Pensamientos sobre la practica de las ciencias ocultas

“No acierto a comprender por qué los que creen en los electrones se conceptúan menos crédulos que los que creen en los ángeles”.

Georges Bernard Shawn  

En la actualidad no existe duda alguna de que el recurso a la magia fue habitual en el judaísmo, desde la Antigüedad y hasta tiempos muy cercanos, tanto a nivel teórico como en numerosos aspectos de la vida cotidiana, contemplándose como técnica alternativa de la medicina específicamente en la Edad Media, junto a la astrología. La tradición religiosa judía muestra un severo rechazo de la magia, tachándola de brujería y de herejía. La Torá condena terminantemente la magia, la adivinación y la superstición, al considerarlas un desafío a la libertad soberana de Yahveh en el gobierno de las cosas o en la revelación del destino que les reserva.

En una época en que la ciencia no gozaba del desarrollo necesario, la credulidad era extrema y la motivación religiosa se fusionaba en la mayoría de los ámbitos de la vida, no resultando extraño que los confines entre la medicina y la superstición estuviesen mal concretados. Los facultativos sefardíes no estuvieron excluidos de la superchería en sus labores científicas y en el trato con la confianza popular. Los fenómenos ocultos tenían diversas interpretaciones y la fe mantenía unos confines muy diluidos con la superstición por lo que no era algo insólito, que naciesen especulaciones místicas durante el siglo XIII español. Maestros como Ibn Adret o R. Nissim Gerundi se contrapusieron a las conclusiones cabalísticas, mientras otros las colaboraron como fueron Nahmánides o Bahya ben Asher.


Entre los detractores cabalísticos encontramos a Maimónides, donde en una de sus obras – Mishné Tora – muestra su rechazo a las creencias astrológicas, íntimamente ligadas a la magia astral:

“Todo el que hace algo por cálculo astrológico, disponiendo sus tareas o desplazamientos en las horas recomendadas por los escrutadores del cielo, merece azotes. Todas estas prácticas son mentiras y falsedades. Quien crea en estas y parecidas no es sino un necio y carente de entendimiento ”
.

A pesar del rechazo que recibía por algunos sabios la práctica de la “Kabbalah” podemos añadir, que la biblioteca del rey Alfonso X “El Sabio” contaba con tres enciclopedias sobre “ciencia astrorum”: Libro del saber de astrología, Libro de Astromagia y Libro de las formas et de la ymagenes que son en los cielos. Entre sus textos quedaba recogido el método de fabricación de talismanes en el momento mas indicado por los astros. El rey alfonsi mostraba un sumo interés por el “Libro de Astromagia”, en la actualidad conservado de forma incompleta en un solo manuscrito en la Biblioteca Vaticana , según apunta García Avilés.

Los místicos judíos mostraban una tendencia a ocultarse en sus escritos, recurriendo asiduamente al anonimato o a la  pseudoepigrafía, de modo que se conservan pocos detalles biográficos de los más grandes místicos judíos; y  aunque el tema del ascenso del alma del místico está presente en muchas obras, la meditación y la contemplación  cabalísticas recalcan el aspecto más espiritualizado y abstracto de esta práctica. En  España,  los  documentos  históricos  del  siglo  XIV  revelan  dos  concepciones  distintas  acerca  de  la teología  y  la  práctica  de  la  Cábala,  que  dividió  a  los  estudiosos  judíos  en  dos  grupos:  los  místicos  y  los  racionalistas. Del mismo modo quedo probado que  algunas  comunidades  de  Cabalistas  residieron en España  hasta  la expulsión  de  los  judíos, siendo la  comunidad  mística  más  conocida la de Safed.  

Gracias a las reiteradas aportaciones del pueblo hebreo a la historia de la cultura y de la ciencia de la humanidad, el judaísmo hispano dispuso de abundantes estudios de carácter histórico, filosófico, literario, etc. Precisamente por ello es de extrañar el déficit y, en su caso, la insignificancia en el tratamiento que la historiografía general ha prestado a las relaciones y, sobre todo, a las significativas aportaciones ejecutadas desde el ámbito judío a la Astrología, y por extensión a ciencias como la Astronomía, Matemáticas o la Medicina.

Factiblemente el esclarecimiento a dicha cuestión habría que buscarla en el temor, secular, no exento de misoneísmo, subyacente en ámbitos heterogéneos a la hora de manejar el asunto  astrológico. En lo que al ámbito religioso respecta, porque la tolerancia de la teoría y la praxis astrológica suponían un conflicto con la esencia misma de la religión judía. En cuanto al campo científico, el tratamiento que recibió la astrología judía no difirió del que se le presto a la Astrología en un aspecto general: rechazo generalizado a lo que se consideró simple superstición. Una actitud decimonónica basada en la idea racionalista imperante que favorablemente se estuvo superando por la investigación científica.

E. Cantera Montenegro hace referencia a que el Talmud se muestra igual de expeditivo con las prácticas por entonces denominadas ocultas, condenándolas sin duda alguna y tildándola de charlatanería los augurios de brujos y magos, relacionando la magia femenina con los vicios sexuales. En el apartado de las actividades esotéricas hay que hacer referencia a las maldiciones, los conjuros o prácticas similares. Obviamente se puede hipotéticamente asumir, que estas prácticas no eran exclusivamente puestas en práctica por los sefardíes, ya que los musulmanes y cristianos eran ejecutantes de usos similares.

Ya hemos mencionado que el rey Alfonso X “El Sabio” era seguidor de las practicas astrológicas. En el scriptórium del rey abundaban judíos cuya función se reducía a trabajar en la traducción de los libros de magia. Como hemos podido ver, no solo a los judíos les inquietaba los aspectos científicos, aunque fueran estos los que recibieran todas las miradas críticas. A lo largo de toda la Edad Media, la medicina, magia y astrología como ciencia que tratan del ser humano, de su cuerpo y mente, estuvieron estrechamente ligadas, no concibiéndose el estudio de la medicina o su aplicaciones prácticas al margen de la astrología, al considerar que los astros influenciaban directamente sobre el hombre desde el inicio de su vida hasta su muerte.  

La astronomía y la astrología formaban parte importante del curriculum de las escuelas y facultades de medicina. La estrecha vinculación entre medicina y magia queda también de manifiesto en la frecuencia con la que en los textos médicos, desde la Antigüedad hasta el siglo XVII, hacen alusiones a prácticas mágicas. No obstante los judíos, como los demás pueblos de la Antigüedad contemporáneos suyos (cananeos, asirios, babilonios, egipcios), recurrieron frecuentemente a prácticas mágicas especialmente en los instantes de incertidumbre. Diego Mateo López Zapata (1725), nacido en Murcia, hijo de una familia judía expulsada a Portugal fue bautizado formalmente aunque se declaraba judío de práctica y corazón. El doctor Zapata estaba muy unido al doctor Muñoz Peralta, medico de cámara de Felipe IV y presidente de la Regia Sociedad Medica Sevillana, haciéndolo miembro de dicha sociedad.

De esa época data el libro suyo en defensa de la aplicación de preparados químicos en terapéutica: Crisis medica sobre el antimonio… En dicho libro anima el doctor Zapata a la creación de la Sociedades Médicas, donde se incitaba a investigar la anatomía y patologías, dando un paso adelante que sobrepasaría la ciencia adquirida con los aforismos de los clásicos. La profesión médica por aquella época, era una de las que mayor porcentaje de criptojudios daba, resultando la creación de estas sociedades de investigación incomodas y a veces temidas por la sociedad médica, bastante conservadora y temerosa de que la investigación les alejara de la filosofía y la teología, elementos fundamentalmente integradores de las sociedades, como que abandonar la ortodoxia los llevaba directamente a la Inquisición.

A finales del siglo XVI eran escasos los clérigos que no se habían aficionado al estudio de la magia y alquimia, considerando “sagradas” sus prácticas, acusando de paso de nigromancia a los magos laicos. Aun así, la Inquisición no permaneció al margen de sus prácticas, sentenciando a la hoguera a múltiples hechiceros y brujos. “Así que, mientras el clero practicaba la hechicería y el arte de evocar legiones de “demonios” sin que el poder civil le molestase mínimamente, se perseguía cruelmente a los extraviados y monomaníacos” (Petrovna Blavatsky). En ningún país como en España y Portugal estuvieron tan difundidas entre el clero las artes de magia y hechicería. Los inquisidores, al juzgar el acto de herejía, distinguían entre los delitos de herejía formal y los delitos de herejía implícita que podrían ocultar una herejía. La expresión herejía formal hacía referencia a los universos simbólicos alternativos al católico, como eran entre otros el judío. La sospecha de herejía implícita tenía siempre que ver con conductas contrarias a normas fundamentales de la Iglesia, entre ellos podríamos reseñar la bigamia o duplici matrimonio, que se efectúa cuando alguien vuelve a contraer matrimonio sin que se haya disuelto el vínculo anterior.

En el universo simbólico judío no se regula la institución del matrimonio como indisoluble, convirtiéndose en foco de sospecha el hecho que detrás de cada bígamo se pudiese ocultar entre otros un judío.

Del mismo modo que los sefardíes se manejaban en la medicina, lo hacían igualmente en la farmacología, donde destacaríamos a Ibn Yanah, muerto en Zaragoza hacia 1040, e Ibn Buklaris, que falleció en la misma ciudad a principios del siglo XII. El primero compuso un Taljis (resumen) farmacológico que no permaneció en el tiempo, pero de el que se beneficiaron el más famoso de los farmacólogos de al-Ándalus, el arabo-andalusí Ibn al-Baytar.
En cuanto a Yunus ibn Isahaq ibn Buklaris al-Israili, apenas existe información de su vida, tan sólo que redactó su tratado farmacológico conocido por al-Mustaini encontrándose en Almería, y que se lo dedicó al rey de Zaragoza Ahmad II al-Mustain
bi-llah (1085-1110) con el propósito de cautivar su atención, pues entraría al servicio del monarca zaragozano después de 1085 aunque parece que abandono al-Ándalus quizás por la entrada de los almorávides en Almería en 1091.

Gracia a las inquietudes de estos y otros muchos científicos como hoy en día los denominaríamos, se lograron avances que con el cristianismo de aquella época no se hubiera alcanzado. Todo ello estuvo en ocasiones apoyado por la sabiduría del pueblo árabe que habitaba el Sefarad hasta su expulsión. Aun así, no deja de ser cierto que los estudios árabes —que a veces por presiones de los juristas y médicos de la universidad (sobre todo por parte de los médicos, ya que habiéndose dotado una cátedra de medicina aviceneana querían traducción fiable siquiera del Canon de Avicena) tuvieron que desdoblarse de los de hebreo y caldeo—, aun con su precariedad, fueron los primeros y únicos existentes en Europa durante mucho tiempo.


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