Temple de acero

True Grit es la segunda adaptación (la primera fue protagonizada por John Wayne en 1969) de la novela publicada con el mismo nombre por el estadounidense Charles Portis en 1968. La historia es narrada por Mattie Ross (Hailee Steinfeld), una niña de 14 años quien acaba de perder a su padre en manos de un forajido al que su progenitor amparaba, Tom Chaney (Josh Brolin), quien luego se da a la fuga. Impulsada por la idea de vengar a su difunto padre, Mattie busca reclutar a algún sheriff dispuesto a seguirle la pista a Chaney y llevarlo devuelta al pueblo donde cometió el atroz crimen para ser ahorcado. Le recomiendan tres U.S. Marshals y decide optar por el más despiadado de todos, Rooster Cogburn (Jeff Bridgets), un alcohólico, tuerto y nada higiénico sheriff, al que nada ni nadie se le escapa. Cogburn, Mattie y LaBoeuf (Matt Damon), un Texas Ranger que también lleva meses siguiéndole la pista a Chaney por varios crímenes que cometió en Texas, se embarcarán en una intensa aventura en las peligrosísimas tierras amerindias buscando al escurridizo criminal mientras se topan con un sinnúmero de barreras que harían quebrantar (o al menos tambalear) hasta el más rudo cowboy.

El peculiar humor es parte esencial de la película, tal como sólo los Coen saben hacerlo. True Grit cumple de manera exquisita con todas las reglas de una cinta western y te hace adentrarte en ese mundo masculino, salvaje y violento en donde sólo sobrevive el más veloz. Sin embargo cada uno de estos valientes habitantes del lejano oeste muestran su lado sensible, las preocupaciones diarias, los amores no correspondidos y el respeto hacia el contrincante.

Apoyados en una narración clásica, los directores de Sin lugar para los débiles (No country for old men, 2007) vuelven a dejar los guiones originales que los caracterizan para adaptar una novela como en el film mencionado el cual los galardonó con el premio Oscar a la mejor película en 2008. En este caso, la novela de Charles Portis Temple de acero fue llevada a la pantalla nuevamente luego de la versión interpretada en 1969 por John Wayne que le valió un premio Oscar de la Academia al mejor actor.

Pero la película de los Coen se destaca por sí misma. El pulso narrativo, los personajes bien construidos, los manejos de cámara acentuando los puntos de vista, demuestran en los directores a los grandes realizadores que son, incursionando –y dominando a la perfección- un género no transitado hasta el momento, de manera clásica pero a la vez imponiendo su estilo y visión del mundo.

La violencia es el tema de la película. No hay personajes “buenos” al estilo John Wayne en esta versión, aquí todos están poseídos por el instinto asesino de buscar sangre: la niña quiere la muerte del asesino de su padre (no quiere justicia, sólo matarlo), Rooster Cogburn (Jeff Bridges) demostrar que no le tiembla el pulso cuando de matar se trata y LaBoeuf que llegado el momento su ética no se interpondrá entre el objetivo y su pistola. Tres generaciones dispuestas a derramar la sangre necesaria para cumplir su plan.

Los Coen como en Sin lugar para los débiles, realizan un discurso sobre la violencia en el subtexto de Temple de acero, y cómo ésta despoja a los protagonistas de un futuro prometedor. El tiempo adquiere un lugar primordial y el paso del mismo queda marcado “físicamente” en los personajes.

Todo el filme apela a la construcción de un western clásico, la toma panorámica, los planos americanos, la fotografía gran angular, los primeros planos en los duelos y a nivel temático, el bien y el mal, la falta de justicia, el orden versus la barbarie, elementos excelentemente trabajados para atrapar al espectador con la historia y los personajes. De forma inteligente, los Coen infiltran su discurso de sangre por debajo de la trama, como en el mejor cine clásico, donde un gran tema es acompañado por un gran relato.

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