Sismo en el vecindario

Especial para tumeser.com

Los dramáticos acontecimientos en el Medio Oriente, cuyo común denominador es la ola de protestas masivas contra el orden establecido, han recibido todo tipo de adjetivos en el intento de categorizar algo tan extenso como imprevisto.

Personalmente, y con la limitación de todos de estar viviendo algo que no comprendemos totalmente y mucho menos sabemos en qué derivará, prefiero referirme a estos sucesos como terremoto o sismo, en el sentido de “choque de fuerzas subterráneas y la liberación de energía en el curso de una brusca reorganización de los componentes”.

Las tensiones se han ido acumulando en la región desde el comienzo del renovado encuentro con Occidente a la caída del Imperio Otomano, y las represas que caen o están amenazadas de hacerlo allí se originan, ya sea directamente o como reorganización a la caída de estructuras generadas en sismos anteriores.
Las sociedades meso-orientales no han evolucionado orgánicamente, y basta contemplar por un momento las fronteras internas de la región para percibir la artificialidad de las divisiones políticas y por ende de los regímenes que las gobiernan.

Más aún, las economías de estos países siguen basándose en la explotación de recursos naturales, intercambiados por tecnología y bienes de consumo importados. Este esquema genera una estructura de poder bien definida: una cúpula reducida que controla la extracción y exportación de los recursos, se adueña de parte de los mismos, e invierte otra parte considerable en un aparato militar asociado, que recíprocamente le asegura la permanencia en el poder.
El que las ideologías que intentan justificar esta estructura sean tribales, raciales, nacionalistas o religiosas no cambia la esencia del esquema, ni el que para perpetuarse deba generar una sociedad sin movilidad interna y un aparato educativo-propagandístico dedicado al adoctrinamiento y  la persecución de ideas diferentes.
En caso necesario, el sistema se puede fortalecer agregándole un toque de amenaza existencial, interna externa, real o imaginaria.

Dos procesos internos importantes se conjugaron para generar la presente ola de manifestaciones: el demográfico y el mediático.

Aún cuando la mayoría de los recursos económicos generados por la explotación de los recursos naturales son malversados o invertidos en obras faraónicas y aparatos militares, la cantidad de dinero que de todos modos encuentra su camino a la economía local fue suficiente para generar una sustancial mejora respecto a la paupérrima situación anterior, lo que devino en un crecimiento demográfico acelerado y un cambio sustancial de la estructura etaria, generando una gran masa juvenil.
No pudiendo las sociedades rurales dar cabida a este crecimiento, las ciudades concentraron esta masa, a la que los regímenes dieron acceso a la educación superior ya que no existía capacidad de absorberlos en el mercado del trabajo manual.

Obviamente, esto no hizo más que posponer e incluso aumentar el problema: la población juvenil con preparación de estudios no encuentra perspectivas laborales ni de inserción social y se siente cada vez más frustrada.

Aunemos ahora el acceso a la información, a una realidad social cercana pero completamente diferente en la vecina Europa, e incluso el contacto directo con familiares y compañeros que han emigrado a ésta en busca de trabajo.
La disonancia entre la sociedad percibida como deseada: liberal, abierta y con dinámica laboral se enfrenta cada vez mas a la triste realidad doméstica: falta de perspectivas laborales (y por ende de mantener una familia y vivienda propias), y sujeta a una creciente represión por parte de un régimen corrupto y carente de ideas.

Este es el trasfondo sobre el cual se produce y propaga la ola de manifestaciones libertarias. Quienes la impulsan no son los candidatos para las válvulas de escape que proporcionó antes el fundamentalismo islámico, que recogió el apoyo de las masas rurales y las carentes de formación en los cinturones pobres de las grandes ciudades.
Se requieren soluciones y equilibrios nuevos, cuya forma final es difícil de adivinar.
Si bien se habla mucho en estos días de democracia y libertades civiles, las estructuras occidentales de referencia están basadas en sociedades con un gran dinamismo económico, en las que el factor principal de dinamismo es la creatividad individual.
Aún cuando la explosión de energía reprimida haga caer regímenes obsoletos en el Medio oriente y norte de África, no tiene la capacidad de generar una nueva economía, y sería demasiado aventurado conjeturar que el control de los recursos naturales pase al pleno de la sociedad, ni que veamos en estos países democracias efectivas al estilo occidental.
(Nada de lo dicho tiene relación con el falaz mito de que “el pensamiento Islámico o el arabismo son incompatibles con la democracia”. Simplemente la democracia al estilo occidental requiere de un tiempo histórico de maduración y de consolidación nacional de tribus y terruños del que éstos países aún no han comenzado a disfrutar).

Quizás el escenario más plausible en el futuro cercano sea una plutocracia civil que controle la explotación de los recursos naturales aliada al aparato militar, y con una mayor cuota de traspaso de recursos económicos a la sociedad civil, para dar cabida a las aspiraciones de los jóvenes.

ISRAEL
Se preguntará el lector qué influencias tiene todo esto sobre Israel. Las lecturas posibles son tantas como los lectores. La respuesta inmediata que nos genera el pesimismo acumulado en tantos siglos de historia es “Oy Vey”: había un equilibrio con el cual aprendimos a vivir, ahora todo se desmorona y cuando las cosas se complican, los goyim buscan el chivo expiatorio judío para canalizar las protestas.
En el otro extremo, la lectura mesiánica de que todo problema acerca la redención: mientras los árabes estén ocupados en sus problemas internos, nosotros podemos fortalecernos, seguir colonizando nuestros territorios históricos, y que el mundo deje de echarnos moralinas sobre la represión a los palestinos: miren a Qadaffi antes.

Una lectura un poco más pragmática diría que es cierto que el problema israelo-palestino se torna menos central, pero paralelamente los Estados Unidos deberán encontrar equilibrios con los nuevos regímenes, cuando ya no tendrán la carta de tolerar corrupciones y represiones todo el tiempo en el que su anti-israelismo sea limitado a la retórica y la diplomacia, y no pase a las armas.
Si la existencia de Israel en el espacio árabe-musulmán es difícil de digerir, la percepción de la continuada construcción de asentamientos israelíes en la Margen Occidental, percibida como el territorio que les quedará a los palestinos junto a Gaza, se ve como prueba intolerable de un enfoque colonialista de quienes respaldan a Israel, enfoque que no podrá tener cabida en las relaciones con los nuevos regímenes. Para los Estados Unidos principalmente, pero también para Europa, la estabilidad de nuevos regímenes pro-occidentales será mucho mas prioritaria que la relación con Israel, y es de suponer que habrá aún menos tolerancia a la política del gobierno israelí de hablar de paz y seguir creando obstáculos a la misma en el terreno.

Desde la óptica israelí, tampoco debe desdeñarse el riesgo de que el anti-israelismo musulmán sea una bandera de batalla con la que los fundamentalistas intenten fortalecerse en medio de estas convulsiones.
(Imaginemos qué hubiera pasado si existieran aún conflictos territoriales no resueltos con Egipto: fácilmente la reivindicación de liberación de territorios ocupados hubiera podido canalizar la revuelta).

La amenaza por parte del fundamentalismo islámico existe y es grave: Israel puede elegir solamente entre una política que aumente el riesgo de que ésta se acerque a sus fronteras, o una de reducción de la conflictividad en su área para permitir que las tensiones se canalicen en otras dimensiones del vasto mundo árabe y musulmán.  



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