Reflexiones acerca del Mal en nuestro zaguán (¿umbral?)

Cuando somos testigos del mal extremo nuestra naturaleza frecuentemente nos lleva a clasificar esos actos como locura. A traves de esa clasificación tratamos de separarnos de los mismos y clasificamos la maldad como una excepción y lo correcto como la norma. De esta forma mantenemos nuestro propio mito de estabilidad, que requiere de la creencia que la gente que nos rodea pueda vivir de acuerdo a un mínimo código moral. La estabilidad requiere predictibilidad y eliminar el mal extremo de todo cálculo. He estado pensando acerca del mal puro y extremo en las últimas semanas, en la medida en que las historias de la creciente barbarie del régimen de Assad han ido permeando nuestra consciencia a través de la noticia e internet.

Mientras que la revolución ocurría en Egipto, muchos de nosotros, israelíes, veíamos los eventos desde la perspectiva de si era bueno para Israel. Si bien hay muy poca empatía con Siria y los sirios en la sociedad israelí, es interesante notar que, en general, la pregunta no surge en el caso de Siria. Nos encontramos frente al mal en su expresión radical y extrema, un gobierno y una tribu para quienes las consideraciones morales son simplemente irrelevantes. Para ellos, el asesinato no es un crimen, ni la decencia moral una aspiración. En ese contexto, preguntarse qué es bueno para Israel no tiene lugar. Todo lo que uno puede y debe hacer es esperar y actuar con toda el poder para asegurar la remoción de un régimen así.

No creo que las democracias del mundo tengan la responsabilidad de patrullar aquellos regímenes que no comparten sus estándares morales y democráticos. Tengo miedo de todas las visiones mesiánicas con una misión para y por el mundo. Cada país y sociedad tiene tanto el derecho como la responsabilidad de elegir o cambiar su gobierno y sistema político. Sé que esto se dice más fácil de lo que se hace, y que el derecho y la responsabilidad de ser libres son difíciles de ejercer. Pero la solución no puede ser alguna fuerza internacional que deambula por el mundo imponiendo su estándar moral. Al fin y al cabo, la más de las veces, terminaremos sustituyendo un mal por otro, y dejando en manos del nuevo poder un mandato demasiado grande que inevitablemente terminará corrupto en aras del interés político.

En Siria, hoy, sin embargo, somos testigos de un fenómeno que excede por mucho el conflicto entre dictadura y democracia, y el derecho de un país de conducir sus propios asuntos internos. Estamos frente a un nivel de barbarie que requiere que actuemos. Si bien vivimos en un complejo universo moral, y muchos de nuestros compromisos morales y certezas se tornan condicionadas y relativas, hay algunos que no. El asesinato en masa en esta escala no es moralmente ambiguo.

Con el correr de los años nos hemos hartado y hemos aprendido a desviar nuestra mirada de mucha acción injustificable. Nos hemos acostumbrado a tolerar la injusticia extrema cuando sus víctimas están lejos de nuestras orillas o son miembros de un grupo étnico o religioso diferente. En nombre de la coherencia política y moral hemos aprendido a abrazar la indiferencia, ya que si nos involucramos en un lugar, ¿por qué no en otro? Como no podemos involucrarnos en todos lados, no nos involucramos en ninguno.


No soy un político ni cargo con el peso de articular e implementar una política exterior vasta y compleja. Soy un maestro y un judío. Fui criado en una tradición que me enseñó que somos todos creados en la imagen de Dios, y que quien destruye una vida es como si hubiera destruido todo el universo. No me adjudico coherencia ni perfección moral, ni personalmente ni en nombre de la sociedad en que vivo. Pero sé que se está asesinando en el umbral de mi casa. Gente inocente está siendo masacrada más allá de toda compresión y un gobierno malvado tiene el espacio para implementar estas terribles políticas.

Me gustaría vivir en un mundo donde esto no es posible. Me gustaría vivir en un mundo donde se hace algo más que congelar activos. Me gustaría vivir en un mundo que reconoce la ambigüedad moral y respeta los estados soberanos, pero aun mantiene un básico estándar moral que no puede ser ignorado. Quiero vivir en un mundo donde en estos casos la política no cuenta.

El Mal no es ni loco ni patológicamente desequilibrado. Es un estado en el cual cualquiera de nosotros es susceptible de caer, individual y colectivamente. Como tal, una vida, una sociedad, y un universo moral es aquel que asume responsabilidades y asegura que tal Mal sea atacado y destruido.

Hay gente que está siendo asesinada y mutilada y violada en mi zaguán. No sé si son pro-Israel o no. No sé si la alternativa a Assad será peor para Israel o no. En este momento, no me importa. En este momento, todos debemos reconocer que no es esa la cuestión. El Mal camina libre, y es responsabilidad de la sociedad identificarlo, nombrarlo, y combatirlo.


Traducción Ianai Silberstein


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