Israel tras condena histórica e indigesta: primer ex presidente a prisión

altEntre la vergüenza y el orgullo

Un cóctel de sentimientos produjo la condena de siete años de prisión dictaminada  –el martes 22 de marzo por un tribunal telavivense– contra el ex presidente Moshé Katzav, de 65 años, tras haber sido encontrado culpable de dos violaciones (y también de obcenidad, acoso sexual y obstrucción a la justicia). Fundamentalmente, vergüenza y orgullo.

Vergüenza, porque se trata de quien fuera el octavo presidente del Estado de Israel, el cargo jerárquico más alto para el cual el Parlamento, se supone, elige a personalidades que cumplen como mínimo, con dos requisitos: una prestigiosa carrera política y una conducta intachable. La intención es obvia, que el «elegido» represente con el respeto y la dignidad que se merece, al pueblo «ídem».

Es verdad que la sociedad israelí –con el decoroso historial que sustenta de personalidades politicas, militares, artísticas y demás que tuvieron algún traspié y en algunos casos hasta profundas caídas que condujeron a sus protagonistas tras las rejas (sin ir más lejos en estos momentos hay dos ex ministros privados de su libertad)– podría estar ya acostumbrada a este tipo de escenas. Pero sucede que un ex presidente acusado de violación –que dicho sea de paso, en ningún momento manifestó arrepentimiento– traspasa  hasta el más frondoso imaginario nacional.

Una prueba más de que la realidad supera la ficción.

También la leyenda de las siete vacas gordas y flacas estaría a punto de cristalizarse de una manera por demás grotesca: Katzav ejerció la presidencia entre los años 2000 y 2007, exactamente el mismo período que le espera de prisión: siete años. ¿Casualidad o causalidad?

El orgullo, que convive junto a la vergüenza, la decepción e indignación, surge desde otra mirada sobre el caso Katzav. Lo genera el reconocimiento de que se trata de un hecho inusual a nivel mundial, de que los fueros judiciales le puedan a quien se escuda para delinquir «a piaccere» detrás de tan alto rango. (Cabe señalar que las víctimas de Katzav eran en el momento de los hechos, empleadas del Ministerio de Turismo y de la Presidencia de la Nación, en los respectivos períodos que ambos despachos estaban a su cargo.) Esto, evidentemente, habla muy bien del sistema judicial, afianza la confianza pública, y lo más importante, alienta a otras mujeres en situaciones semejantes, a valerse del coraje necesario para denunciar a violadores, maltratadores, golpeadores y gente de la misma calaña.

Pero aún así, no todo es color de rosa.

Falta el acorde final

Aún los optimistas más empedernidos que se empecinan en centrarse casi exclusivamente en el buen desempeño del sistema judicial no pueden pasar por alto el hecho de que el caso Katzav se desencadenó no por denuncia de una de las víctimas, ni de alguien de las altas esferas que, habiendo escuchado "algo" (ahora resulta que en las alturas corrían rumores…) instó a las autoridades a investigar, ni mucho menos, de alguno de los integrantes del círculo cercano a Katazv, que ahora se comenta que tenían  algún conocimiento de sus fechorías). El caso Katzav se desprendió de una denuncia por chantaje del propio Katzav contra una de sus víctimas. Seguramente, un paso que el ex primer mandatario no se perdonará nunca, así como tampoco el hecho de que fue él mismo quien decidió (contrariando los consejos de sus abogados) anular la alegación preacordada que ya había sido pactada y muy posiblemente le hubiese ahorrado la condena. Alegación que si bien quedó archivada, no hay que perder de vista como «mancha» de la justicia israelí, cuando se analiza su posterior y tan efectivo desempeño.

Es importante recordar que, de no ser por los «errores» de Katzav, esta película hubiese tenido un final muy distinto y mucho menos enorgullecedor.

Aún hoy, con la condena en el bolsillo (prevista a cumplirse a partir del 8 de mayo) el tribunal tiene la oportunidad de incrementar la dósis de orgullo nacional completando la investigación pertinente para descubrir si los miembros del «séquito» del culpable, estaban o no al tanto de los delitos o tal vez incluso lo secundaban y si es así, enjuiciarlos.

Una coincidencia surrealista

Mientras que los tribunales en Tel Aviv examinaban los expedientes del caso Katzav, y finalmente lo sentencian a siete años de prisión por violación, en Teherán, Sakineh Mohammadi Ashtiani, una mujer iraní de 43 años, era condenada a morir lapidada ¡por cometer adulterio!

Efectivamente, aún falta un largo camino por recorrer.

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