Una historia con nombres y apellidos

Que el apellido es uno de los aspectos fundamentales en la constitución de la identidad de una persona, nadie lo discute. A lo largo de su historia, los judíos emplearon diversos nombres y apellidos, por elección en tiempos más o menos de paz; por imposición cuando resultaron víctimas de la Inquisición y el nazismo.   

Marcelo Benveniste, miembro fundador de la Asociación de Genealogía Judía de Argentina (AGJA) y director del portal eSefarad.com, sostiene que si bien “es muy difícil asegurar el origen de una persona en función de un apellido, pueden encontrarse características comunes en los grupos de personas de igual origen, ciudad, etc. En el caso de los judíos, la temática de los apellidos sefaradíes es bien distinta a la de los ashkenazim y tiene un punto clave en los tiempos de la inquisición del año 1492, donde los judíos que habitaban la península ibérica se vieron forzados a convertirse o a salir expulsados”.

“Entre quienes permanecieron en el lugar –continúa Benveniste-, algunos simularon una conversión manteniendo una vida judía en forma oculta y otros siguieron su 'nueva fe'. Tanto unos como otros mutaron sus nombres y apellidos para esconder el origen hebreo del mismo, tomando en muchos casos los nombres de lugares como Djaen, Ávila, Córdoba, Franco o Sevillano; aspectos físicos, como Moreno o Rubio; apellidos de sus oficios o profesiones como Guerrero o Sastre.”

“En muchos casos exageraron el nombre, de forma que no solo no sea un nombre judío, sino que sea expresamente católico como Iglesias, San Francisco, de la Cruz, etc. Por supuesto quienes fueron expulsados -la mayoría de ellos a distintas ciudades del Imperio Otomano- mantuvieron sus nombres bíblicos como Abraham, Israel o Levy o los de origen hispánico como Berro, Ferrera o Galante. Más tarde, la cultura de las localidades donde residían aportaron lo suyo, por lo que pueden encontrarse apellidos de origen turco, griego, italiano, árabe, etc.”, concluye.

EL NAZISMO

En un principio, la estratificación religiosa (ligada por mucho tiempo a la social) dio lugar a apellidos y sus variantes, que aún hoy perviven: Cohen, Levy, Israel.

Durante cientos de años, los apellidos utilizados por los judíos europeos no diferían particularmente de aquellos empleados por los no judíos. Remitían –según la etimología aportada por el idioma local- a oficios, lugares, colores, apariencia física, ciudades de procedencia, etc. Por caso, encontramos prefijos como Gold (oro), silver (plateado) o los sufijos man (hombre), sky (habitante de), stein (piedra), baum (árbol), entre otros.

Con el ascenso del nazismo, los judíos de Alemania comenzaron a sufrir la humillación, la discriminación y, en definitiva, la exclusión de la sociedad, a partir de la sanción de las Leyes de Nüremberg (1935).

En su libro “La historia de los Judíos” (1987), Paul Johnson describe cómo Hitler a partir de 1938 revirtió la obligación impuesta a los judíos gobernados por alemanes y austríacos, durante el siglo XIX, por la cual debían germanizar sus apellidos, les prohibió modificarlos y los conminó a volver a los de carácter judío.

Según Johnson, “con respecto a los nombres de pila, los judíos estaban limitados a los ´nombres judíos oficiales´, 185 para los hombres, 91 para las mujeres. Esta nómina excluía ciertos nombres bíblicos preferidos por los alemanes no judíos, por ejemplo Ruth, Miriam, Joseph y David. Los judíos que tenían nombres prohibidos debían agregar el de Israel, si eran varones, y el de Sarah si eran mujeres”.

Esa estigmatización del judío precedió a la creación de los ghettos, la imposición del uso de estrellas amarillas para finalmente pasar a la denominada “Solución final”, implementación de un sistema industrial de la muerte con la que los nazis asesinaron a seis millones de judíos, previo despojo de su identidad: en los campos de concentración los judíos, despersonalizados, en definitiva deshumanizados por los nazis, no tenían apellido, ni siquiera un nombre. La maquinaria burocrática de Hitler los había convertido en un simple número sellado en el brazo, con un destino atroz: las cámaras de gas.  


EL ESTADO DE ISRAEL

La creación del Estado de Israel constituyó la culminación de un sueño gestado durante miles de años: tener un hogar para el pueblo judío. Y los jalutzim, los pioneros que arribaban de Rusia, Polonia, etc., designaron naturalmente al hebreo como idioma oficial del naciente país. Lo que llevó a la hebraización de los apellidos de esos pioneros, casi como un leitmotiv nacional, como una reivindicación frente a la tragedia de la que los judíos habían resultado víctimas, pocos años antes.

Al respecto, Johnson individualiza a Ben Yehuda como el primero en cambiar su propio apellido, que era Perelman; David Gruen o Green se convirtió en David ben Gurión. Ese carácter –señala Johnson- posteriormente se tornó obligatorio, situación que el historiador marca como irónica respecto a lo que había ocurrido con los judíos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.  

EN LA ACTUALIDAD

Beit Hatfutsot, el Museo del Pueblo Judío, con sede en Israel, ofrece una base de datos de apellidos judíos (www.bh.org.il), “la única colección digitalizada en todo el mundo” según informa en su portal. La base contiene unas 20 mil entradas con información sobre el origen y significado de apellidos utilizados por familias judías, obtenidos de registros de diferentes ciudades y en más de una docena de idiomas.
La base tiene variados datos acerca de nombres judíos “raros y comunes” e información acerca la etimología del nombre, variantes idiomáticas, cambios y los más recientes. También brinda la posibilidad de descubrir judíos a lo largo de la historia nacidos con el mismo nombre.
La metodología con la que trabaja Beit Hatfutsot, sumamente rigurosa, “es el resultado de más de 20 años de trabajo por parte de expertos y del Museo”; las explicaciones están basadas en una amplia matriz de fuentes: investigaciones científicas, onomásticas y de otros diccionarios, fuentes tradicionales judías, etc. También aceptan aportes de información de particulares. Como regla general –se explica- ninguna descripción ha sido incluida en la base de datos sin que se haya contrastado con al menos dos fuentes independientes.
Para conocer el significado de un apellido se podrá consultar en bases de datos como la de Beit Hatfutsot o a través de publicaciones especializadas (durante años la AGJA publicó la interesante y exhaustiva revista Toldot); en otros casos bastará con acudir a un diccionario de alemán, ruso, polaco o inglés y/o contactar a personas con el mismo apellido a través de las diferentes redes sociales en Internet.
Si bien identificar tal o cual apellido con el pueblo judío resulta inviable, las instituciones dedicadas a la genealogía judía tienen una misión más que loable: mantener vivo ese árbol, que tiene orígenes, raíces, y que a su vez nos conducen a una historia también viva que fue, es y será forjada por hombres y mujeres con nombres y apellidos.


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