Borges y Buber: una relación a considerar (segunda entrega)

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Borges y Buber: una relación a considerar (primera entrega)


Pero, más que las efusiones de la sangre, le importan las historias de las palabras que las cifran. Al descubrir en Rosas y su tiempo que “Acevedo”, su nombre materno, figura entre los apellidos porteños de cepa hebreo-portuguesa, no precisa más para que el registro onomástico certifique la construcción genealógica, menos ficticia que sentimental, de sus “pretensiones judías”.  
    La insistencia en sus antecedentes judíos se repite a lo largo de prolongadas décadas, con ligeras variaciones de una misma y arraigada adhesión.

A propósito de la aparición de “El Aleph”, Estela Canto publica en SUR  una reseña sobre ese cuento, que Borges le dedicara y ofreciera, donde señala la inclinación cabalística de Borges. Amiga íntima, futura y frustrada amante, esta autora uruguaya compara la misteriosa reserva que guardaba Borges sobre su experiencia mística -y por eso dos veces oculta- con la reserva con que evitaba aludir al amor, resumiendo ambos secretos en el silencio del aleph.  Borges había apreciado las dualidades de esa interpretación por proceder de quien procedía pero, sobre todo, porque el planteo no era ajeno a los fundamentos de la cábala ni a la ascesis del éxtasis místico.

Nadie discute el arraigo de la tradición judía en Borges, su reiterada admiración por Spinoza, su interés múltiple por la Cábala, por Martin Buber y el jasidismo. Mística y secreta, la letra sería emblema de la doble interdicción, tanto del nombre de D’os como del discurso sexual , nombre y hombre, texto y sexo, reunidos en un mismo misterio, en la comunidad de un mismo silencio, amparando trascendencia e intimidad por medio de un sigilo que no puede expresarse en palabras. Sella así el nombre de una letra, un objeto, un cuento, un libro, un lugar en Buenos Aires o un mundo en el sótano, en la primera letra del alfabeto hebreo: “vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el aleph y en el Aleph la tierra”. En el silencio del aleph que, como tantos silencios, oculta otros silencios, Borges radica la fuerza secreta de un encuentro con D’os , Uno donde todo empieza, esa “Unidad” circular y enigmática, varias veces literal que el cuento revela  y mantiene. “Hitlahavut” se denomina, según Buber, ese éxtasis, el fervor sin límites que puede aparecer en cualquier parte ya que, por medio de la Gracia, que es la “respuesta” de D’os , supera el mundo del espacio y del tiempo.  Trance y tránsito, “all boundaries vanish before its boundless step. The world is no longer its place: It is the place of the world”. 

En el sótano de la vieja casa de la calle Garay, en la trivialidad de un lugar doméstico, el narrador de “El Aleph” vislumbra un objeto místico y misterioso, una metáfora del universo que hace oscilar la imaginación entre dos mundos, entre la visión teológica y la ficción fantástica, en medio del absurdo. La precariedad del sitio, las incomodidades de la postura grotesca en que se encuentra el narrador dispuesto a contemplar el Aleph, subrayan, por contraste, el desajuste entre la mediocridad de la situación (cómica) y las desmesuras de su visión (cósmica), entre los dos extremos, como si el caos y el cosmos tuvieran lugar en un mismo lugar, sórdido y supremo a la vez. Esos inconvenientes no impiden que el narrador ceda a un arrebato sin límites ni advertir que también ahí están “all the individual things of the world as one” , como todas los cosas individuales que se encuentran en el Aleph que “es uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos”.  En la totalidad minuciosa del Aleph, el mundo parece fundirse en un espacio ínfimo, infinito, en una unidad indivisible que lo trasciende, contraído y, al mismo tiempo, sin límites.

Una vez administrado el régimen paródico de la situación, Borges, el autor, da rienda suelta al entusiasmo del narrador y a sus incontables visiones. Fascinado por esa pequeña esfera que lo deslumbra, entre las perplejidades y estremecimientos que provoca la fulgurante unidad, comprende, como el zaddik, que la unión inefable, el yihud, no solo “implica un riesgo, es el riesgo”.

Aunque se reconoce que el tiempo circular y sus eternas hipótesis astrales y regresivas  son el motivo recurrente de las lúcidas elucubraciones de Borges, las precisiones sobre el tamaño del Aleph y la monstruosidad de sus proporciones delatan una suerte de esperanza depositada en el espacio , reforzada tal vez por sus atentas lecturas de Louis-Auguste Blanqui. Dice el narrador que “El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros pero el espacio cósmico estaba allí, sin disminución de tamaño”.      

    Confusión de la letra con la palabra, de la palabra con lo que nombra, de lo que nombra con lo nombrado, todo desaparece en la desolación del desierto, donde comienzan la revelación de la voz y la aniquilación de la referencia, que es una de las constantes de la imaginación de Borges. Es la condición de la nada [Beschaffenheit des Nichts] donde, según Buber, solo el advenimiento de lo divino puede tener lugar: “Hitlahavut is embracing God beyond time and space. (…) Hitlahavut is silent since it lies in the Heart of God”. 

Se dice que, para desafiar la infalibilidad de su memoria insólitamente erudita y ejercitar nuevas interpretaciones de la Torah, un austero maestro del Talmud  recordaba los términos que se superponían a la misma altura de las páginas, erigiendo una memoria vertical de la escritura. Por medio de estrategias de una lógica fortuita, volvía a articular las palabras del texto sin destruir su coherencia, pero desplazándola hacia el espesor material del volumen. Sería imposible remedar esa práctica hermenéutica, que requiere la sabiduría de un intérprete capaz de sondear las Sagradas Escrituras y de acceder a un conocimiento discontinuamente racional, una sucesión perpendicular que no suspendería la relación entre las ideas. De la misma manera, en lugar de ser horizontal, lineal y consecutiva, la lectura del manuscrito propicia una búsqueda estratificada, casi geológica. Supone –si suposición es poner por debajo un sentido o su posibilidad– que, entre la profundidad y la altura, ambas dimensiones verticales y vertiginosas, la comprensión es una hipótesis, y bien puede ocurrir en un rincón del sótano, en el sitio más bajo de una casa que pronto será demolida.

Cuando Borges no trataba temas religiosos o cuando los secularizaba por el humor, aunque fueran lúdicos y profanos, a pesar de su timidez y vacilaciones, transmitía igualmente una armonía mística, un oficio poético o profético con el que se acercaba titubeando, tartamudeando, a una verdad sin pretensiones, como si pidiera disculpas por la dicha de haberla encontrado en una conferencia.


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