Plurar y Singular de las fiestas judías

Lo humano, lejos de ser una superficie lisa y homogénea, se compone de rugosos conjuntos y de una innumerable multiplicidad de grietas, densidades y texturas. Esa multiplicidad que el tristemente célebre “crisol de razas” quiso borrar, reduciendo sus variaciones a un vago concepto general y vacío. (Spinoza sabía: “no existen los universales sino los singulares compuestos en un plural”)

De ahí que cada cultura o cada pueblo reformule en sus propios términos preocupaciones que son comunes a todos los hombres, pero que no pueden expresarse sino desde una cierta perspectiva, la que corresponde a la historia, la tradición y a la autocomprensión de ese grupo específico. Un ejemplo exacto de esto aparece en las fiestas o los rituales, aquello que caracteriza a lo humano como tal, pero conjugado en singular. Así, cada pueblo tiene un lenguaje simbólico peculiar para celebrar la existencia, el origen del mundo, los hitos en el tiempo, los ciclos de vida, la muerte y los pasajes, los pactos y los juicios. Todo lo social implica esa actividad significante, ya que el hombre es un “animal simbólico” (Nietzsche).
Cuanto mayor sea esta riqueza de símbolos, más variadas serán las formas de identificación que una cultura ofrezca a sus integrantes, ya que ésta –la identificación y no la congelada “identidad” - consiste en la relectura e interpretación de ese repertorio de acuerdo a la diversidad de épocas y de sensibilidades. Pero, si como decía Goethe –y Freud cita reiteradamente- “lo que heredes, habrás de ganártelo”, es preciso primero heredar, es decir recibir, conocer, honrar esa herencia para, luego, poder rescribirla y revitalizarla.

Y de escribir, precisamente, se trata en estos días. Las Altas Fiestas, Año Nuevo y Día del Perdón, son la ocasión en la que el judío pide que se lo inscriba en el Libro de la Vida –en Rosh Hashaná- y diez días más tarde, en Yom Kippur, que esa inscripción sea firmada. Este ciclo se llama, en realidad, Iamim Noraim, Los días terribles o Diez Días de Retorno: período del año dedicado al autoexamen, al reconocimiento de las faltas cometidas, a la reparación. Al encuentro con uno mismo, con los demás a quienes tal vez he dañado u ofendido, y con Lo Alto, esa Ley que lleva el nombre de Dios. De modo que no se trata exactamente de una fiesta, sino de un acontecimiento legal. Como señala la abogada y poeta Ana Arzoumanian, “...si la Torá es Ley, toda ley requiere una puesta en acto, de allí el procedimiento. Todo proceso requiere del tiempo. Días que se deben contar/cumplir para presentar pruebas/escritos. ...la sentencia abre un tiempo nuevo, un estatuto nuevo. El deseo no se cumplirá por la gracia, sino por las acciones de los requirentes.”

Como se ve, no es una cuestión –o no específicamente- “religiosa”, sino de aquello que Kant llamaba “lo sublime” (una posible traducción de lo “terrible” de estos días). “Cuando veo el cielo estrellado por encima de mí y la ley moral dentro de mí”, son las palabras del filósofo que expresan la experiencia del hombre de no ser omnipotente ni autosuficiente sino de estar ligado a algo que lo precede y excede y le da el carácter de ser cultural. Ya que además de ser un  animal simbólico, el hombre es un animal legal. Y lo sublime requiere de cierta solemnidad, ésa que el sonido del shofar instala en el ambiente y en el corazón. Los juristas reconocen tal “dimensión estética de la ley”. Más allá de las personales formas de vivir estos Días, es imposible ignorar su significado específico, el estremecimiento vital que el shofar y el Kol Nidre provocan, la profunda ansia de reparación –del mundo, del lazo con los otros, de uno mismo- que año a año se ofrece, como generosa oportunidad, a cada judío. Es que la ley nos preserva del destino, he ahí quizás el aporte más relevante del judaísmo a la historia. Y esa Ley humanizante y singular a la vez, se expresa en la liturgia que la tradición dona.  Algunos discursos “post-modernos”, so pretexto de un vulgar y vacío universalismo, caricaturizan tal escena, banalizando una dimensión fundamental de la compleja condición humana. Como diría Benjamin: “nos hemos vuelto pobres: hemos dejado la riqueza de la experiencia en la casa de empeños, por unas pocas monedas de actualidad”.

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