Una carta a nuestra familia de la Ribera Occidental

altFue con gran tristeza y horror que yo y el resto de Israel recibimos la noticia del asesinato de los padres y tres hijos de la familia Fogel.  No condenamos este acto, estamos de duelo.  Eso es lo que hace una familia.  Somos después de todo, una familia.  Durante los últimos años, parecería que demasiado a menudo, hemos olvidado ese simple hecho.  Hemos permitido que nuestras diferencias políticas introdujeran una cuña entre nosotros.  

Es natural que las familias se unan en tiempos de crisis.  Sin embargo, es una tragedia que una familia necesita una crisis para recordarle quién es.  Habrá muchos que explotarán las muertes de los Fogel para lucrar políticamente.  Están profanando sus nombres y la santidad  de las vidas que fueron tomadas.  Cuando la respuesta a estos asesinatos es expandir los asentamientos o condenar al ejército o al gobierno de Israel se está introduciendo otra cuña entre nosotros.

Los Fogel vivían en Itamar y eran colonos.  Esto sin embargo no lo convierte en una tragedia de colonos, sino de la familia judía entera.  Cualquier intento de un sector de “adueñarse” de sus muertes y por consiguiente heredar una compensación política no es sólo vulgar sino también un gran error.  Aquéllos que les ofrecen a “ustedes” unos cientos de casas más para la Ribera Occidental, o que ofrecen declaraciones de miles más, son portadores de regalos vacíos.  

Hay un desacuerdo profundo en nuestra familia. Para algunos, la tierra de Israel está imbuida con una santidad primordial, y es necesario aferrarse a cada centímetro para la redención de Israel.  Para otros  la Ribera Occidental es una ventaja estratégica que puede ser perdida solamente a costa de la capacidad de Israel de sobrevivir.  Para otros aun, la supervivencia de Israel requiere un compromiso territorial y la creación de un estado palestino, sin el cual Israel dejará de ser un estado democrático y se convertirá en un paria entre las naciones.  Para otros, la paz es una aspiración judía y moral, y un Israel que no coloca a esto en el centro de sus valores y políticas, está amenazando a su identidad esencial. 

El problema con que nos enfrentamos es que para algunos, construir y mantener los asentamientos es una necesidad judía y existencial, y cualquiera que no entienda esto está poniendo en peligro a nuestro Estado y a nuestro pueblo.  Para otros, construir y mantener los asentamientos en sí mismo crea una crisis judía y existencial que pone en peligro a nuestro Estado y a nuestro pueblo.

Esta diferencia es real. No se le puede quitar importancia.  Tras los asesinatos habrá unos pocos días de gracia.  Estaremos cometiendo un craso error si creemos que esta gracia podrá sostenerse a sí misma.

Nosotros, miembros de la familia, debemos reconocer que nuestra familia está en riesgo.  La cultura del debate político en Israel amenaza nuestra existencia misma.  Aunque en todas las familias hay diferencias, las nuestras son muy profundas.  En un caso así, la estructura familiar sólo puede ser preservada si ambos encontramos valores compartidos sobre los cuales construir nuestras vidas y erigimos límites que todos concordamos en que no deberían ser cruzados.

En cuanto a lo primero, la tradición de nuestra familia puede ayudarnos. En tanto la tierra de Israel es claramente central, difícilmente se agotan todos los valores y aspiraciones del judaísmo.  Mientras que no estamos de acuerdo  respecto a la centralidad de la tierra de Israel, y muchos de nosotros debatimos cuestiones de fe y ritual, todavía queda mucho en nuestra tradición que podemos compartir y tener en común.

Los que formularon la Declaración de Independencia de Israel comprendieron esta  necesidad y dijeron que la sociedad israelí debía ser fundada sobre la ética de los Profetas.  El problema es que la ética de los Profetas es un eslogan con contenido amorfo.  Nuestra familia necesita llenarlo con contenido real si vamos a construir una vida compartida a pesar de nuestras diferencias.

Sin embargo, también necesitamos mantener límites mucho más claros.  Aunque no podamos siempre encontrar valores compartidos, es crítico que por lo menos logremos un consenso acerca de las rayas que no podemos cruzar en nuestras relaciones recíprocas.

Aunque no todos estemos de acuerdo en cuestiones de política, tenemos que empezar una revisión sistemática de nuestro lenguaje y acciones pasadas y quitar todo vestigio de odio y sectarismo.  Debemos restablecer arenas tales como el ejército y la Suprema Corte a un lugar por encima de nuestros debates políticos.  Tenemos que dar por sentado que las leyes de nuestro país no pueden ser violadas.  Debemos quitar a las palabras  odiosas e hirientes de nuestro vocabulario.  Debemos reconocer que todos amamos a nuestro pueblo y a nuestro país por igual, aunque no estemos de acuerdo en cuál es la mejor forma de construirlo.  

Nuestros rabinos en el Midrash "La Ética de los padres según Rabi Natan," nos enseñan que cuando Moisés bajó del Monte Sinai, eligió romper la Torá antes que dársela a Israel, porque en ese momento las consecuencias de darle la Torá a gente que estaba adorando al Becerro de Oro hubieran expuesto a todo Israel a la destrucción.

Como familia que somos, necesitamos empezar a poner a la familia en primer lugar.  El judaísmo es una forma de vida para una familia, y sin la familia perderá su lugar y su fundamento.  Ahora es el momento de empezar a actuar como Moisés.  También es el momento para que nuestros líderes políticos y religiosos que afirman hablar por nosotros emulen a Moisés.  

Podemos separarnos fácilmente los unos de los otros, cada uno aferrándose a sus verdades y certezas religiosas y morales, o en cambio, podemos usar estos pocos días de gracia, una gracia creada por la sangre de los inocentes, para abrir un capítulo distinto y restablecernos como una familia que no solamente sabe cómo estar de duelo junta sino también cómo vivir junta.

Fuente:  http://hartman.org.il/Opinion_C_View_Eng.asp?Article_Id=644
Traducido por Ría Okret

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