¿De qué lado estamos?

Como judíos nuestro grupo de afinidad natural es el de los oprimidos, éste ha sido el imperativo moral del judío desde nuestro Éxodo de Egipto.  En vez de servir solamente como una narración que describe el pacto de Dios con el pueblo judío nuestra tradición posicionó a la historia del Éxodo como el paradigma del compromiso de Dios con los impotentes y la masa oprimida.  Como judíos se nos ha ordenado emular a Dios, por lo tanto estamos obligados a crear una comunidad comprometida no sólo con judíos sin con todos aquellos que lo necesiten.

Cuando la gente sale a la calle y reclama los inalienables derechos de ser un pueblo libre, cuando pide que su gobierno sea del pueblo y para el pueblo, cuando aboga por una distribución equitativa y justa de los bienes de su sociedad, la respuesta natural de los judíos es de apoyarla.  “Amarás al extranjero como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto.” (Levítico 19.)

En este caso, sin embargo, nosotros los judíos, y especialmente los judíos israelíes nos enfrentamos a un verdadero desafío.  Anhelamos un Medio Oriente democrático.  En el fondo, a menudo sospechamos que sólo en un Medio Oriente democrático lograremos la paz que aspiramos.  Sólo cuando la paz se haga entre pueblos libres, ratificada por sus gobiernos electos, tendrá un futuro viable y sustentable.

Sin embargo, nuestra experiencia es que todavía estamos por encontrar un pueblo así.  Todavía estamos por oír la voz en la calle, la voz que representa la voluntad de las masas que están dispuestas a reconocer nuestros derechos inalienables de vivir también como un pueblo libre en nuestra propia tierra.  Nuestra experiencia ha sido la opuesta.

Mi intención aquí no es echarle la culpa a otros, ni exonerar a Israel por el actual impasse en las negociaciones israelí-palestinas. Solamente estoy señalando el hecho que todavía tenemos que encontrar un movimiento “Paz Ahora” que haya surgido de entre la ciudadanía de los estados árabes.  La paz que hemos logrado ha sido solamente con regímenes autoritarios o monárquicos.

Parece que es solamente la elite gobernante en la mayoría de los casos, la que en contra de la voluntad expresa de sus poblaciones,  puede darse cuenta de los dividendos económicos y políticos que pueden ser cosechados con la paz. Son ellos y no las masas – quienes quieren una conexión con el Occidente.

Así que, ¿de qué lado estamos, del lado del presidente Mubarak de Egipto y del Rey Abdula de Jordania?  Ambos han negociado y mantenido una paz, no completa, pero paz al fin, que ha incluido al menos un cese de la guerra y las hostilidades, combinadas con la cooperación económica.  Ambos han resistido tenazmente las presiones de por lo menos grandes sectores de sus poblaciones de romper todas las relaciones con nosotros.  La verdad es que son y han sido nuestros amigos y aliados.


Estaría encantado si nuestros amigos y aliados fueran líderes de democracias liberales.  Al parecer en Occidente nos hemos acostumbrado a los compromisos morales en las áreas de negocios y política, ya sea importando trabajadores ilegales “a nuestro alcance”, negociando con países con leyes laborales subdesarrolladas, así como los aliados que hemos tenido que elegir para poder mantener el bienestar de nuestros ciudadanos.  

El significado de sionismo es la decisión del pueblo judío de entrar a la esfera de la realpolitik.  Es un ámbito imperfecto y de mucho compromiso.  Un pueblo sin poder es siempre un pueblo moral, y con poder se entra inevitablemente en situaciones turbias en las que hay que tratar de actuar de la mejor forma posible, y a menudo se está obligado a elegir la mejor de dos soluciones imperfectas y problemáticas.  Los israelíes hemos elegido renunciar a las elevadas alturas morales de los impotentes.

¿De qué lado estamos?  Primero, con aquellos líderes, por más fallas que tengan e imperfectos que sean que han tenido el coraje de tendernos la mano de la paz.  Creo que debemos hacerlo así sin pedir disculpas.  Las obligaciones morales para con nuestras vidas y nuestra supervivencia exigen esto de nosotros.  Al mismo tiempo, no debemos permitir que nuestras concesiones morales se transformen en un ideal moral.  

Rezamos para que algún día nos encontremos  con otro pueblo que reclame por sus propios derechos y también abogue por los nuestros, un pueblo para quien su propio éxito y el nuestro no sean un juego suma cero, gente que junto con nosotros sueñe y aspire a lograr un nuevo Medio Oriente.  Hasta ese día debemos hacer dos cosas.  La primera es apoyar a nuestros amigos.  La segunda es redoblar nuestros esfuerzos para asegurarnos que por lo menos dentro de nuestra sociedad, donde no tenemos que transigir con la moral, nuestras políticas reflejen nuestra obligación hacia el pacto de Dios con todos aquéllos que están oprimidos, y con el ideal de paz e igualdad para todos nosotros.  Lo primero nos permitirá vivir en el Oriente Medio.  Lo segundo asegurará que no nos convirtamos en un fenómeno del Oriente Medio y permanezcamos fieles a los valores que deben definir a un Estado Judío.

Fuente: www.hartman.org.il/Opinion_C_View_Eng.asp?Article_Id=621

Traducido por Ría Okret

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