"Guinzburg supo preservar y trabajar con el niño interior"

“Jorge Guinzburg. La inteligencia rebelde”, de reciente publicación, da cuenta de la vida y obra del multifacético personaje del periodismo y el humor argentinos, fallecido en 2008.  TuMeser entrevistó a su autor, Hugo Paredero.
 
Tiene todas las condiciones para ser el elegido: una amplia experiencia en el periodismo argentino que incluye el paso por la redacción de revistas míticas como Humor Registrado y Caras y Caretas; la autoría de guiones de programas de radio y TV (junto a Horacio del Prado condujo en 1985 “Nos estamos viendo”, el primer programa televisivo dedicado a criticar a la TV); numerosos libros, así como también la autoría de destacadas obras de teatro. A pesar de su reconocida y prestigiosa trayectoria profesional, y de haber desarrollado un trabajo de investigación exhaustivo, Hugo Paredero insiste con creíble modestia en que la biografía sobre Jorge Guinzburg estaba destinada a ser escrita por otro. “La confianza del editor y Carlos Ulanovsky [íntimo amigo de Guinzburg] ayudó muchísimo. A mí me encantan los estimulantes, la gente facilitadora, que te ayuda a ponerte en vereda sobre un proyecto y mandarte”, comparte Paredero a TuMeser, agua mineral mediante, en un bar cercano a Plaza Italia, del que es habitué.

Y vaya si fue estimulante para Paredero encarar la enorme tarea de contar en 330 mil caracteres con espacios “Jorge Guinzburg. La inteligencia rebelde”, la biografía de este prolífico actor, productor, conductor, escritor, periodista, guionista, empresario y por sobre todas las cosas humorista, que con su muerte en marzo de 2008, dejó un vacío enorme en el mundo del espectáculo. “Me lo crucé cuatro o cinco veces en mi vida –recuerda Paredero-, nos conocíamos por los trabajos de cada uno, pero nada más. Y sin embargo, esas pocas veces que nos cruzamos nos abrazamos como si fuéramos amigos de toda la vida. Jorge expandía por todos lados. El fuego para mí fue ese, jugar a que al conocer su vida la revivía con él. Sentí eso, así le encontré placer al trabajo, una vez que superé el temor inicial de que no iba a poder. Pensé ´qué lindo lo que la vida me puso´. Pero qué lástima que el protagonista no esté.

Con el agravante de que hacía poco de su muerte. Si hace poco ahora, imaginate el año pasado, cuando comencé a entrevistar gente. A pesar de que iba como entrevistador, todos me conocían, me recibían y aceptaron. Aún hoy no han terminado de llorarlo. Ernestina País [la conductora televisiva, compañera de Guinzburg en Mañanas Informales]  me contó que se despierta a la noche y piensa “Ay, tengo que llamarlo a Jorge” o descuenta que a la mañana lo va a ver y no lo ve... ¡Cuánto amor despertó! ”.

Creador de ciclos televisivos históricos e innovadores como La noticia rebelde, Peor es nada, La Biblia y el calefón y Mañanas informales, Guinzburg era un tipo imparable, curioso, emprendedor, que también tuvo una fuerte presencia en gráfica, radio y teatro.  “En 1986 –rememora Paredero- aparece La noticia rebelde, a pesar de que podía considerarse cierto desprendimiento de Semanario Insólito. Se instala él, además. Porque la gente lo podía haber leído en Satiricón, lo podía escuchar por radio, lo podía leer en Diógenes y Linyera, con Carlos Abrevaya. Pero la TV te hace ver todo. Vos podés leer y reírte con lo que te dijo alguien, pero después a lo mejor ese alguien lo ves y diciendo lo mismo no te causa gracia. Cuando la gente lo vio instalado como un niño (ese me parece su gran don, haber sabido preservar y laburar con el niño) que hacía reír y que además tenía réplica (le tiraban dos y devolvía cuatro), imitaba, hacía acrobacias, corría, se agitaba, descansaba un poco y volvía…. Un niño así, es irresistible. Su gran don, no sé cómo habrá hecho, es haber sabido preservar eso del niño, cuando entrevistaba. Incluyendo su etapa “maldita”, cuando preguntaba a los invitados y los ponía incómodos e iba a donde quería, ir como un niño. Consciente de que tengo acá al que tengo y no me lo voy a perder. Los niños no son crueles, son verdaderos, auténticos. Y Jorge era el que era, no se disfrazó de nada para instalarse y trascender. Hacía sentir a todos los “elegidos” para su entrevista. Llegado el caso, Jessica Cirio era lo mismo que [Adolfo] Bioy Casares.”

-Hacía sentir bien a sus invitados…
-Por supuesto que se notaba a cuál admiraba más, porque era transparente, lo veías en su miradita. Estaba en su salsa, pero no perdía conciencia de exprimir, ¡le sacó jugo a piedras! Porque él manifestaba la curiosidad periodística. ¿Viste que los niños tienen eso de los por qué? Bueno, lo mismo. Le daba risa la pregunta. Risa la repreguntaba. Risa la reflexión que le deparaba la respuesta… Y avanzaba y así terminabas conociendo al entrevistado. Además, convertía en interesantes a invitados o temas que aparentemente no lo son.

(Por caso, el periodista Osvaldo Bazán, ex compañero en Mañanas informales y uno de los que brindan testimonio en el libro, recuerda cuando entrevistaron durante 25 minutos al cineasta mexicano Arturo Ripstein, en lugar de hablar del rendidor “Bailando por un sueño”. Y sin embargo, Bazán recuerda que “el rating no paró de subir”).

-Convengamos que con Peor es nada ese niño se potenció.

-Se difrazó, como nos disfrazábamos de chicos. Yo no sé si Jorge era un gran actor, en el sentido de la versatilidad… Era un niño, incluso cuando algo o alguien (una risa) le hacía acordar que estaba actuando, se reía también. Se daba todos los permisos.
Le interesaba el humor fino y el popular, es algo que marcás en el libro.
-Estaba en él. Por eso fue el niño que fue, leía mitología griega, historia, novelas y leía también revistas de historietas. Además escuchaba la radio. Y cuando lo hacía no escuchaba hablar de Demóstenes, sino a animadores, voces. Por esa formación diversa no hacía distinción entre el humor “popular” y el “fino, disfrutaba tanto con un show de Jorge Corona como con uno de Les Luthiers.

-¿Cuáles fueron sus influencias dentro del humor?

Adoraba Woody Allen, así como los cuentos de Sholem Aleijem y Alberto Gerchunoff. Actores “mudos”, como los Keaton, Chaplin, Benny Hill. Son todas influencias. No se podía permitir la bajeza de plagiar, por más que era una buena esponja, que tenía savia propia.  Era un buen receptor, tomaba lo que recibía para tal cosa, no era copiar tal cual. Pero no era ajeno, porque todos nos alimentamos de todos.  A la hora de escribir tenía esa obsesión, que para mí es propia de la riqueza del humor judío, de no desperdiciar. Si el chiste cabe en cinco palabras, no pongamos siete. Se ocupaba de pensar que todo lo iba a decir, cuando lo escribía, que todo tuviera un efecto humorístico. Aparte de tener una ilación, de saber de qué hablaba, por dónde iba.

-¿Cómo era la relación de Jorge con el judaísmo?

-Tenía plena conciencia y satisfacción de reconocerse judío, de reconocer su identidad judía. Sus abuelos provenían de distintos lugares (Rusia, Polonia). Pero tenía también una curiosidad (por su personalidad, comentaba en el libro por la lectura de su papá cuando era chico, ya vuelto de Capilla del Monte, en donde era socio de la biblioteca local, y en donde leía como un condenado) [NdR: la infancia de Jorge transcurrió en la localidad cordobesa de Capilla del Monte, adonde los Guinzburg viajaron para curar el asma de su hijo menor]. Leía sin parar, novelas, ensayos, biografías, mitología, sobre religiones. Primero sobre la suya.

-Eso fomentado por su padre, ¿no?

-La lectura. Ahora, elegir, qué, decisión de Jorge. Porque la hermana sacaba muchos menos libros que él, por ahí novelas… pero la decisión de que todo era “devorable”, lo escrito, y que en todo se podía encontrar no una nueva respuesta sino una nueva pregunta, eso era de Jorge. No era un lector que jugaba a ver cuántos libros leía… se metía, indagaba, averiguaba, conocía. Lo mismo hizo con las religiones, empezando con la suya. No tenía prejuicios de que iba a dejar de ser judío o iba a ser un poco menos judío cuando iba a la Fundación del Padre Mario (NdR: Mario Pantaleo), que era un católico, y a la cual empezó a ir para ayudar a vivir a su papá que había sufrido un accidente automovilístico. Después de la muerte de su padre siguió yendo y colaborando. Y escuchándolo extasiado (según Araceli "Perla" Gallardo -presidenta de la Fundación- y según muchos) al Padre Mario. Porque le encantaba escucharlo. Tuvo su Bar Mitzvá, su pasó por el colegio Bet Am, su familia, amigos (no todos). Pienso que, lamentablemente, el nuestro es un país con mucho más antisemitismo del que se dice.  Es muy común escuchar, despectivamente, “Es judío, ¿no?”. No te dije más nada. Y con ese tono.

-¿Y él cómo vivía su judaísmo?

Jorge siempre tenía colgada la estrella de David,  le gustó casarse por ceremonia religiosa judía, ponerse la kipá… y además saborear (esto puede parecer una superficialidad pero no lo es) las comidas, los dulces, las bebidas. Que son parte de su cultura, de dónde es él. Varénikes, guefilte fish, el bishnik, bebida que su abuela preparaba con pétalos de rosa. Lejos de renegar.  Y él cuando hablaba, las tenía todas en contra (recordaba Ernestina que bromeaban con Jorge) “petiso, judío, feo, pobre”… él bromeaba con que “las tenía todas en contra” (risas). El primer don de los judíos es reírse de sí mismos. Porque los chistes de gallegos los inventamos los argentinos. Los chistes de los judíos los parieron los judíos, a fuerza de observarse y de tener una conciencia muy honda sobre cómo eran.

-En el libro mencionás la faceta de Jorge explorando diversas profesiones y oficios: empresario, taxista, creativo publicitario…

 -Sí, también actor, guionista, conductor… Era lo que era y hacía lo que sentía y quería a cada minuto de su vida. Tenía claro que ser taxista o creativo publicitario no era lo mismo que hacer de Pitufo en Peor es Nada o escribir un guión o conducir un programa. Como tenía naturalmente instalada la felicidad de vivir, la gracia de estar vivo, y por eso ponerse contento, generar humor y convidarlo, compartirlo, es de ahí que sale. Le podían pesar las cosas que no salían… Cuando era taxista, maledcir: “puta, un embotellamiento”… pero no “puta, yo en un taxi, a esta hora”. Él era un testigo activo de todo lo que iba sucediendo. Entonces, cuando se enojaba, se cabroneaba, le duraba lo que le tenía que durar pero no podía permitirse que le durase mucho. Cuando el guionista Miguel Gruskoin fue a visitarlo (ya estaba muy grave), con lo que le quedaba, Jorge hablaba en chiste. Y hablaba de planes de trabajo. En la misma mesa de luz donde tenía los remedios convivían papel y lapiceras para escribir. Por eso decidí no ahondar en el tema de la muerte. Te preguntan, ¿al final de qué murió Jorge Guinzburg? Voy a hacer lo que hizo él: no ocultarla, pero no detenerse, menos públicamente ante la pantalla, a ocuparse de ella y dar detalles, porque le gustaba tanto vivir que minuto que le dedicara a eso fuera de que tenía que dedicarle por tener que ir al médico… Había ahí una usina que no paraba de laburar. Lo hacía feliz encontrar la gracia de la vida. Que la tiene. Que generalmente estamos preparados para taparla e ignorarla o desperdiciarla. Y en él esa llama nunca se apagaba.

Sebastián Scherman

FICHA:
“Jorge Guinzburg. La inteligencia rebelde” (Capital Intelectual, colección “Paisanos”, 2010)

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