Januca, helenismo y globalización

altA primera vista, existen muchas similitudes entre el mundo en el que se desarrolló la revuelta macabea y el actual. La conquista helénica intentó imponer un mundo espiritual único, globalizado, dentro de los conceptos de su tiempo. El intento de crear una cultura universal hoy, a cuestas de las culturas locales, si bien se permite ser más sutil en sus formas gracias a mecanismos de difusión más eficientes que la espada, no es más respetuoso con las alternativas culturales que encuentra, ni les ofrece una suerte mejor que la desaparición.

Conviene recordar que en la cultura helénica, su particular visión de mundo se concibe a sí misma como un nuevo grado de evolución de la especie humana, y pretende “liberar” a los pueblos a los que se impone de supuestas ataduras a un pasado primitivo, cuya cultura propia no hace más que perpetuar.
El acento en el hedonismo, en el disfrute corporal “aquí y ahora”, presenta una fuerte similitud adicional con la nueva cultura global.
Por contraparte, una aparente diferencia se da si recordamos que quienes abrazaron la nueva cultura fueron solamente los ricos y poderosos, que vieron en la alianza con los conquistadores y la adopción de sus códigos culturales la mejor posibilidad de perpetuar sus privilegios.
Aparentemente, la actual cultura global es más democrática, e invita a todos los estratos de la población a participar de ella. (Decimos “aparentemente” pues un análisis más cuidadoso, que toma en cuenta la ruptura de los tradicionales marcos geográficos y administrativos, muestra que también hoy importantes sectores de población no pueden acceder a la cultura dominante ni disfrutar de los placeres que pretende vender.)

El que la historia de Janucá no aparezca en los textos bíblicos ha permitido que fuera reescrita y releída a lo largo del tiempo, y como era predecible, el auge del sionismo y la visión nacional del judaísmo rescatan la fiesta de su condición de acontecimiento secundario,  y la relanzan como una reafirmación de la nacionalidad y autodeterminación judías, amén de presentar un antecedente histórico a las victorias militares de nuestro tiempo. El que Janucá rememore actos humanos y no divinos solamente aumentó el atractivo de la festividad a ojos de la moderna visión laica y nacional del judaísmo.

La visión de la narración de Janucá como lucha por la independencia y la autodeterminación nos dificulta el saber hasta qué punto los insurgentes se rebelaron por cuestiones nacionales, por cuestiones religiosas (al haber sido prohibido el culto judío) o por cuestiones sociales. La mayoría de los investigadores están de acuerdo en que la conquista helénica originalmente había sido inclusiva y permitía una gran autonomía religiosa y cultural. Quizás de seguir así la historia hubiera sido completamente distinta pero la lucha entre distintos sectores por la primacía interna: la mayoría del pueblo por una parte y una minoría enriquecida y asimilada al conquistador por otra que arrastra a éste a una política intransigente y de prohibición de la cultura popular, cambia por completo el curso de los acontecimientos y termina con la expulsión de los conquistadores.


Una de las enseñanzas que tienen vigencia, e incluso gran actualidad, es el que una cultura con pretensiones de homogeneidad que condena a partes de la población, o a pueblos enteros fuera de una pequeña capa de colaboradores a no acceder a los supuestos beneficios de dicha civilización, a quedar marginados material y culturalmente (y recordemos que Grecia, con toda la importancia de su democracia, mantenía un régimen dual, entre ciudadanos libres por una parte y esclavos y siervos por la otra) causará indefectiblemente que los excluidos se rebelen, siendo menos importante el estandarte que abracen para ello, que el hecho de la marginación en sí.

En un ejemplo extremo de nuestros días, una visión fundamentalista del mundo y la sociedad explota el sentimiento de frustración de grandes masas en los países islámicos y les propone como estandarte una antítesis cultural total y una despiadada guerra santa. Es decir, no la reivindicación de los derechos de los excluidos a ser parte de la civilización global y sus beneficios, ni un intento de pluralizar dicha civilización para que incluya a sus pueblos y sus culturas, sino una lucha total hasta la destrucción del otro polo.

Respecto a Israel y el pueblo judío: ¿hay procesos presentes para los cuales el trasfondo de la historia de Janucá tiene vigencia actual en el plano cultural (dejando de lado la dimensión bélica)? Las similitudes en la situación general no dejan de llamar la atención: una cultura global dominante en la cual se diluye cada vez más la cultura nacional, y una percepción gradualmente creciente que más allá de la posibilidad del consumo, solamente algunos sectores de la sociedad disfrutan plenamente de los frutos de la civilización global.  La economía israelí está impulsada por los sectores de la alta tecnología y los servicios profesionales, pero no todos pueden realmente acceder a los puestos de trabajo de gran rentabilidad. No solo la brecha económica, sino también la cultural y educativa se amplía en lugar de reducirse, y aquellos que se encuentran del otro lado de la brecha se refugian cada vez más en el “verdadero judaísmo” religioso y tradicionalista, desprecian abiertamente la cultura occidental, global, a la que identifican con los asquenacitas y los sectores laicos. Los rabinos de esta corriente, sus santurrones y sus líderes políticos desprecian abiertamente el pensamiento intelectual abstracto, lógico, humanista y universal de “las elites”, y reivindican no sólo sus ritos y supersticiones ancestrales, sino también un creciente nacionalismo y xenofobia, especialmente volcado hacia los árabes, respecto a los cuales buscan crear un sentimiento de superioridad que cubra en parte su dolorosa sensación de inferioridad respecto a otros sectores de la sociedad judía.

Aparentemente, un renacimiento de la cultura autóctona frente a la asimilación de los sectores más acomodados, una nueva edición de la lucha por preservar lo particular frente a las elites universalizantes.
Pero los paralelos terminan rápidamente: Israel es independiente y ninguna potencia extranjera ni gobierno local impiden la pluralidad y la completa libertad de culto y enseñanza. La deslegitimización de los elementos globales en la cultura del país no tiende a crear una alternativa de futuro mejor y más incluyente para todos, sino a imponer un pasado imaginario en el cual ciertos grupos de interés predominen por encima de quienes lo hacen hoy. Es cierto que las reglas del juego democrático incluyen la posibilidad de plantear escenarios alternativos por parte de quienes se sienten marginados, y el excluir es igual de legítimo que el ser excluido. El problema de Israel es que esta alternativa es incapaz de generar los recursos materiales y humanos que le permitan al país prosperar e incluso sobrevivir, pero siempre se podrá argüir que si en Janucá se festeja que una revuelta prosperara contra todas las probabilidades, un milagro puede perfectamente repetirse.

La propia forma de festejar Janucá debería demostrarnos que es posible un equilibrio entre la identidad propia y la inserción en el espacio que nos rodea: Janucá se transformó en la fiesta de las luminarias a través de siglos de convivencia con sociedades que rescataban los mitos primigenios de la victoria de la luz en los largos inviernos del norte de Europa, la proximidad de Janucá a la Navidad permitió a la judería de Occidente (especialmente de los Estados Unidos) festejar una fiesta propia siendo parte de un espacio festivo general, y como dijéramos al comienzo, las propias ideas de nacionalismo y victorias militares son conceptos que maneja el conjunto de las naciones y de los cuales los judíos fuéramos excluidos por largos siglos.
La victoria de la luz ( o de “los hijos de la luz” ) sobre la oscuridad (“los hijos del mal”) pasa necesariamente por la elevación del espíritu humano y la posibilidad de insertarse en la familia de los pueblos como iguales pero con una definida identidad propia, que incluye y amplía, y no que niega ni ataca al distinto. 

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