Los fantasmas de setiembre

altEn el imaginario popular israelí, el próximo mes de setiembre se ve cada vez más como un punto de inflexión de la historia moderna, un tiempo en el que una etapa relativamente cómoda, un tranquilo intervalo de prosperidad, en el conflicto con nuestros vecinos se acaba, y comienza una nueva ronda de amenazas aún no claras, que ascienden en la especulación hasta la propia conflagración nuclear con Irán.

Poco ayuda a tranquilizar el que el gobierno se demuestre incapaz de evitar un acontecimiento que él mismo califica de catastrófico, ni de neutralizar o por lo menos paliar las graves consecuencias que pronostica.

Es comúnmente aceptado que si el reconocimiento del Estado Palestino por las Naciones Unidas se hace de modo unilateral, solamente el extremismo y la intransigencia se fortalecerán, lo cual inevitablemente conducirá a una nueva ronda de violencia y, paradójicamente, postergará nuevamente no sólo la pacificación de la región, sino incluso la concreción de la independencia palestina.

Tiene razón Benjamín Netanyahu cuando postula que dicha independencia podrá alcanzarse solamente mediante la negociación directa con Israel, excepto que es claro para todos, dentro y fuera de Israel, que Netanyahu no está dispuesto a negociar nada que avance dicha independencia. Si bien bajo presión de la Administración Obama ha enunciado Netanyahu que la pacificación de la región incluirá el concepto de “dos estados para dos pueblos” el que él ahora acepta, sus socios en la coalición de gobierno, incluyendo grandes partes de su propio partido, el Likud, dicen en voz alta y clara que en el mismo momento en que se comiencen a negociar retiradas sustanciales que incluyan el desmantelamiento de  colonias judías en la Cisjordania, el gobierno de Netanyahu llegará a su fin.

Benjamín Netanyahu no es un estadista de envergadura histórica, y en compromisos cotidianos y de mucho menor envergadura ha demostrado reiteradamente que carece de la voluntad de adoptar decisiones dramáticas, que alienen a grupos de poder o a sectores considerables de su electorado.
Pero aún si quisiera sorprendernos y tomar la decisión de negociar realmente un compromiso histórico que ponga fin al conflicto entre israelíes y palestinos y le permita a ambos pueblos realizar sus aspiraciones nacionales en vecindad, y no uno a costa del otro, vuelve a tener razón Netanyahu cuando explica frustrado que no tiene una contraparte palestina para ello.

La creación de un Estado Palestino independiente junto a Israel será el resultado de la decisión de finalizar del conflicto, y no un acto aislado en sí mismo.
Como hemos manifestado, la solución pasa por el que ambas partes acepten el principio de “dos estados para dos pueblos” y más allá de las peliagudas cuestiones sobre las que no hay aún acuerdo: territorios, fronteras, acuerdos de seguridad, refugiados, economía y Jerusalén, entre otras, nadie ha podido escuchar de la dirigencia palestina el reconocimiento de que “el otro pueblo” es el pueblo judío. Todo lo contrario, Mahmoud Abbas se niega rotundamente a cualquier fórmula que pueda interpretarse de tal manera y su aceptación se limita a un “estado independiente para el pueblo israelí”, lo que deja abierta la puerta a la continuación de la lucha por la transformación de Israel en un estado “laico para todos sus habitantes” contando con que la presión demográfica conjugada de la minoría árabe y de los descendientes de refugiados que exijan volver a sus lugares históricos dentro de lo que es hoy Israel, hagan el trabajo de eliminar el carácter judío de ésta, aún sin necesidad de las armas.

Bien sea porque Abbas no quiera (recientemente declararon portavoces del gobierno israelí que Abbas suena más moderado, pero en sus posturas es más extremista incluso que Arafat) o no pueda, por la intransigencia de Hamás, de los residentes de los campos de refugiados y de parte de los árabes israelíes (“palestinos del 48” en su autodefinición, que ven en el potencial reconocimiento de Israel como estado judío la negación de sus derechos nacionales), no hay avance en los últimos años en este tema. Sin una declaración histórica de tal dimensión, con la que pueda anunciar el fin del conflicto, Netanyahu no está dispuesto a avanzar en concesiones en los temas conflictivos ya mencionados.

Excepto que la continuación de la política de asentamientos lleva no sólo a los enemigos de Israel, sino ahora ya a sus propios amigos, incluyendo la Casa Blanca, a sospechar que Netanyahu no es menos intransigente que su contraparte.
El razonamiento es entonces, que si las partes no son capaces de llegar por sus propios medios (por miedo a las oposiciones radicales internas de cada una) a la solución, la forma de salir del estancamiento es imponerles la solución y luego obligarles a aceptarla como realidad permanente.
En la práctica, poco cambiará una resolución tal, más allá de fortalecer a los extremistas palestinos en primer lugar: si se puede obtener la independencia sin reconocer a Israel, ¿para qué molestarse luego en hacerlo o en renunciar a la lucha armada? En segundo e inmediato lugar, se fortalecerán los extremistas israelíes: si la creación de un Estado Palestino no pasa por el reconocimiento de Israel como Estado Judío en fronteras seguras y reconocidas, tendremos una nueva y aumentada versión del sur del Líbano o de Gaza en inmediata vecindad a nuestras principales ciudades, lo cual es un riesgo inadmisible que hay que neutralizar a cualquier precio, incluyendo sangre y fuego.

Quien tiene más que perder en este escenario es Israel: como si no fuera suficientemente grave la reanudación de las protestas violentas, las conflagraciones locales con nuevas rondas de bombardeos masivos de misiles a sus ciudades, y la potencial escalada a un conflicto abierto con el hostigado régimen sirio o la ingerencia de Irán, la posibilidad de verse acorralada a un lugar de paria que no respeta las resoluciones internacionales como la Sudáfrica del apartheid sería catastrófico para la economía del país, en cualquier escenario que implique un empeoramiento del trato comercial preferente con EEUU o Europa.

Ante semejantes riesgos, la estrategia del gobierno israelí de intentar reducir la dimensión de la mayoría que apruebe la resolución o contar con que no tenga consecuencias vinculantes inmediatas por el veto en el Consejo de Seguridad no parece relevante al futuro que se avecina, y de aquí la preocupación de la población israelí.

Israel tiene aún una carta simple y clara para jugar: que alguno de sus amigos sugiera redactar la resolución de modo tal que actualice la decisión 181 de Noviembre de 1947 sobre las fronteras previas a la guerra de 1967 con arreglos y modificaciones mutuas a acordar entre las partes (muy similar a lo que el presidente Obama ha declarado). Dicha resolución habló de dos estados: “un estado judío y un estado árabe” en el territorio entre el Jordán y el Mediterráneo.
Si se adoptara una resolución tal, los países árabes la apoyaran, y el Estado Palestino fuera creado en virtud de la misma, Israel obtendría el reconocimiento a su carácter judío que tanto desea.
Claro está que en este caso debería desmantelar los asentamientos y enfrentarse al riesgo de una casi guerra civil con los sectores más extremistas de entre los colonos y la derecha fundamentalista, amén de perder el apoyo de su coalición y quizás perder el poder mismo.

Cuando la falta de decisión de Netanyahu (y para hacer justicia, de ninguna figura de envergadura nacional que pudiera reemplazarlo a corto plazo) de postular compromisos históricos a costa de su coalición parlamentaria actual amenaza con acarrear daños inmediatos y tangibles al país, la extendido sensación de incertidumbre y pesimismo de la población al acercarse la fecha es comprensible.

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