De esta sangre, vendrán los nuevos tiempos

altHosni Mubarak ha elegido morir como un dictador. Morirá en Egipto, quizás, como él mismo dijo que desearía morir. Pero como van las cosas (miércoles a las 16:30 hs. de Uruguay), difícilmente sea como un hombre libre y digno. Probablemente preso o fugitivo. De los manifestantes de la plaza Tahrir (Liberación) nacerán los tiempos nuevos; ellos son los que están forjando una salida a la dictadura y no la tenue reacción internacional. Esta combinación podría precipitar un nuevo gobierno alentador solo si la decisión de las democracias obliga al tirano a abandonar el poder con mínimas contingencias.

El año 2010 fue un año difícil para la dictadura de Mubarak, pero las agencias internacionales nos informaron muy escasamente de ello. A poco de iniciar el año, Mohamed Mustafa el-Baradei, un hombre moderado y firme retornaba a vivir a Egipto con el deseo de dedicar sus últimos años a una tarea que le diera aún más prestigio que el que se había ganado en los últimos años como Director General de la Agencia Internacional de Energía Atómica (1997 a 2009) donde resistió los embates de la Administración Bush. Su firmeza y su ponderación le valieron uno de los reconocimientos de mayor prestigio: el Premio Nobel.

Los datos económicos de Egipto son muy malos. Hambre y represión, no son sustentables…además de ser una fórmula antidemocrática e inmoral. Pero Egipto y Mubarak han sido para la región un mal menor frente a otros autócratas, que además de dictadores se caracterizan por su militancia anti Israel. A ellos, en los últimos años se sumó Irán y el vacío de poder y corrupción de Irak, obra maestra final de una administración republicana que aceleró la crisis estadounidense hasta llevarla a un deterioro cuya dimensión y profundidad no ha sido adecuadamente dimensionada.

Los cables revelados hace pocos meses por Wikileaks nos muestran que desde mediados del año pasado los Estados Unidos intentaban persuadir a Mubarak para que en el menor plazo posible comenzara un proceso voluntario de reformas que concluyeran en un ambiente menos tenso y más libre. Pero Clinton no logró persuadir a Mubarak. Esa señal era esperada, parsimoniosamente, por una oposición moderna y modernizadora nucleada en la aún débil Asamblea Nacional para el Cambio (http://www.taghyeer.net), una organización que parece nuclear más a intelectuales y diplomáticos, más occidentales, y a un amplio universo de estudiantes universitarios y jóvenes, que a multitudes provenientes de las zonas pobres, desclasadas y analfabetas.

Las aspiraciones de la ANC son muy mesuradas, muy en línea con las expectativas de los países centrales y no suenan incómodas para la continuidad de la paz entre Egipto e Israel. A saber, los planteos:

1.       Poner fin al estado de excepción.

2.       El empoderamiento de la justicia egipcia para supervisar todo el proceso electoral en su conjunto.

3.       El control de la elección por parte de las organizaciones locales de la sociedad civil e internacional.

4.       La igualdad de oportunidades en los medios de comunicación para todos los candidatos, especialmente en las elecciones presidenciales.

5.       Habilitar a los egipcios que viven en el extranjero para ejercer su derecho a voto en las embajadas y consulados.

6.       Asegurar el derecho de sufragio en las elecciones presidenciales, sin restricciones arbitrarias de acuerdo a las obligaciones que a Egipto le impone la Convención Internacional de Derechos Civiles y Políticos, y la limitación del derecho a postularse para la presidencia en el caso de haber cumplido dos mandatos.

7.       Elecciones por número. Para la consecución de algunos de los procedimientos y salvaguardias para modificar los artículos 76, 77 y 88 de la Constitución tan pronto como sea posible.

Estas reivindicaciones han sido planteadas hace ya unos meses y Mubarak las ha ignorado decididamente, pero no se atrevió a reprimir a esta nueva organización. Y es que sus cuadros dirigentes y sus adherentes tienen fuertes vínculos con gobiernos, organismos internacionales, instituciones académicas de primera línea. Mubarak, advertido de que los plazos se acortaban, sin duda lamentó su tardanza en instrumentar la sucesión de su poder en beneficio de su hijo, y fue lo que comenzó a preparar en los últimos meses.

Este intento de continuidad del régimen, con la sola idea de perpetuar a la familia en el poder, en medio de una crisis profunda a la que el gobierno no sólo no atendió sino que ni siquiera dio una mínima muestra de sensibilidad, prepararon el terreno para que el desánimo de la población se convirtiera en ira y rebelión.

A lo que los egipcios le quieren poner fin, no es solo a una dictadura. Sino a una dictadura asociada al fracaso económico y a la violación de los derechos humanos en su más amplia dimensión. El riesgo es que cuanto más demore la dictadura en caer y los egipcios en ver nacer un nuevo tiempo, más duro, violento y profundo será ese movimiento. Y más cuestionamientos habrá a las alianzas que vengan del pasado.

Los dictadores que se aferran al poder, sólo dejan tras su paso una estela de sangre y muerte que la comunidad internacional tiene la obligación de presionar para evitarla. Y para ello es necesario que actúen con decisión y respetuosos de los principios del derecho internacional. Mientras, imagino, otros harán su tarea con inteligencia y discreción. También ellos deberían aprender la lección. Las apariciones en medios de esos que nos preocupan, parecen poner de manifiesto que tampoco parecen haber caído en la cuenta que los astros ya no están alineados como hasta ayer. Parecen olvidar aquella enseñanza que legara el primer estudioso del poder: “todos ven lo que tú aparentas; pocos advierten lo que eres”.

Tan real como ello, es el hecho que otros autócratas de la región han empezado a cambiar la partitura de sus dictaduras, y aún teniendo presente que cada país es una realidad diferente y específica, es muy probable que a más de uno de estos dictadores se les mueva el piso…incluso, que se caigan de sus tronos.

Pero nosotros tenemos otra preocupación, más angustiante y más intensa, que fuera de las limitaciones que impone la emergencia de esta hora, es necesario revisar y, sin duda, abogar por una nueva política exterior, sustantivamente mejor, principista y más inteligente. Más amplia, inteligente y plural, dejando atrás la comodidad errática de la estrategia de la sombrilla.

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