¿Somos una Nación que vive apartada?

Como judíos estamos acostumbrados a estar solos. Desde nuestra concepción, recorrimos un camino como extranjeros respecto a identidades religiosas, culturales, y nacionales más grandes. Nuestra tradición nos enseñó que ese era, o que ese debía ser, según algunos, nuestro destino. Siglos de antisemitismo han hecho de la soledad parte de nuestra naturaleza. La creciente desligimitización de Israel en varias partes del mundo nos resulta familiar y encaja con lo que hemos aprendido a esperar de los otros.

Estar solo tiene sus ventajas. Ha creado una cultura judía en torno a aspiraciones morales y espirituales que fija nuestros propios estándares y no esta satisfecha con lo que hacen otros, con ser simplemente una nación como el resto. Del lado negativo, más allá del precio psicológico de la soledad, ésta puede crear una profecía auto-cumplida de desesperación que en sí misma sabotea cualquier aspiración que involucre a otros. Cuando todo el mundo es tu enemigo, uno difícilmente trata de hacer amigos. Al generar una suerte de sordera hacia las palabras, críticas, o sugerencias de otros, estamos saboteando nuestra aspiración a la excelencia moral y espiritual.

Dos hechos notables sucedieron recientemente que, dada nuestra mentalidad solitaria, han pasado sin demasiada repercusión. El primero fueron las acciones del gobierno griego, y hasta cierto punto de los gobiernos francés y turco, para prevenir la partida de la flotilla a Gaza, que más allá de su resultado, hubiera aislado aun más a Israel a los ojos del mundo. El segundo hecho fue la cooperación hacia Israel en ciudades europeas para evitar que activistas pro palestinos embarcaran en aviones hacia Israel y generaran una pesadilla en cuanto a relaciones públicas, que hubiera aislado a nuestro país nuevamente.

Cuando el mundo actua en contra nuestro frecuentemente asentimos unos con otros y decimos “¿qué más esperabas? Estuvimos solos, estamos solos, y estaremos siempre solos”. Sin embargo, cuando ocurre lo contrario, parecería que carecemos de las categorías mentales para absorber el hecho. Nuestra capacidad de sintonía parece no programada para captar esa frecuencia. Como resultado tanto perdemos una oportunidad como dejamos de aprender para el futuro.

No es bueno para nosotros confundir crítica con rechazo, y desacuerdo con algunas políticas de Israel con deligimitización. Tenemos enemigos, y hay muchos que desean nuestra desaparición, pero también tenemos amigos que buscan caminos para expresar esa amistad.

Israel puede ser un medio para nuestro aislacionismo, el único refugio para judíos que percibimos en riesgo. Pero también puede ser un puente hacia el mundo, su mera creación una decisión del pueblo judío de ser parte del mundo, de encararlo y confrontarlo, y de ser confrontado por él. Las relaciones públicas son críticas, pero nada sustituye buenas políticas. Cuando Israel defiende sus legítimos derechos de libertad y seguridad, y al mismo tiempo asegura los valores morales de nuestra tradición y de las leyes internacionales, encontramos un mundo pronto a comprometerse con nosotros. Cuando lideramos a través de ideas en lugar de simplemente responder con la fuerza, y cuando basamos nuestras políticas en valores en lugar de una supuesta superioridad, entonces nos convertimos en un país con el cual los otros estan dispuestos a alinearse.

Israel es un país real, y nuestra decisión de mantener su seguridad requiere un compromiso con la realidad y un expreso deseo de funcionar en el ámbito del “realpolitik”. Necesitamos también empezar a entender que nosotros podemos moldear este ámbito. Una de las lecciones de la sobrevivencia judía a través de los siglos en contra de todos los designios es que no sólo el poder determina políticas reales, sino que valores e ideas también. Una de las lecciones de estar solos a través de los siglos ha sido nuestra determinación hacia la innovación, la moral, y el respeto por los otros. Es un don de estos tiempos que ese tipo de políticas pueda reducir nuestro aislacionismo y crear verdaderos pilares para nuestra amistad con otros.
Miremos los recientes eventos no como aberraciones o el resultado de intrincadas maniobras diplomáticas, sino más bien como un modelo de lo que puede ser. Una Israel que propone disminuye su alienación y aumenta su seguridad. Una Israel que lidera encontrará muchos que querrán acompañarla. No tenemos por qué ser una nación que vive aislada. Es tiempo que empecemos a creer y hagamos posible ese credo para que se convierta en una guía de nuestras políticas y una nueva profecía auto-cumplida de nuestra relación con nosotros mismos, nuestros vecinos, y el mundo.


Traducido por Ianai Silberstein

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