Memoria del Holocausto

altEl día 27 de enero se celebró el Día Internacional de Memoria del Holocausto y de prevención de los Crímenes contra la Humanidad. Sobre la historia de nuestro continente se yergue una sombra que envuelve en la tiniebla cada página, cada verso, cada línea. Cada año, pues, el mundo recuerda que aquí, en esta tierra, se exterminó a seis millones de seres humanos por ser judíos. Sólo a ellos se los busco por islas y bosques, por llanos y valles, de ciudad en ciudad y de puerta en puerta. En ese día, recordamos a todos aquellos que murieron a manos de los nazis y sus colaboradores.

¿Y luego? La pregunta es inquietante.

¿Qué ocurre al día siguiente? El mismo hombre que se conmovía recordando el sufrimiento de los niños judíos —un millón y medio- desnutridos, gaseados, estrellados contra las piedras; ese mismo, digo, acusa a Israel de los mismos crímenes que los nazis perpetraron.
Un día después de hacer memoria, el mismo señor que lloraba lágrimas sinceras por los jóvenes que murieron en los campos y los ghettos, por las madres huérfanas de hijos y los abuelos que jamás conocieron a su descendencia; ese mismo señor, digo, se pregunta por qué los judíos deben tener un Estado y justifica los atentados de Hamás y los ataques de Hizbulá como actos de resistencia.

No pasa mucho tiempo, sólo un día. Quien se indignó por el recuerdo de las humillaciones, las discriminaciones y el racismo —los judíos no podían comprar fruta fresca ni enseñar en centros educativos ni tocar en las mismas orquestas que los arios- esa misma persona, digo, llama a boicotear los productos y servicios israelíes como si la única democracia de Oriente Medio tuviese el estigma de haber logrado sobrevivir a las guerras y al terrorismo.

Tal vez sea que -para algunos- el recuerdo de un día justifica miles de olvidos. Quizás sea que evocar a los judíos muertos evita -para algunos- la necesidad de preocuparse por los judíos vivos. He aquí la perversión de la memoria.

En el judaísmo, recordar sirve para la acción. Miramos, pues, al futuro porque tenemos pasado. Bueno, mirábamos porque —bien pensado- hoy no sé muy bien hacia dónde vuelve su mirada Europa. Las cámaras de gas, las chimeneas, las fosas, los muros de los ghettos y los bosques que se alzan sobre muertos testimonian silenciosos la muerte de nuestro continente. Hay un réquiem por Europa en yiddish, en ladino, en polaco, en francés, en alemán, en italiano en serbocroata… Se trata, entonces, de ver si Europa resucita, es decir, si merece resucitar.

Por lo pronto, Europa tiene palidez de cadáver. La tibieza de su política exterior —burocrática, confusa, débil en valores y en acciones- camina junto a su indolencia. Como si, una vez más, el sacrificio del pueblo ruso, los jóvenes estadounidenses y los héroes de la Resistencia fuesen a derrotar a los enemigos de la libertad.

¿No os escandaliza el silencio de Europa? Mirad el éxito de Hizbulá en el Líbano. Ved la creciente influencia iraní y su programa nuclear; contemplad el horror de los ahorcados y las lapidadas. ¿Necesitáis más? Escuchad a los cristianos asesinados en Irak, amenazados en Egipto, marginados en Pakistán. ¿Dónde está la voz de nuestro continente? Prestad atención: oiréis los miles de cohetes arrojados por Hamás sobre Sderot, la ciudad donde los niños tienen pesadillas explosivas pero sonará más el silencio de Europa. ¿No queréis oír? Bien, entonces sentid el aumento de los partidos de extrema derecha en nuestras calles. Mirad las pegatinas y los carteles que incitan al odio contra los extranjeros, los musulmanes, los homosexuales… y los judíos, por supuesto. ¿Dónde queda nuestra civilización de libertad y derechos humanos?

Kafka y Joseph Roth, el viejo Canetti y el gran Husserl lo vieron. El odio empieza por los judíos pero nunca termina por ellos. Hace un par de años, el Presidente de la Federación de Comunidades Judías de España fue insultado públicamente en un campus universitario durante una conferencia: se le perdía que reconociese tener empresas. Naturalmente, el insulto quedó impune. ¿No nos avergüenza esto?

Estaba por escribir que todo está perdido pero no…Aún no.

La dignidad de Europa —de la verdadera- la salvaron tipos increíbles. Muchos de ellos eran gente normal -¿qué será eso?- y no triunfadores. Mientras al Reich lo recibieron jubilosos profesores, médicos, juristas y científicos, a Europa la redimieron campesinos, funcionarios, policías, oficinistas y —permítanme la ironía- hasta algún abogado. Los Justos entre las Naciones salvaron a judíos a riesgo de su propia vida sin lucrarse a cambio. Fueron un puñado pero como los resistentes — ved a Jean Moulin con su terrible cortejo- ellos demuestran que ante el Mal se puede y aun se debe combatir.

En esta Europa hipocondriaca, asustada, temblorosa, estos héroes nos demuestran que siempre hay una alternativa. Sin duda existen cosas por las que vale la pena sacrificar la vida. Mi abuelo me enseñó que a veces un hombre debe jugarse el todo por el todo aunque pierda. Ahí están los yugoslavos que se sublevaron contra el Eje sin posibilidades de vencer. Les costó un 10% de la población derrotar a los nazis y sus aliados pero lo hicieron.

Hoy, Occidente afronta muchas amenazas a ambos lados del Mediterráneo, en el Cáucaso y en Asia Central, en Oriente Medio y en África. Europa acoge en sus ciudades a quienes quieren destruir todo aquello que Occidente significa: la libertad, la justicia, la dignidad del ser humano, la razón la democracia, el Estado de Derecho, el valor de la vida.

Una vieja canción en yiddish lamenta que ya no jueguen niños judíos en los bosques de Polonia. Sólo la soledad cubre los restos de las sinagogas vacías, derruidas, olvidadas. El humo se llevó a Irene Nemirovski. Primo Levi no soportó sobrevivir y Jean Amery no pudo seguir viviendo. Todos ellos nos interrogan desde lo más hondo de nuestra Historia.

Si el recuerdo no nos lleva a la claridad moral que diferencia entre las democracias y las tiranías, ¿qué memoria es ésa?

Si la conmemoración no nos lleva a actuar frente a los tiranos, los violentos, los terroristas, los incitadores al odio, ¿qué conmemoración es esa?

Si la memoria sólo nos mueve a la compasión pero no al compromiso, ¿qué futuro nos espera?

He aquí la responsabilidad de Europa, es decir, la nuestra.

Fuente: El Imparcial


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