Nacional Palestina sobre una diversidad de temas -no sólo sobre la iniciativa unilateral palestina de pedir reconocimiento a un Estado independiente en la ONU, aunque no es producto de negociaciones- hay en el terreno fenómenos preocupantes que  deberían ser atendidos al máximo nivel.

Esta semana, el ejército israelí demolió  en el puesto no autorizado de Migron en Cisjordania, tres  estructuras construidas ilegalmente  por habitantes judíos de la zona decididos a permanecer en el lugar a pesar de la orden de la Suprema Corte de Justicia de desalojarlos. De fondo, hay quejas palestinas alegando que la ley no se impone en forma igualitaria en los territorios en disputa, y que mientras hay mano dura respecto a infracciones palestinas, hay permisividad ante los colonos. Un documento originado en la oficina del Comandante de la Administración Civil, recalca que es  clave imponer la ley ante todos y que en ese marco se dio la orden de destruir las casas erigidas sin permiso en Migron.

Un grupo de extremistas aún no ubicados, presumiblemente miembros de lo que se considera es el “núcleo duro” en el seno de la población judía de los asentamientos, resolvió responder a la demolición con una práctica que se ha estado adoptando en los últimos años: vengarse de las autoridades políticas y de su propio ejército, atacando propiedades palestinas. De ese modo, no sólo complican al “establishment” sino que amedrentan a quienes ven como enemigos.

Esta vez, el blanco elegido fue una mezquita en la aldea Qusra, en la zona de Ramallah. Los extremistas tiraron neumáticos encendidos hacia la misma, rompieron ventanas y escribieron grafittis ofensivos en sus paredes.

A las condenas de la Autoridad Palestina se sumó el Primer Ministro de Israel Benjamin Netanyahu, quien declaró que es imperioso ubicar y detener a los responsables, que pretenden arruinar el equilibrio y el mutuo respeto entre culturas y religiones en la zona.

Y este miércoles por la mañana, se sumó una nueva etapa en la venganza de los vándalos: por primera vez, atacaron una base del ejército israelí, pinchando los neumáticos y cortando los cables de 17 coches.

El Ministro de Defensa Ehud Barak condenó el ataque tanto en la aldea palestina como en la base militar israelí . “Actos de vandalismo dirigidos contra israelíes y palestinos, tienen la intención de alterar la vida diaria y de provocar una escalada en estos tiempos delicados”, declaró, prometiendo que los responsables “serán detenidos”.

Cabe esperar que su llamado se cumpla ya que las derivaciones de lo contrario, pueden ser letales. El tema religioso, que aquí es usado como manija de presión para reivindicaciones políticas, puede encender llamas cuya potencia sea imprevislble. Y precisamente por lo clave de apagar esos incendios -problemas no faltan en varios frentes- el propio liderazgo de los colonos debería estar con los ojos bien abiertos y vomitar de su seno a los extremistas que actúan de esa forma. Aunque sean “unos pocos locos”, como alegan algunos -evaluación ésta con la que otros discrepan-, evidentemente tienen la suficiente capacidad de destrucción  como para poner en peligro muchas cosas.

El Consejo YESHA que representa a la población de los asentamientos, también condenó el ataque de ayer, asegurando que los responsables son un “grupo marginal”. Si realmente es así, cabría esperar que condenen oficialmente también el ataque a la mezquita.

Del otro lado, en la arena palestina, se ha vuelto a dar en los últimos días un fenómeno lamentablemente nada nuevo, que sinceramente creemos debería preocupar no sólo a los israelíes sino a los padres y madres palestinos, a esa mayoría silenciosa que cabe suponer, lo que desea es criar a sus hijos en paz y verlos crecer y convertirse simplemente en personas felices y de bien.

Nos referimos al tema de la glorificación de terroristas suicidas a los que se presenta como ejemplos a emular, como símbolos nacionales que deben guiar a los niños y  jóvenes palestinos. Nos cuesta entender cómo de la legítima discusión con Israel -que puede ser aguda y amarga como es propio de un conflicto- se pasa a transmitir mensajes que defienden abiertamente la violencia contra civiles inocentes. Con ello, los primeros dañados, a nuestro criterio, son los propios  palestinos que miran los programas en cuestión y son los receptores de esos mensajes.

Los ejemplos son numerosos.

El más reciente fue del 10 de agosto, en el programa “En el hogar de un combatiente”, en cuyo marco las figuras del mismo van a la casa de un palestino preso en Israel, conversan con su familia y hablan de lo que simboliza. De más está decir que no se puede esperar que un palestino vea en un preso tal cual lo ve Israel.Pero cuando se  trata de una persona responsable del asesinato a mansalva de civiles inocentes, adultos, mujeres, ancianos y niños, intencionalmente, hay un serio problema.

Esto es lo que sucedió hace pocos días, cuando el equipo del programa fue a la casa de Muhammad Wael Daghlas, el cerebro tras el atentado suicida en la pizzería Sbarro de Jerusalem, el 9 de agosto del 2001. El fue condenado a 15 cadenas perpetuas, una por cada uno de los 15 civiles muertos en dicha explosión. Con él, fue presa también Ahlam Tamimi, la joven que condujo al terrorista a la pizzería, dándole las últimas instrucciones.El suicida llevaba una  potente carga en un estuche de guitarra con el que entró a la pizzería repleta de gente, además de un cinturón explosivo. Era temprano de tarde, poco después del mediodía, en el verano israelí, con familias enteras llenando la pizzería en medio de las vacaciones.

El terroristas los vio a todos…a las mujeres...a los niños...y explotó.

15 civiles murieron, 7 de ellos niños. 130 personas resultaron heridas. Entre los muertos, estaba Tzvika Golombek, cuyo padre, Efraim, es uruguayo, radicado desde hace años en la ciudad norteña israelí de Karmiel. Familias destruídas intencionalmente.

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