Out of Joint. A propósito de crujido (la destrucción del lenguaje) de Emmanuel Taub. Parte II

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Por ello, no existe hoy ninguna lengua que no haga de sus hablantes simples moribundos que se deslizan como sanguijuelas carroñeras sobre los últimos restos de sangre. Las palabras se transforman en autoinmunes y después de haberte confesado horas y horas, el vacío de los demás y el tuyo propio te aturden. El lenguaje,  alguna vez fue pensado por los filósofos como espermático: Sembrad desde la altura la simiente de la palabra. Ya no más: el lenguaje se secó, se hizo infértil y apagó toda su otrora furia inaplacable. Alguna vez, una extraña especie de homínidos conocidos como teólogos especularon que los ángeles no tenían lenguaje sino que vivían en el Logos mismo al punto que casi coincidían con él. En efecto, un ángel no es otra cosa que un speech act de Dios: “cuando el último ángel deje su estela caer / todo / habrá terminado”. Linchado y tajeado, el lenguaje es el féretro de los ángeles. Si esa pantomima esquizoide que llamamos sociedad no es hoy otra cosa que un mundo angélico (hasta Angelology puede ser hoy un best-seller, signo innegable del tiempo), esto se debe a que a los moribundos suelen ser ventrílocuos que imitan insensatamente las voces de un pasado remoto. Lo muerto comunica con lo archi-muerto en una dialéctica vertiginosa: “el horror es una puerta a contraluz / gritos / manos hoy / estallan / al aire paredes sin vida”.

Los seres humanos normalmente sólo quieren hacerse ricos, no quieren más que eso. Y mientras más acumulan quieren convencer a los demás de que la pobreza constituye la pureza del ser. De todos modos, la riqueza es ahora sólo exportación masiva de basura, de residuos para que se calcinen los pobres en sus sumideros repelentes. La economía política se reduce hoy a una noxografía de los ecosistemas infectos, a una estadística de los lugares inhabitables. El desierto se cierra sobre el errante, no exit.

El lenguaje es la última chatarra que tiene el hombre para esparcir a lo largo y a lo ancho de un terreno rugoso y yermo. Hay algunos últimos ecologistas de la lengua que piensan que ésta todavía tiene algo que decirnos, o más exactamente, que nosotros podemos decirnos algo todavía entre nosotros mediando el acto de palabra. Por lo tanto, la bella opción que se nos presenta es el reciclado del lenguaje. Envolvámoslo, purifiquemos su basura, contratemos laboratorios que lo procesen, llevémoslo a una planta de clasificación, no, mejor a una planta de transferencia así abaratamos los costos. Amarillo, azul, verde, la nueva trinidad de los eco-lingüistas. ¿Que es demasiado trabajoso? Tonterías. Con un poco de empeño, toda basura puede injertarse de nuevo en el ciclo de la vida:  los desequilibrios sistémicos sólo se manifiestan como crisis cuando los rendimientos de la Economía y del Estado quedan manifiestamente por debajo de un nivel de aspiración establecido y menoscaban la reproducción simbólica del mundo de la vida al provocar en éste conflictos y reacciones de resistencia. Pero antes de que estos conflictos puedan poner en peligro ámbitos nucleares de la integración social, se ven desplazados  a la periferia: antes de producirse estados de anomia, se presentan fenómenos de pérdida de legitimación o de pérdida de motivación: surgen entonces patologías del mundo de la vida. El sistema, al presentarse con los ropajes del mundo de la vida, deja vacío el mundo de la vida. Limpiemos el lenguaje, devolvámosle su organicidad. Vinculémoslo nuevamente al mundo de la vida, ya hemos tenido suficiente anomia por unos cuantos siglos. Pero, ¿qué pasa si la vida tiene una patología terminal? Entonces no hay vida a la que volver y el lenguaje se purga, nos purga, se purga de nosotros. Luego la tierra hace su trabajo, como siempre, como sólo ella sabe hacerlo. El desarrollo de la miseria ha invadido y arruinado el medio mismo de la vida. La sociedad en la que los trabajadores se desloman trabajando sólo puede llevar a la contemplación de un solo resultado: respirar es hoy en día un asunto mortal. Ahora, el mundo de la vida sólo puede ofrecer muerte y el lenguaje es también un medio venenoso, un amasijo descuartizado que tampoco puede ser purificado porque ya está muerto.
El Otro es la dimensión exigida por el hecho de que la palabra se afirma en verdad. Pero ¿qué pasa con el Otro cuando la palabra implosiona y deviene en pura negatividad, radiación de una logosfera aniquilada? La gramática estalla, y ya no hay ni tú ni yo ni Otro a los cuales rescatar, con quienes comunicarse. No hay común posible ni deseable. Toda conversación con otro ser humano nos deja hoy más abandonados que en la sepultura. Sólo quedan islas pútridas con nombres que apenas se dejan pronunciar con una ecolalia infinita y monótona. “La vida está llena de pequeñas muertes” ¿ o será, tal vez, que la muerte está llena de pequeñas vidas? Pequeñas seguramente, borrosas e infames también.

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¿Llegar allí? Tal vez, ya no haya destino posible al que dirigirse y la conexión es tan sólo el enlazamiento compartido en la certeza de una des-esperanza irreparable. Ya estamos muy cansados, nuestras fuerzas no nos acompañan, ya no podemos gritar: gozad de la tierra, que un / bien cierto encierra; / gozad, porque no estáis aún / bajo la tierra. Hoy en día las fuerzas que mantenían al hombre sobre la tierra se han ido apagando, una a una, como una ilusión que se evapora en un horizonte crepuscular. Por ello, tal vez, nuestro único descanso final será bajo la tierra, enterrados pero irredentos, fósiles de un antiguo mundo exangüe: “ y no habrá árbol que mire / el horizonte / estará cada día / más cerca / a la distancia de la punta de tus dedos / no quedan en paz / nuestros muertos / llevamos su silencio hasta la tumba”.

Así, la obra poética de Emmanuel puede ser considerada de la más primerísima importancia porque constituye el testimonio de una raza feneciente frente a su lento y doloroso colapso. Por ello, Crujido de Taub tal vez sea una exquisita oda fúnebre a lo que alguna vez la humanidad consideró su hábitat más propio y que hoy no es más que una ruina sin mayor interés, un grito ahogado que se apaga en el Gran mutismo universal. Out of joint. “En el final / palabras / o un silencio / en el final / horas / ¿o las palabras? / silencio / sólo/ el silencio”.

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