“Rememorar”: ser judío en el mundo

altLa rememoración es el núcleo del espíritu judío de la historia. Rememorar el pasado llevándolo hacia el futuro, conectándolo de esa manera al futuro y allí, entre ambas dimensiones, la extensión del presente como escenario en el que se abre la experiencia divina. Rememorar el pasado, convocar el futuro; consagrar el presente, redimiéndolo.

El tiempo, para el pueblo judío, está determinado por el pasado que se vuelve presente, por lo que no puede existir para el hombre un presente que no sea consecuencia de ese pasado del que forma parte. El presente, entonces, es un presente-atravesado por la rememoración del pasado que lo consagra.

Es así que el tiempo bíblico –tiempo de lenguaje sagrado– es un futuro trasformado en pasado. Es la reminiscencia de la palabra de Dios, expresión de un tiempo por venir: morada del Reino. En el no-saber lo que vendrá habita la esperanza mesiánica en la que ese no-saber es un saber-de-Dios: el por-venir es su morada.

En la consagración de un tiempo sin historia encontramos la posibilidad de un presente, de un puro-presente. Es el tiempo de Dios, de la experiencia divina. La reminiscencia de un tiempo edénico en donde Dios crea y el hombre es dado a la vida; en donde Dios enfrenta al hombre al todo para que sea nombrado: “…y tal como cada ser viviente era nominado por el humano, así quedaba establecido su nombre. Y el humano le otorgó nombre a todos los animales (domésticos), y a los animales del cielo, y a toda bestia salvaje…” (Gén. 2: 19-20). Tiempo como puro-presente, en donde no existe pasado; así como Adán no tiene pasado, así del mismo modo no es posible concebir el futuro. En el tiempo edénico se está. Allí, el hombre se encuentra consagrado a su ser, se halla en-sí-mismado. Es el lugar de un lenguaje creador en el que habita su carácter sacro que, como escribió Gershom Scholem, “estaba inmediatamente vinculado, sin alteración, con el ser de las cosas que pretendía expresar. En aquel lenguaje resonaba todavía el eco divino, pues en el hálito del divino espíritu el movimiento lingüístico del creador se tornaba el de la criatura”.


En el lenguaje se refugia el eco de lo divino.

Es por ello que la pérdida y expulsión del Paraíso fue el arrancamiento del tiempo presente. Corromper el árbol del conocimiento, del bien y del mal, ha enfrentado al hombre con la posibilidad de la existencia violenta en el mundo y en la otredad. Transformándose en un ser histórico. Y así, desde aquel instante, el hombre ha vivido entre el pasado y el futuro, en donde solamente a través de lo sensible –lenguaje sin palabra– es posible invocar a un tiempo inmemorial para hacerse del presente perdido. Placer y dolor, como vías profanadas de aferrarse al presente, es lo que le queda a este hombre que se ha vuelto ser-en-la-historia. Y la esperanza en un tiempo mesiánico se funda en la búsqueda de un tiempo y un espacio que se acerquen al tiempo edénico. A un puro-presente en donde la fragilidad del hombre revestido en su desnudez se haga in-existente, volviendo a ser propia de su sí mismo.

¿Cómo encontrar estas dimensiones de lo pasado y lo futuro?

En primer lugar, la rememoración vincula el pasado con el futuro arrastrando al hombre por la experiencia del presente como tránsito, movimiento. Es así que si nos detuviésemos, ya no habría presente, sino futuro. El hombre transita, la esencia del pueblo judío es el transitar, el movimiento, el éxodo. Por ello rememorar es hacer viva la “memoria redentora”, traer a nosotros la memoria que no lo es por sí misma, sino por ser memoria de la redención, rememoración, parte fundante de la experiencia judía.

En segundo lugar, la oración, la invocación a Dios, la práctica religiosa a través del uso de la palabra divina, es el cómo acercar el futuro al pasado: de hacerlo presente. Pero como el presente es imposible, la experiencia de la oración es efímera, y tan sólo dura lo que el hálito divino en los labios que lo llaman. La oración será presente en el mundo por venir, mientras tanto es tan sólo el eco de una huella inefable.

En el contexto de la rememoración y la oración, en la relación y el problema de las dimensiones del tiempo, está contenido el problema de “memoria redentora” y la “esperanza mesiánica”.

El tiempo es una de los ejes de la preocupación teológica, política y filosófica del judaísmo. El problema mesiánico, así como el problema de la ley, son sus herencias. La rememoración de la pérdida del Paraíso incluye al hombre como humanidad. Todos los hombres hemos perdido nuestra morada en donde Dios hacía el lenguaje y la palabra. El hombre ha sido arrojado sobre el tiempo. La esperanza en aquel estadío vincula por ello al pueblo judío y al todo. Y de esta misma forma la rememoración de la salida de Égipto y el recuerdo de haber sido esclavos, se repite como la cercanía de una vida que no deja de ser habitada en cada generación.

El pasado puede entenderse como puntos sobre el tiempo que ya han trascurrido. Estos puntos recogidos constituyen la idea de historia. Vida arrojada en el tiempo, construcción de la memoria. Esta vida debe ser narrada; si no, seguirá siendo un punto sobre el tiempo transcurrido que se ha apagado. La mayoría de los hombres forman puntos que se apagan sobre un tiempo constantemente uniforme y homogéneo.

El futuro es, así, la esperanza del por-venir. La pregunta por lo que vendrá, el interrogante de lo que (nos) depara. La certeza del no-saber en la que descansa la esperanza mesiánica del “por llegar”. El judío debe sentir la cercanía del éxodo y la revelación como un recuerdo vivido. No como un antes y un después, sino como un “mientras tanto”, como un “aquí, a mi lado.” Es así como lo dice la Torá y se recuerda en cada celebración. Aquello que vivieron los hijos de Israel lo vives como propio, como tuyo, porque es parte de tu existencia: la esclavitud, la libertad, el exilio. Esta ahistoricidad del pueblo judío, dada por la consagración del sentido de eternidad de Dios, hace que todos los instantes de la historia siempre resulten contemporáneos. De esta manera el pueblo debe sentir la cercanía del exilio y el significado de cada momento, de cada Salmo y de cada recibimiento del shabat; porque realmente, el instante hace a lo más propio de su relación con Dios y la recuperación de lo pasado es una necesidad vital permanente.

Podemos pensar entonces en una construcción del tiempo para el judaísmo, un “tiempo judío” que se plasma en el calendario judío pero atañe una idea propia de la idea de tiempo, cómo hacer para traerlo, para vivirlo. La respuesta se esgrime a través de la oración y la enseñanza “viva” de la ley (Torá). Es la oración a través de la cual hacemos presente esa reminiscencia por la palabra perdida, por el futuro por venir, pero al mismo tiempo es la palabra que rememora el pasado para hacerlo transcurrir en el presente y en ese transformarnos –a través de la vivencia de todo el pueblo– pareciera conectarse con el tiempo por venir. Es la oración la que une revelación y redención.

El tiempo desde el judaísmo debe concebirse como un transcurrir entre pasado y futuro que hace presente el devenir ahistórico de los acontecimientos fundantes del pueblo. El judaísmo no se halla fuera del tiempo, sino que vive entre el tiempo de la revelación y el tiempo de la redención. Por ello la necesidad del calendario, de la celebración y la rememoración. La esfera del pasado la representamos como el exilio, mientras que el futuro, retorno al esplendor divino de Jerusalén, es el tiempo del Reino de Dios.


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