Las Consecuencias Morales de la Ignorancia

altDesde el meteórico éxito de Avigdor Lieberman y su partido, Israel Beteinu, y el constante  aumento de la retórica racista y las opiniones antidemocráticas entre los judíos israelíes, he estado luchando por comprender.  ¿Qué está sucediendo en Israel?  ¿Por qué se está volviendo xenófobo?  ¿Por qué nos estamos desviando del acostumbrado camino de nuestra tradición y de nuestro pueblo que enseña la fundamental igualdad de todos los seres humanos creados a imagen de Dios, y la responsabilidad de tratar con compasión y dignidad a todos los que vienen a residir dentro de nuestra comunidad? Las lecciones  que deben ser aprendidas de nuestra historia y la obligación legal judía de convertir nuestro pasado en un catalizador para llegar a ser abogados de los oprimidos, son conocidas por todos nosotros por igual.

Como en todos los casos, hay múltiples causas.  El trauma de la Shoá, la pérdida de confianza de que los palestinos, tanto en Israel como en la Ribera Occidental, acepten a Israel como la patria del pueblo judío, y la pérdida de esperanza de que la paz jamás prevalezca son bastantes razones para que los israelíes se sientan asediados e inseguros.

Hay, sin embargo, una causa más profunda y aún más fundamental. La mayoría de los israelíes judíos da por sentado que nosotros, como pueblo, merecemos y en realidad necesitamos nuestro propio estado como hogar nacional.  Aunque los judíos alrededor del mundo puedan a veces cuestionar la trascendencia de Israel en sus vidas, los israelíes no tienen ese dilema ni se pueden dar ese lujo.  Para los israelíes judíos,  el hecho que Israel sea un Estado Judío  es una necesidad existencial y un derecho manifiesto.  Para ellos, la cualidad de judío de Israel está expresada en primer lugar por la composición de la mayoría de sus ciudadanos.  Es judío en el sentido que “judía” es la identidad de la nación que constituye al Estado.  Para ellos, un Israel que no es judío en este sentido amenaza su existencia tanto nacional como individualmente.

Como resultado, si les preguntamos a muchos israelíes qué viene primero: lo judío de Israel o su democracia, la respuesta es lo primero.  Lo primero es una necesidad, mientras que lo segundo un lujo al que aspiran.  Una de las lecciones de nuestro pasado y el leit motif de Israel es, am Israel jai” – “el pueblo judío vive.”  Nuestra primera y primordial obligación, es vivir.


Es aquí, sin embargo, que aparecen las profundas consecuencias de nuestra ignorancia y fracaso educativo.  Esta ignorancia les ha hecho creer a muchos israelíes que tienen que elegir.  Se han dejado convencer por la retórica pos-sionista o antisionista que postula que un estado judío y democrático es una afirmación aparentemente contradictoria y que el sionismo, si no  es directamente racista, necesariamente discrimina a favor de los judíos.  Hemos fracasado en educar a nuestros ciudadanos hacia la coherencia moral y política de nuestro derecho a un estado-nación judío y nuestra posibilidad de gobernar a ese estado de acuerdo a los más elevados principios democráticos.  

No estoy afirmando que Israel sea siempre un parangón de virtud democrática. No lo es. Y dondequiera que fracase, estos fracasos son inexcusables, y deben y pueden ser rectificados. Simplemente estoy diciendo que la nación judía no es diferente a la mayoría de los estados-nación.  Y, como estos últimos pueden ser democráticos, así también lo puede ser la nación judía. Pretender que solamente nuestra nación no puede ser democrática es simplemente un disparate intelectual y deshonestidad política que linda con el antisemitismo.

Al igual que muchos otros estados-nación, el deseo de mantener y proteger la identidad particular y la cultura de nuestro estado, y de preservar el estatus  de nuestra mayoría como mayoría, son perfectamente congruentes con los principios democráticos. El problema reside en que la mayoría de los israelíes no saben esto y creen que su compromiso de mantener a Israel judío es fundamentalmente antidemocrático. Para ellos, un estado judío y democrático no es una integración de principios, una decisión de que la democracia sea la forma de gobierno para la nación-estado judía, sino un compromiso  por medio del cual es a veces judío y a veces democrático.

Las consecuencias de esta ignorancia y aceptación de las afirmaciones pos y antisionistas no han sido el rechazo de un Israel judío, como sucede con los pos sionistas, pero sí la disposición a limitar sus aspiraciones democráticas. Ésta es la paradójica coalición en Israel –la de la extrema Izquierda y la extrema Derecha. El verdadero poder tras el apoyo desde la Derecha es la amplia aceptación de los argumentos de la extrema Izquierda.

Los israelíes han renunciado innecesariamente a la aspiración de ser plenamente democráticos y han aceptado la pérdida de una elevada moral en el altar de la supervivencia, y al hacer esto caen en los brazos de partidos e ideologías no democráticas. Una vez que la democracia ya no es más relevante cuando pensamos en cuestiones que se aplican al judaísmo del Estado Judío, las políticas realmente no democráticas se tornan en aceptables también.  

Hemos renunciado a nuestra brújula moral sin necesidad, y a las herramientas para distinguir entre la legislación legítima, para preservar la mayoría judía por medio de la inmigración preferencial para los miembros de la nación judía, y la sugerencia obviamente inmoral e ilegal de limitar dónde pueden vivir las minorías árabes, o de transferir tierras con árabes israelíes a la Autoridad Palestina. La ignorancia nos ha hecho creer que tenemos que elegir entre Israel como estado judío e Israel como estado democrático, y creer que los valores judíos que establecían nuestra forma de tratar a otros eran lujos de la Diáspora que un pueblo responsable por su supervivencia ya no puede permitirse más.

Los israelíes tienen que aprender que tienen el derecho, en realidad la obligación, de aspirar a mantener una elevada moral. Cuando superemos esta ignorancia y retornemos la aspiración moral judía a su verdadero lugar en nuestra sociedad, comenzaremos a movernos en una nueva dirección. Los desafíos de un Estado judío y democrático no son el elegir entre el judaísmo y la democracia, o entre la supervivencia y nuestros principios morales, sino el reconocer que es en nuestra fidelidad a nuestros valores y en el mantenimiento de nuestras inspiraciones que encontraremos la mayor seguridad y nobleza.

Fuente: http://www.hartmaninstitute.com/

Traducido por Ría Okret 

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