La Memoria de Pesaj: Una Historia de Dos Narrativas

Nuestros rabinos nos enseñan que todo judío debe verse a sí mismo como si él hubiera salido de Egipto. El Éxodo de Egipto no es la historia del pasado lejano sino la memoria viviente que debe moldear nuestra vida e identidad como judíos.
La memoria es un concepto engañoso por el cual no somos meros recipientes pasivos de eventos pasados, sino activos protagonistas al moldear la memoria y determinar sus características. La cuestión crucial que debemos preguntarnos es cuál historia elegimos contar. Qué recordamos de Egipto y sobre todo qué nos llevamos de esa memoria como piedra fundamental de nuestra vida judía contemporánea.
La historia del Éxodo, tal como la cuenta nuestra tradición, tiene muchas facetas, cada una entrelazando su propia narrativa y moraleja. La versión más común y prevaleciente presenta nuestra liberación de Egipto como una historia de elección. Nos cuenta acerca de nuestro sufrimiento en Egipto, de un Dios que recuerda su pacto con nuestros patriarcas, y que desciende con su brazo extendido y mano poderosa, con grandes milagros para liberarnos y convertirnos en su herencia y su pueblo elegido.
Al contar la historia recordamos la liberación de tal modo que nos dejamos acariciar por la luz del amor y cuidado divinos y sentimos el orgullo y la dignidad de ser el pueblo elegido de Dios. Contamos, paladeamos, magnificamos, y multiplicamos cada milagro como evidencia tanto de su amor hacia nosotros como de la base de la promesa de las grandes cosas por venir. 

Esta versión de la historia nos ha servido bien, especialmente en los momentos más oscuros del exilio mientras esperábamos nuestra próxima historia de liberación. Sirvió para generar un orgullo de pertenencia aun cuando nuestro precario estatus político sugería que éramos un niño abandonado. Cuando nuestra libertad y nuestro poder aumentó con el renacimiento de Israel y nuestra nueva aceptación por el mundo occidental, el orgullo que deviene de esta versión sirvió y sirve como un permanente catalizador para que nuestra gente se esfuerce por la excelencia, y para definirnos por nuestros logros. Es una versión que nos embebe con una sensación de dignidad y autoestima en la que ser judío y ser mediocre es visto como una contradicción.
La historia puede tener y tiene, sin embargo, su lado más oscuro. El orgullo puede engendrar arrogancia, y la “elegibilidad”, en lugar de ser un catalizador para los logros, puede convertirse en la base del autoritarismo. La historia acerca del amor de Dios puede procrear una sensación de superioridad y un desprecio hacia aquellos que no fueron receptores de ese amor.
La verdad es que este lado oscuro se encuentra a lo largo de nuestra tradición, ya que la historia del Éxodo fue a veces usada para discriminar entre el judío y el no-judío. Incluso halla su camino en el final de nuestra Hagadá tradicional con el llamado a verter la ira de Dios sobre las naciones que no Lo conocen.

Cuando contamos la historia es importante que nos apropiemos de esta parte también, porque ignorarla permitirá influenciar y enfermar nuestra alma. Solamente cuando un síntoma es reconocido podemos adoptar medidas que curen y reparen.
Como parte de la cura hay una dimensión del Éxodo que difícilmente encuentra un lugar en la narración de la Hagadá tradicional, pero que tiene un impacto significativo en el código moral judío. Es la parte de la historia que precede la liberación y que habla de nuestro pasado sufrido y humilde. Nos obliga a usar la memoria como un catalizador de responsabilidad hacia todos aquellos en circunstancias similares.

Si la primera versión nos une con nuestros hermanos judíos, la segunda nos ubica para siempre en el seno de la comunidad de sufrientes. Atempera nuestro orgullo con una dosis de humildad para asegurarnos que la arrogancia y el autoritarismo nunca se conviertan en nuestra herencia. Canaliza nuestro impulso de superación hacia áreas que no sirven solamente a nuestros intereses sino a los intereses de todos, especialmente de los oprimidos y olvidados.

Si la plegaria “Vierte Tu Ira” personifica nuestro lado más oscuro, entonces el principio de nuestra Hagadá, “Este es el pan de la aflicción, que nuestros antepasados comieron en la tierra de Egipto. Todo el que tenga hambre, que se acerque y como. Todo el necesitado, que se sume a nuestra mesa”, sirve como su antídoto.
Ambos lados, sin embargo, forman parte de nuestra historia. Corresponde a nuestro pueblo, cuya liberación sirve como catalizador para la excelencia, que reconozcamos  que es nuestra responsabilidad elegir qué versión de la historia contamos y cuál permitimos que prevalezca para definir nuestro futuro como pueblo. Es cierto que fuimos una vez esclavos; ahora, sin embargo, somos libres. Como gentes libres el poder está ahora en nuestras manos para ser una fuerza del bien, o del mal. Está en nuestras manos mostrar que el orgullo judío y el sentido del amor de Dios hacia nosotros no necesariamente conducen a la arrogancia y la ceguera hacia las necesidades y los derechos de los otros. Está en nuestras manos determinar qué historia nos definirá como pueblo. En este caso también la mediocridad y el ser judío deben constituirse en una contradicción semántica.

Traducción Ianai Silberstein.

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