Todo pasa, pero por suerte mucho queda

alt¿Podía José Sacristán haber llenado un Teatro Solís un martes invernal por el mero hecho de recitar poemas de Antonio Machado si Serrat no los hubiera musicalizado cuarenta años atrás? Personalmente, lo dudo. Tal vez una sala más pequeña e íntima, lo cual sin duda hubiera sido un poco más apropiado para el tipo de espectáculo propuesto. Pasado por el tamiz de lo popular, el Solís fue un lujo bien merecido a tamaños artistas: el poeta, el cantautor, y el actor. O usando las palabras del propio Sacristán en entrevistas previas y posteriores, recitar en el Solís resultó “acojonante”. ¡Vale!

Serrat no estuvo presente: ni melodías suyas integraron el repertorio musical ni se lo mencionó. Pero para quienes crecimos con él, y con él aprendimos de poesía y poetas, su presencia arrojaba una luz muy especial al recital. Sin duda muchos entre los espectadores conocían la poesía de Antonio Machado aun sin Serrat de por medio, pero me atrevo a aventurar que la mayoría se introdujo en ella a través de aquel primer y maravilloso LP que también posicionó a Serrat en el plano internacional. Que “Cantares” fuera cantado en “Los Sábados Circulares de Pipo Mancera” al final de los años sesenta tiene mucho que ver con la forma en que escuchamos a Sacristán este pasado martes. Mucha agua ha corrido desde entonces, “todo pasa y todo queda”: queda el formato de programa popular argentino hoy “tinelizado”, pero nadie espera escuchar a un trovador moderno cantando poesía de un clásico español en la pantalla. Los caminos que se hacen también se desandan. Todo pasa, pero por suerte mucho queda.

Serrat no sólo introdujo y popularizó a Machado, que ya era un poeta reconocido y clásico. Me atrevo a decir que con su “Homenaje a Miguel Hernández” elevó su poesía al canon más exigente de las letras castellanas. No conozco, y creo que no existe, una aproximación de Serrat a Lorca; es una pena; tal vez este en el debe. Pero más allá de los poetas que Serrat eligió para musicalizar e interpretar, lo que consiguió fue sensibilizar al gran público con la poesía. La hizo amigable a través de la música, inmortalizó con acordes algunas frases y metáforas memorables, e impregnó la memoria colectiva de su generación y las que le siguieron con el lenguaje poético. Simultáneamente, Alberto Cortez musicalizó “Las Moscas” de Machado, y por esos tiempos Paco Ibañez popularizó sus versiones de Góngora, Quevedo, y Lorca. Cuando Serrat demostró que también él podía escribir poesía, o por lo menos canciones con sentido, tanto Cortez como José Luis Perales y Aute, por ejemplo, encontraron una huella ya recorrida; Joaquín Sabina también engancha en esta corriente de letristas inspirados y significativos. Mucho más cerca en el tiempo, nuestro propio y uruguayo Jorge Drexler se inscribe en esta tradición. Más allá del rigor histórico y la exactitud de este atrevido análisis, lo que vale la pena destacar es el factor culturizante de Serrat y todos estos artistas.

Todo aquello que se presenta en el Teatro Solís de Montevideo se inscribe en “lo culto”. Cuando Jaime Roos o Daniel Viglietti hacen un recital en ese recinto, ubican su misma obra en otro contexto; no pierde su origen y sentido popular, sino que suman una dimensión adicional, clásica. Su indudable calidad queda validada por el recinto que la acoge. En el caso del recital de poesía de Sacristán, actor popular y querido si los hay, el marco del Solís funcionó en forma un poco diferente: la propuesta es culta de por sí; pero llenar la sala fue posible sólo porque es popular.

Ningún fenómeno cultural es aislado. Los Beatles marcaron su década y el Siglo XX, pero no estaban solos. Fueron el símbolo de una época subidos a la cresta de una ola. De igual modo, Serrat se inscribe en una larga tradición de la canción popular y a la vez poética, que probablemente viene de la canción francesa, trovadores como Brassens, y otros tantos en varias lenguas que recorrieron caminos similares: la balada, la canción con sentido, la poesía y la introspección.

Cuando uno escuchó el martes el recitado de “Retrato” (“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla…”), varias sensaciones se hicieron presentes: por un lado, la dificultad para despojar el poema de la música de Serrat y poder escucharlo recitado magistralmente por Sacristán; por otro lado, el reconocimiento, sino liso y llano agradecimiento, a Serrat por habernos familiarizado con el poema de tal modo que lo hizo reconocible y disfrutable; y sobre todo, uno sintió el goce único de reconocer la mejor versión de nuestro idioma castellano.


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