Judaísmo/s argentino/s*

alt∗ Este texto se basa en mi artículo “El Ser judío y la diáspora: fragmentos contemporáneos desde Franz
Rosenzweig”, publicado en DUJOVNE, A., GOLDMAN, D. y SZTAJNSZRAJBER, D. (compiladores)
"Pensar lo judío en la Argentina del siglo XXI", Buenos Aires: Capital Intelectual, 2011.

El dilema y la reflexión sobre la formación y el hombre judío se extienden desde el principio mismo del judaísmo. Su problematicidad diaspórica dentro de nuestros Estados modernos ha adquirido, a lo largo del tiempo, particularidades en cada lugar en donde se desarrolla la vida judía. Una de estas situaciones la podemos encontrar hoy en un judaísmo argentino que transita entre un supuesto problema de asimilación, de dispersión comunitaria y en el problema de identificación que genera la distinción entre lo judío y lo israelí por un lado, y lo “ortodoxo” frente al resto de los modos del judaísmo por el otro.

En la Argentina de nuestros días es posible encontrar algunas preguntas abiertas a nuestra vida judía: ¿qué judaísmo deseamos construir? ¿qué judaísmo intentamos transmitir? ¿qué es el judaísmo diaspórico? o ¿qué significa hoy la vida judía?

Así nos adentramos en una de las grandes problemáticas diaspóricas de la actualidad, y especialmente del caso argentino. Por un lado, lo diaspórico en el sentido de la vida judía y la asimilación y con ello, la necesidad del resguardo no sólo de una educación judía, sino también de una “identidad judía” que trascienda el mero hecho de la filiación por nacimiento, del lazo sanguíneo: la cultura judía. Es por ello que debemos plantear la idea de una “vida judía diaspórica” en la que la subsistencia del judaísmo como tradición y forma-de-vida se encuentre sostenida más allá del debate ortodoxia-laicismo: en la posibilidad de ser judío –hacia adentro y hacia afuera– en un Estado cristiano y secular.

Uno de los problemas principales que hoy, en el mapa de nuestros judaísmos, se nos presenta es el de la ley porque nos divide hacia adentro de la comunidad. Ley que es imposible por demás escindirla del fundamento de la herencia que conlleva el pueblo judío. Herencia manifiesta en el mandamiento de amor y honra a los padres para vivir, de esa manera, una larga vida sobre la tierra que Dios nos ha entregado. Es así que el mandamiento y la herencia están unidos en el amor a nuestros padres y en la tierra que habitamos.

Al igual que por ejemplo el filósofo judeo-alemán Franz Rosenzweig lo reconociera en los años 20’s, parte de la esencia de la vida judía y el sentido onto-teológico de la comunidad en la vida de la diáspora es posible de encontrar y transmitir en la sinagoga. La sinagoga trasciende el límite de la mera práctica del culto, de lo que podríamos llamar la “religiosidad”, porque debemos pensarla como un ámbito de “vida comunitaria” que no pierde la práctica religiosa, sino que la retroalimenta desde el fortalecimiento del vínculo comunitario judío. Es el rol que debemos conservar como desafío, hoy en día, de la sinagoga en relación con el “mundo judío”, y específicamente, con el mundo judío diaspórico.

Como bien ha indicado el Rabino Soloveitchik en relación a la comunidad de la oración, “la figura central en la historia judía fue, no el rey, ni el mariscal de campo, ni el líder político, sino el anciano maestro rodeado de muchachos.” Enseñanza transmitida en la Torá, en el deseo de Moisés de que todo el pueblo sea un pueblo de sacerdotes, recordando el pasaje (Números 11:29) en el que Dios traspasa parte del espíritu de Moisés a los ancianos, y Moisés pronuncia que ojalá todos en el pueblo de Israel fueran profetas y que Dios reposase Su espíritu sobre ellos. En este mismo sentido, y pensando la restauración de la vida judía, un pensador tan complejo como Aaron D. Gordon escribe que en el traspaso del espíritu de Moisés “cada cual hallará para sí un sendero tan amplio como los espacios siderales, y que echará a andar por él, y que fuese capaz de ejercer influencia y recibirla de sus compañeros, todos tan grandes y libres como él.”

En nuestros días, por las condiciones de la vida judía en la Diáspora, alejados de la tierra de la esperanza mesiánica, en debate continuo sobre la naturaleza teológica o política del Estado de Israel y lo que ello ha constituido en su relación con el resto de los Estados y del judaísmo y, finalmente, conviviendo entre aquellos “otros mundos” que hacen al universo de la vida judía, la tarea de la sinagoga puede ser una de las herramientas esenciales para una comunidad judía en el sentido ahistórico, eterno y revelado.

¿Cómo podríamos hacerlo entonces? A través de aquello tan propio de la singularidad del pueblo judío: la rememoración y la oración. La vida contenida en la posibilidad de la herencia y su fortalecimiento. Desde el recuerdo de la salida de Egipto al mandamiento de honrar a nuestros padres. Porque honrar a los padres es honrar el sentido de herencia que nos trasciende, la existencia misma. Es tal vez por ello que luego de los mandamientos referidos al amor a Dios, y antes de los mandamientos referidos a la relación del hombre con el otro hombre, aparece el del amor a los padres. Puente entre Dios y el hombre como otro, entre eternidad y existencia. Es la celebración de la posibilidad de transmisión de los fundamentos y valores del pueblo judío, rememorando la triple herencia, la de El Otro trascendente, Dios; el otro como herencia y existencia, en la figura de amor a los padres; y por último, en el otro como prójimo y como no-judío, en donde se incluye a la humanidad toda.

Si queremos un nuevo pensamiento que reflexione estos tiempos que se debaten entre la secularización y la teologización de la sociedad, tal vez este sentido de comunidad vuelva público el sentido teológico-político de una vida consagrada a los valores de la tradición judía. Valores y forma-de-vida que no pueden separar al individuo de la comunidad, porque ella contiene ambas, respetando su individualidad en la posibilidad de una existencia comunitaria y moral, trascendente, más allá de la voluntad del individuo. Restituirla a través de la oración nos irá acercando a la posibilidad mesiánica de la cercanía con Dios. Porque debemos recordar que en la comunidad judía reside el sentido propio del mandamiento y de la ley unidas, pero conservando el instante en donde es posible la manifestación del espíritu de los mandamientos no transformados en ley.

Trascendencia que nos recuerda nuestra herencia, y que por ello mismo que nos interpela: la comunidad al hombre judío, en donde conservamos nuestra individualidad pero en la pertenencia a ese “mundo”; y Dios, a la comunidad y al hombre. Y es la sinagoga, como eje y expresión de la oración compartida y comunitaria, la que nos permite el acercamiento a Dios, como posibilidad mesiánica en estos tiempos históricos, ¡tan históricos!

Tenemos que construir una ética capaz de convivir con la vida política del hombre. Y un lugar para comenzar lo tenemos en la vida-en-común con la tradición moral que nos ha convocado a lo largo de nuestra existencia. Tradición que gira en torno a la educación “en los valores” judíos más allá de la educación escolarizada de la vida religiosa, más allá de los libros de enseñanza religiosa: tradición como vida judía. Y para ella, el intento en las sociedades diaspóricas en las que esta comunidad judía se hace manifiestamente existente es repensar el valor de la ley, del hogar y la sinagoga.

Porque hoy en día convivimos con un problema que se encuentra más allá del debate entre ortodoxia-laicicismo, y es le del mundo secularizado y el mundo “religioso”, el de la permanencia de los valores morales devenidos de la autoridad trascendente, posibilitando una vida tanto política como ética. Hoy en el mundo moderno, como lo ha indicado Hans Jonas, “en vez de lo absoluto, existe sólo lo relativo en la ética; en vez de lo universal, sólo lo socialmente particular; en vez de lo objetivo, sólo lo subjetivo; y en vez de lo incondicional, sólo lo condicional, convencional, y conveniente.”

Es así que hemos ido perdiendo poco a poco la trascendencia más propia del sentido de comunidad judía, el mandamiento que dio origen a la ley en manos del hombre pero que ha olvidado el mandamiento como mandato divino, y de esta manera, ha llegado a la neutralización de una vida moral y política, rumbo que la vida moderna de las sociedades contemporáneas ha profundizado.

Los pilares de lo que la vida judía en la Diáspora siguen presentes para nosotros, continúan debilitados por las divisiones en torno a la ley que pareciera servir para señalar quién es más judío que otro. Así como también el hogar judío se encuentra desterrado de su tarea histórica de transmisión de la tradición y los valores judíos. Destierro que forma parte de los tiempos que corren pero que no sólo incluyen al hogar judío, sino a un estilo de vida familiar que involucra la pérdida de los valores de todas las sociedades occidentales. Es entonces cuando podemos pensar que la oración comunitaria, que aunque sea tan sólo en los momentos de dolor o celebración convoca en la sinagoga hasta a el judío más asimilado, es lo que aún mantiene vivo el latido de una vida judía que se identifique con el espíritu del ser judío.


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