Tanto los jaredim como los israelíes que pertenecen a la mayoría prevaleciente deben repensar sus roles

Es fácil dedicarse a atacar a los jaredim. Los ultra ortodoxos tienen un aspecto diferente, viven en comunidades segregadas, quieren más de la sociedad de lo que contribuyen y están creciendo a un ritmo cada vez más rápido. Junto con la experiencia de alienación, tenemos ahora componentes de temor agregados.

Toda sociedad y grupo social crea personas que quedan al margen para poder solidificar la identidad social y la cohesión. Sin embargo, dejar al margen a alguien que en realidad es del grupo, es socialmente destructivo.  Éste es el problema primario del ataque a los jaredim.  Ya no están al margen de la sociedad israelí, sino que se han convertido en actores centrales en el medio político y social israelí.  Los ataques de este tipo invariablemente sólo pueden ser ignorados y conducen a una mayor alienación mutua.

Israel se enfrenta a muchos desafíos que resultan del aumento numérico y del poder político creciente de la comunidad jaredí  y es crítico para nuestro futuro desarrollar un proceso que tenga un impacto positivo sobre estos desafíos.

Quitemos toda la confusión y desorden que rodea al problema. Uno, está claro que como ciudadanos israelíes, independientemente de su productividad, los jaredim merecen su parte de los bienes de la sociedad. Dos, como un estado judío, la financiación de algún estudio avanzado de Torá al igual que el de muchas disciplinas académicas, es legítimo. Tres, la política de coalición siempre conduce en cierto grado a la sobrefinanciación sectorial. Cuatro, la sociedad israelí no puede permitirse la perpetuación de un gran segmento con poca educación, y poca productividad. Hacerlo es financiar su propia muerte. Cinco, a medida que los jaredim aumentan su poder político y los beneficios que reciben de la sociedad israelí, debe haber un aumento paralelo en las obligaciones que deben cumplir – el ejército, ser parte de la  población activa, pagar los impuestos.

Una vez que los obvios puntos mencionados con anterioridad son aceptados, podemos ocuparnos de los problemas verdaderos. No está en cuestión elegir entre financiar a los estudiantes de las ieshivot o a los de las universidades.  Eso es sofistería política. El problema que enfrentamos es que el discurso de la mayoría sionista – tanto sea secular, tradicional como religiosa– y los jaredim, es un discurso en el que la comunidad sionista lidera con consideraciones políticas y económicas, mientras que los ultra ortodoxos lideran con consideraciones ideológicas. En cualquier, debate cuando se cede el terreno de la ideología se socava la propia posición y se vuelve imposible tener algún impacto sobre aquéllos con quienes se está discutiendo.

La comunidad jaredí necesita pasar por un proceso de seria reflexión sobre su rol en la sociedad israelí. Cuando era antisionista, no había lugar para un proceso de ese tipo, porque rechazaban la idea misma de un estado judío y democrático. Su único desafío era cómo sobrevivir dentro de las realidades socioeconómicas del moderno Israel. Un desafío que en nada se diferenciaba de los que enfrentaron en la Rusia zarista y en Polonia – si dejamos de lado al antisemitismo. Sin embargo, la comunidad jaredi ha cambiado, y con la excepción de una pequeña minoría, ya no son antisionistas. Aunque no sirven en el ejército, esto no se debe a que no les importe la seguridad de Israel; se debe más a su temor a la asimilación al dejar sus hijos la estructura de autoridad de la comunidad de la ieshivá. Esta es también la motivación primaria para quedarse fuera del mercado laboral. Mientras que en los Estados Unidos, un país no judío, por ejemplo, el mundo exterior es precisamente eso – el mundo exterior – y por lo tanto menos amenazante ideológicamente, en un estado judío saben que están en medio de su pueblo, y como resultado son más susceptibles a las influencias externas. La única seguridad que perciben es en el uso de los estudios de ieshivá como un ghetto que debe ser mantenido por tanto tiempo como sea posible.

La comunidad ultra ortodoxa está formando hoy más que nunca no sólo el futuro y la identidad de los que la componen, sino también el de la sociedad israelí en general. En consecuencia, la mayoría de los israelíes debe articular tanto para ellos mismos como en sus conversaciones con los ultra ortodoxos cuáles son sus ideologías respecto a Israel como una democracia liberal y un estado judío.  Tiene que articular sus líneas rojas acerca de estas cuestiones y alejar la conversación de los cálculos presupuestales y las negociaciones políticas inmediatas.

La comunidad ultra ortodoxa entiende el proceso político y reconoce la necesidad de un compromiso pero se le ha permitido posicionar al debate en aquello en lo que tienen una ventaja ideológica y judía. Esto debe terminar. Es aquí que una voz debe sonar fuerte y clara exigiendo que los ultra ortodoxos entiendan que la misma libertad religiosa que exigen para sus propias vidas sólo les será brindada en el mismo grado en que acepten una libertad de religión similar para los demás. No se les debe permitir a los ultra ortodoxos la posición de ser los portadores del componente judío de Israel como un país judío y democrático. No pueden ser los que determinen solos las cuestiones de conversión, casamiento y divorcio.

El resto de la sociedad israelí debe preguntarse cómo quiere integrar a los 350.000 ciudadanos no judíos de la ex Unión Soviética, qué relación quiere tener con los judíos liberales en el resto del mundo, qué es lo que un matrimonio judío significa para ella y qué cortes de justicia gobernarán su estatus personal, qué tipo de Shabat quiere y cómo quiere celebrar el año calendario judío en la esfera pública. Debe preguntarse cuáles son sus compromisos con la modernidad, y con el hecho que Israel sea un estado democrático moderno desde el punto de vista político, religioso, educativo y económico; y qué se le debe exigir a todos los ciudadanos que viven en y se benefician de este moderno estado democrático.

Hasta ahora los israelíes abdicaron de la autoridad sobre las cuestiones arriba mencionadas y se la entregaron a los jaredim para conseguir sus votos en política exterior y el presupuesto. Es hora que la mayoría de los israelíes asuma la responsabilidad no solamente por las adjudicaciones presupuestarias sino por la naturaleza de Israel como un estado judío y democrático. Los jaredim están ahora sentados a la mesa; es hora que la conversación comience.

Fuente: www.hartman.org.il/Opinion_C_View_Eng.asp?Article_Id=563

Traducido por Ría Okret

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