El fin de Januca

altJanuca es una festividad con una crisis de identidad.  Desde el comienzo, los rabinos tuvieron dificultades en precisar qué era lo que estábamos celebrando.  ¿Era la victoria militar de los macabeos o la de Dios sobre los asirios? ¿Era la victoria espiritual del judaísmo sobre el helenismo? ¿O era el milagro de que una pequeña vasija de aceite dio luz en el Templo durante ocho días? ¿O es una festividad que celebra la victoria del pueblo judío contra la opresión religiosa?

Lo que hacemos a menudo cuando tenemos muchas opciones es que las elegimos a todas.  Sin embargo, esto no aclara, al contrario crea confusión y falta de un foco de atención,  alejando  a la fiesta de los valores, relegándola a la esfera de la observancia ritual solamente.  Encendemos velas sin saber realmente por qué y celebramos sin un claro entendimiento de la causa de nuestra alegría.

La crisis de identidad de Januca, sin embargo, viene de una fuente aún más profunda. Muchos de los motivos potenciales para celebrar antes mencionados, ya no son convincentes o significativos.  Las victorias militares son maravillosas especialmente cuando tomamos en cuenta la alternativa, pero en un mundo en que el poder judío es parte integral de la experiencia judía la celebración de una victoria de hace más de 2.000 años no es particularmente atractiva o significativa.  Para que una victoria militar sea memorable su resultado tiene que haber producido un punto de inflexión.  La victoria macabea no fue un punto de inflexión en la historia judía.

Hoy en día, sin embargo nos enfrentamos a un problema aún más sustantivo.  Cuando Januca se convirtió en fiesta, vivíamos en un mundo de dicotomías entre el judaísmo y el helenismo, en el cual las luces de Januca simbolizaban una pureza de fe y un compromiso con la Torá libre de la influencia y corrupción helenísticas.  Hablábamos de Atenas y Jerusalem como dos caminos alternativos y mutuamente excluyentes.  Nuestra identidad o tenía su base en Jerusalem y se nutría por ella o estaba enraizada y guiada por Atenas. Cada una crea una identidad definida y mutuamente excluyente.  La victoria de una es la derrota de la otra.
La esencia de la era moderna, sin embargo puede ser encapsulada como un período en el cual tales dicotomías se han terminado.  Un judío moderno es un judío que tiene múltiples identidades y múltiples lealtades.  Él o ella es un viajero en busca de nuevas sinergias y significados.  Lo que una generación previa hubiera llamado asimilación, es decir la penetración de ideas  y culturas “foráneas” en la cultura judía, el judío moderno lo ve como algo esencial para construir una vida con significado y un judaísmo de excelencia.

Hayan significado lo que hayan significado  Atenas o Jerusalem en el pasado, hoy en día representan la idea que ser un judío es vivir en el mundo más amplio y aspirar a crear un nuevo dialogo con ese mundo en el que ambas partes aprenden del impacto de la otra.  Como resultado, la identidad judía ha cambiado.  Ya no vemos a nuestra identidad como singular y única, sino como integrada y compleja.  Los judíos hoy en día se ven a sí mismos como ciudadanos tanto de Atenas como de Jerusalem.

¿Qué es lo que significa Januca entonces?  Para muchos ha adquirido un significado especial, como un apoyo a la identidad judía durante una temporada de Navidad, cuando brilla la identidad cristiana.  La menorá de Januca es el antídoto del árbol de Navidad, y les podemos dar regalos a nuestros hijos durante ocho días y no sólo uno.

Lejos de ridiculizar lo que acabo de escribir, realmente creo que en esto puede encontrarse el comienzo de un nuevo significado para Januca.  No sin embargo, en su aspecto comercial o como un antídoto para nada, sino en su aspiración de crear un espacio para los judíos y el judaísmo dentro de un mundo más amplio.  No añoramos rechazar a Atenas o regresar a una identidad singular.  Celebramos las posibilidades de interconectar nuestras identidades, para el crecimiento y beneficio de ambas.  El desafío sin embargo en un mundo multicultural, y con múltiples identidades es como no descender a ideas mediocres de comunes denominadores y síntesis superficiales.

Si el verdadero regalo de la modernidad consiste en las consecuencias morales y espirituales de vivir en las metafóricas Jerusalem y Atenas, el desafío es como mantener todos los variados rasgos de nuestra identidad.  La asimilación hoy en día ya no es la eliminación de dicotomías sino el abandono de la diferencia.

Nuestro enemigo no está afuera sino adentro de nosotros.  El propósito de encender una vela no es el de celebrar el milagro de antaño sino el de afirmar que el compromiso de  mantener una identidad judía es una parte de mi ser. Estamos obligados a colocar la menorá en una ventana donde los transeúntes puedan verla y de este modo crear un espacio dentro de nuestra imagen pública para  hacer que la luz del judaísmo resplandezca. Un así llamado “buen judío” ya no es un judío que lucha contra el helenismo sino alguien que mantiene una esencia central judía dentro de las múltiples facetas de su vida.  Muchas veces era más fácil ser un judío cuando estábamos luchando contra “ellos”, quien quiera que “ellos” hubieran sido.  Mantener un compromiso judío en un mundo en el cual las dicotomías han desaparecido requiere un nivel de educación y conocimiento judíos sin  paralelo en la historia.  Un dialogo entre Jerusalem y Atenas en el que el valor de ambos es mantenido sólo será posible si sabemos lo que Jerusalem quiere decir y qué valores e ideas del judaísmo pueden contribuir a una vida positiva y significativa.

Somos libres hoy en día de encender nuestras menorás, pero la luz no debe brillar solamente hacia fuera como un muro entre nosotros y ellos, sino que debe brillar como un compromiso para descubrir un judaísmo de ideas y valores como una parte integral de nuestro camino por la vida.  

Fuente: http://www.hartmaninstitute.com/
Traducido por Ría Okret

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