¿Por qué las fantasías sobre la muerte de Osama son tan perversas como el mismo Osama?

altUn profesor de la cátedra de Sociología General de la UBA afirmaba que antes que explicar la oscura trama que condujo a la muerte de Alfredo Yabrán, la tarea de la sociología consistía en reflexionar sobre el escepticismo que había despertado el hecho en la población: eran muchos quienes dudaban de que Yabrán efectivamente estuviese muerto. Esto permitía leer una característica de la sociedad argentina, su incredulidad frente a los eventos que involucran a las cúspides del poder, al punto de reemplazar la sustancialidad de una noticia por una intrincada teoría conspirativa.

    Una vez más, la recepción de la noticia de la muerte de Osama Bin Laden por la opinión pública merece una reflexión. Para eso permítanme señalar 3 fenómenos distinguibles en dicha repercusión:

1) Incredulidad y aliento a las teorías conspirativas. Las teorías de la conspiración son fantasías de circulación social que permiten condensar y articular un conjunto de creencias populares que, a simple vista, son contradictorias entre sí. Pero la existencia de una contradicción importa poco en el marco de una teoría conspirativa. ¿Cómo compatibilizar, si no, la idea de que Bin Laden continúa vivo (y su supuesta muerte es sólo una operación publicitaria para prestigiar a Obama) con la idea de que Bin Laden nunca existió? ¿Cómo conciliar la idea de que Bin Laden es un líder financiado y entrenado por la CIA, con la idea que Bin Laden nunca fue una persona física sino una ilusión pergeñada por el gobierno de EE.UU.? ¿Cómo compatibilizar la sospecha sobre la alianza estratégica entre los EE.UU. y el líder integrista, con las acusaciones de que la omnipotencia de EE.UU. acabó con Osama brutalmente, sin ofrecerle la garantía del debido proceso? Como se observa, en las fantasías paranoicas de orden público, al igual que en los sueños descriptos por Freud, no existe la contradicción. La fantasía social explica la realidad al modo del chiste de los judíos y la vasija: uno le presta a otro una vasija y éste se la devuelve rajada. El acusado se defiende: “en primer lugar no te devolví la vasija rajada, en segundo lugar ya estaba rajada cuando me la prestaste y en tercer lugar, nunca me prestaste ninguna vasija”.

Las teorías conspirativas suelen reforzar la idea de que tras la realidad evidente opera un agente todopoderoso, el que controla los hilos de los acontecimientos desde las penumbras. Este modo de argumentación, peligroso por cierto, es fácilmente aceptado por el público masivo, pues los caóticos y complejos resultados de la interacción social son simplificados en la atribución de la responsabilidad a un agente omnipotente.


2)  La exaltación de los aspectos más instintivos y primitivos de la humanidad. Le Bon, uno de los primeros psicólogos en estudiar el comportamiento de las masas, señalaba que “por el mero hecho de integrarse en una multitud, el individuo adquiere un sentimiento de poder invencible, que hace que la muchedumbre se vuelva más primitiva y menos sujeta al control ejercido por la conciencia o por el temor al castigo”. Freud posteriormente cuestionó esta idea. No obstante, aunque el principio de Le Bon no sea infalible, algo de su funcionamiento pudo evidenciarse en la multitud que salió a las calles de New York a celebrar un asesinato, exhibiendo el rostro primitivo e irreflexivo de la masa. Es difícil pensar que quien condena un ataque terrorista partiendo de la defensa incondicional de la vida humana, pueda alegrarse por la muerte del perpetrador. ¿Esa misma multitud satisfecha también cree en la garantía del debido proceso, en el derecho a la defensa del que gozan incluso los criminales más siniestros? ¿Es posible negar que el derecho a la defensa en juicio emana de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el único marco valorativo desde el que los ataques del 11-S pueden ser inexorablemente condenados, sin ninguna otra consideración? ¿La exaltación de la venganza clandestina no es, finalmente, una aprobación de una guerra sucia en que cualquier conducta es esperable? Como ocurría con las justificaciones místicas de la guerra lanzadas por G.W.Bush, nos encontramos nuevamente frente a una “suspensión religiosa de la ética”, en que la adhesión a una Causa (por ejemplo, la seguridad, la democracia o la libertad) abre un estado de excepción en relación a las pautas éticas comúnmente aceptadas por el occidente moderno. No nos debería sorprender: desde el año 2001 se debate públicamente en Estados Unidos acerca de los casos en que la tortura estaría justificada. La celebración del asesinato de Osama Bin Laden parecería demostrar que para ciertos sectores de la sociedad norteamericana aquél debate ya está saldado.

3) La referencia a imágenes que son  patrimonio de la memoria colectiva argentina. Una operación clandestina y silenciosa en el refugio de un supuesto terrorista (esta condición no fue probada por ningún Tribunal); el líder abatido en un supuesto combate, su cuerpo desaparecido y arrojado al mar desde un avión, la intervención militar norteamericana; ¿no son todas imágenes que remiten a nuestro acervo histórico más reciente? ¿No se involucran de alguna manera con la sensibilidad de los argentinos, haciendo que, de manera conciente o inconciente, muchos perciban a Bin Laden como una víctima? No es raro que ciertos sectores de la izquierda se concentren en la condena de Barack Obama y tengan pocas palabras para referirse a Osama. Osama es sin duda un tema espinoso, que preferirían no tocar, pues señala sus contradicciones más íntimas: la contradicción entre la justificación o comprensión de los movimientos que se reconocen anti-imperialistas, y la comprobación del salvajismo que muchos de estos movimientos son capaces de desplegar.     


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