Cómo es la victoria

altLas amenazas a las que se enfrenta el Estado judío no son precisamente pocas. Abrimos el periódico y las malas noticias nos abruman. Una crisis que ocuparía los titulares durante varias semanas en algunos países, en Israel puede materializarse y luego desaparecer de los sitios de noticias de Internet en una tarde.

Un escándalo de corrupción, una amenaza nuclear, un incendio forestal para el que estábamos muy mal preparados, un proceso de paz  que no va a ninguna parte, un jefe de policía acusado de violencia sexual, un ataque terrorista… Todo esto es el ruido de fondo de nuestras vidas.

Las conversaciones que mantengo con amigos y colegas se convierten en  intentos de superarnos mutuamente en el análisis pesimista. Los expertos parecen discutir, no sobre si el Estado está en peligro, sino más bien sobre qué fuente de peligro es más grave o cuál requiere atención más urgente.

No se equivoque. Las amenazas a las que nos enfrentamos son reales. Estamos paranoicos por un motivo. Nada en el pasado o el presente de nuestro pueblo permite tomarlas a la ligera. Pero lo que me preocupa es que el modelo de respuesta a las crisis que hemos adoptado e internalizado pueda estrechar nuestra visión, incluso mientras afila nuestros reflejos.
Llorar por lo amargo de nuestro destino últimamente parece ser un pasatiempo nacional. El pueblo judío tiene un Estado soberano para considerarlo como nuestro, pero a veces pareciera que todavía no hemos salido del shtetl. Las palabras "amenaza existencial" se utilizan con tanta frecuencia y tanta amplitud hoy en día. Las he escuchado siendo utilizadas para describir no sólo un Irán con armas nucleares, sino también el aumento de la delincuencia, una moratoria para los asentamientos, la absorción de los hijos de los trabajadores extranjeros, y más. El judío puede haber sido sacado del exilio, pero el trauma, el lenguaje y la mentalidad de los perseguidos y vulnerables aún persisten.
Nos hemos acostumbrado tanto a la crisis que si las crisis a las que se enfrenta Israel se evaporaran por obra de algún milagro, es posible que tuviéramos  que inventarlas. Y esto justamente puede ser la mayor crisis de todas.
Una existencia dirigida por las crisis es a la vez estrecha y superficial. Consiste en sobrevivir, y no en vivir. Tiende a obtener respuestas tácticas, disfrazadas de "soluciones" para que podamos pasar al próximo problema haciendo zapping a través de nuestras pantallas. Es el equivalente político de la medicina de emergencia,  priorizando los problemas en lugar de tratarlos. En caso de duda, formamos una comisión, emitimos un comunicado de prensa contundente, celebramos una cumbre, anunciamos una nueva iniciativa con la cual nos comprometemos tan sólo durante el tiempo necesario como para que desaparezca de la conciencia pública. Después de todo, debemos conservar nuestras energías para la próxima emergencia.
El público ve una crisis, y nosotros queremos una solución. Vemos a un enemigo y queremos la victoria. Y nuestros líderes, percibiendo nuestra necesidad, prometen aquello con lo cual no pueden cumplir: un arreglo rápido, un triunfo fácil en el campo de batalla, una paz duradera.  ¿Es de extrañar que tantos estén desilusionados?

Probablemente muy pocos de los problemas a los que se enfrenta Israel sean susceptibles de tener este tipo de soluciones. De hecho, la palabra "solución" está fuera de lugar. Un país no es un problema de matemáticas. El proceso no es lineal. Estamos lidiando con sistemas complejos, aspiraciones en conflicto, dilemas terribles, y fuerzas más allá de nuestro control. La vida de la gente -su sentido del bienestar- sólo mejora o empeora, no es "resuelta".  Israel vivirá más o menos en paz, más o menos seguro. Las "soluciones" son para el Mesías.
Imagínese si nuestros líderes políticos hablaran más de esta manera. No como si el mundo estuviera siempre en contra nuestra y como si tuviéramos que prepararnos para la guerra perpetua. Tampoco que la salvación estaría a nuestro alcance si tan sólo adoptáramos la política correcta y tomáramos las decisiones correctas. Sino simplemente que los problemas a los que nos enfrentamos son complejos, y que si bien no hay mucho que podamos hacer para responder a nuestros retos y promover nuestros intereses, no podemos manejarnos con resultados utópicos.

Imagínese que nuestros líderes dijeran a los ciudadanos de Israel que están comprometidos con mejorar la situación de Israel y el bienestar de su gente -utilizando todas las herramientas a nuestra disposición- pero que existen algunos problemas que no pueden superar. Que podríamos construir un mundo más próspero, más vibrante, más seguro, más pacífico, una sociedad más justa, pero que tomaría tiempo, sacrificio, planificación y, sí, suerte. Que podríamos intentar llegar a un consenso, pero que conciliar los puntos de vista y las aspiraciones de todos los sectores de la sociedad es imposible, y que hay que tomar opciones reales, difíciles, insatisfactorias.

Imagine, por ejemplo, que dejáramos de ver un acuerdo de paz como una ilusión sin valor o como la garantía de un futuro sin problemas, sino más bien como un acuerdo apropiado dentro del contexto adecuado -si pudiera alcanzarse- que pusiera a Israel en un camino mejor que en el que se encuentra actualmente,  incluso si implicara tomar decisiones desgarradoras y arriesgadas.  Que entre fracasar en hacer la paz y una paz fracasada existiera otra opción que no fuera la mejor, sino tan sólo mejor. Que las opciones que tomáramos  no "resolvieran" nuestros problemas, pero mejoraran la posición de Israel como Estado judío y democrático, hicieran a Israel más seguro, liberaran recursos y energía, y confirieran poder a fuerzas regionales más pragmáticas, incluso si ninguna acción que emprendiéramos hiciera desaparecer a nuestros enemigos o los convirtiera en sionistas.
Existen pocos momentos tipo Entebbe hoy en día. La victoria no llega bajo forma de una bandera plantada en una colina. Los enemigos de Israel no quedarán derrotados para siempre en un gran momento en el campo de batalla. Y la verdadera paz no se creará en un momento mágico en la sala de negociaciones.
La victoria hoy en día es más sutil, más aburrida, y más efímera que eso. La victoria consiste en limitar la capacidad de tu adversario para dictar el orden del día. Es la capacidad de actuar para hacer avanzar tus intereses y socavar la capacidad y la intención de tu enemigo para frustrar tu avance. Consiste en tener la confianza y el coraje de pensar sobre el discurso de victoria de tu interlocutor, no sólo el tuyo, porque sabes que sin eso ninguna ganancia es sostenible. Se trata del negocio entreverado de poder y gobernabilidad, no de la búsqueda inútil de "soluciones" sin costo y perfectas. Y se presenta no tanto en grandes momentos fotogénicos sino en los esfuerzos cotidianos para mantener el rumbo, evitar la parálisis y la estrechez de miras, reconsiderar los supuestos, elegir bien entre alternativas sub-óptimas y actuar en base a ellas.
Israel es el Estado que el pueblo judío necesita. La victoria es la oportunidad y el esfuerzo continuo para construir la sociedad que queremos, es la capacidad de no permitir que la crisis nos consuma o que nuestros enemigos nos definan. Es la lenta, constante, incluso vacilante curva del progreso hacia esa sociedad judía y democrática de la cual queremos que nuestros hijos sean parte y que además estén orgullosos de ello. Es el movimiento hacia una existencia judía soberana vibrante y profunda, que atraiga a los judíos del mundo no debido a la crisis o la culpa, sino por su búsqueda de una vida significativa y plena.
Las victorias de los generales o de los negociadores de la paz -aun cuando ocurran - son momentáneas. Pueden crear el espacio para el cambio verdadero, para el triunfo genuino, pero no lo ocupan. Eso es una tarea más intensa, más ingrata. Es una tarea de los educadores y de los emprendedores sociales, de los padres, de los filósofos, y del empresario responsable. Es la tarea de quienes están preocupados por responder sólo una pregunta: ¿qué clase de Estado judío es el que queremos tener? Se trata de una tarea para la cual nuestra tradición judía de investigación constante y responsabilidad individual se presta perfectamente, y para la cual el enorme talento y potencial humano de la población de Israel están más que preparados.

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