Jabad 1: los peligros del “alma judía inmortal”

Hace más de veinte años, cuando el fenómeno de Jabad en la Argentina estaba en una etapa incipiente, los viernes al mediodía solían apostarse dos o tres muchachos de Jabad en la puerta del Colegio donde trabajaba. La escena, novedosa en Buenos Aires, recordaba a otras habituales en Israel, donde una mesa con tefilin era el anuncio de un abordaje callejero a los laicos para cumplieran con la mitzvá respectiva.

Un día me acerqué a ellos para hablarles y escucharlos. ¿Qué tendrían para decir a los adolescentes? Con entusiasmo misionero desarrollaron rápidamente un libreto claramente ensayado. Empezaron por preguntar por mi satisfacción con la vida moderna y su vacuidad, y poco después estaban dándome la buena nueva: si nací de madre judía, tengo ipso-facto un “alma judía inmortal” que no depende de si soy o no observante. Empezar a cumplir algunas mitzvot (o sumar algunas a las que eventualmente ya cumpliera) no haría sino mejorar mi situación que, de por sí, ya era especial. Ante las primeras preguntas y cuestionamientos se defendieron anticipando que no eran más que novicios, y que mis inquietudes serían seguramente satisfechas por los escalafones superiores.

Hasta aquí, en apretada síntesis, la anécdota –o una de ellas.

Se podría enfocar los riesgos que encierra el fenómeno Jabad –ante todo y especialmente para los judíos- desde muchas perspectivas: su forma particular de mesianismo, los mecanismos de captación “evangelizadora”, las posiciones políticas en que se encuadran… pero, en primera instancia, quisiera quedarme, apenas, con el “alma judía inmortal”.

El concepto en cuestión aparece como una pieza importante en la captación de nuevos adeptos y es responsable, al menos en parte, de la imagen de apertura que tiene el grupo por oposición a la cerrazón tradicional de la ortodoxia. Presenta un umbral de entrada sumamente bajo: basta con ser, no hace falta –inicialmente al menos- actuar y por lo tanto implica una gran facilidad de acceso sin requisitos de observancia a priori. Pertenecer –al menos a los círculos exteriores- es fácil e inmediato: no tiene más requisitos que los de nacimiento, y promete una puerta abierta a un mundo potencialmente mejor que el de la modernidad y su post, sus vacíos existenciales, su materialismo.

¿Qué hay de malo, entonces, en un concepto que sería responsable por ese nivel de apertura?

La idea de una esencia judía independiente de los actos debería sublevarnos. En primer lugar, es una especie de imagen especular de lo peor que nos ha sucedido en la historia: la descalificación racista. Los judíos hemos padecido distintas formas de discriminación y persecución, pero ninguna más radical que aquélla que sostenía que nuestro presunto “defecto” era insoluble porque era parte de nuestros genes. Después de semejante experiencia, tenemos que saber lo peligroso que es atribuir a personas o a grupos características inmutables. No importa que sean positivas o negativas: no son más que dos lados de una misma moneda y, en cuanto se acepta el principio, se ha dado el paso decisivo; a partir de ese punto, cualquier conclusión brutal es posible: que somos superiores o que somos inferiores, que otros también tienen “esencias” que los hacen superiores o inferiores, que las reglas aplicables a unos no son aplicables a otros...

En segundo lugar, hay una base de pensamiento mágico en este tipo de concepciones que suponen que tenemos algún tipo de carácter metafísico independiente de lo que hagamos o dejemos de hacer. Se trata de una forma de atribuir una propiedad a algo que, desvinculado de nuestra voluntad, se convierte en un objeto. No parece casual que este tipo de ideas vengan acompañadas de otras formas de “magia”, como –la también pregonada por Jabad- del efecto atractor de la paz mundial que tendría el encendido de las velas de Shabat. Se puede sumar a la lista la atribución de poder protector a una mezuzá, la función de amuleto de una estampita de un Rebe o la fuerza encerrada en la tumba de un Tzadik. El pensamiento mágico puede ser gratificante (o atemorizador, según el caso), pero esconde una forma de idolatría, que es precisamente lo opuesto del mensaje judío. ¿Serán conscientes de esto quienes se ven seducidos por la presunta autenticidad judía de Jabad?

En tercer lugar y más allá de toda consideración moral, este tipo de creencias tiene una traducción política altamente autodestructiva: avala expectativas extremas (¿qué menos para los poseedores de un alma judía inmortal?) y genera la ilusión de que su concreción no depende de evaluaciones de situación y tomas de decisión reflexionadas. No en vano Jabad, que durante décadas se opuso a la idea sionista, hoy sostiene posiciones políticas que harían palidecer a la mayoría de los laicos de derecha: de la oposición a una vida soberana judía que no venga de la mano del Mesías al fundamentalismo que prohíbe la negociación de fronteras el camino resultó ser más corto de lo esperable.  Hay algo más en sus planteos que un contenido éticamente censurable: existe el riesgo de depositar en el mesianismo lo que después de siglos aprendimos a confiar a nuestras propias fuerzas. El “milagro” del renacimiento nacional judío y la creación de Israel,  no hubiera sido posible sin la asunción de una responsabilidad concreta por la propia vida y destino del pueblo judío, una responsabilidad que no delega en destinos prefijados ni fuerzas sobrehumanas el duro deber de decidir a cada momento qué se debe y/o puede hacer y qué no. El extremismo político de Jabad no es, por lo tanto, una forma de sionismo particularmente comprometido sino, por el contrario, una forma de socavar los principios que hicieron posible la independencia política.

Resumiendo: el principio del “alma judía inmortal” es problemático, especialmente, por sus consecuencias prácticas, desde la diferenciación esencialista entre judíos y no judíos y hasta el aliento a posiciones políticas extremistas.

Como todo fenómeno complejo, el crecimiento de Jabad en nuestro medio tiene muchas caras. ¿Qué es lo que atrae a tantos judíos a su propuesta? ¿Qué decir de su amplia tarea social? ¿Por qué logra penetrar –aunque sea lateralmente- en ámbitos que no le son afines a través de sus actividades de divulgación? ¿Es un fundamentalismo comparable al islámico o debería computársele a favor el hecho de que no convoque a la violencia? Su –al menos aparente- apertura al mundo de los no observantes, ¿puede hacerlo parte de un espacio plural o no? ¿Es el heredero de otras corrientes en retroceso, como parece indicarlo la ocupación sucesiva de los espacios (edilicios entre otros) que fueran parte de escuelas y comunidades? ¿Representa una forma asertiva de judaísmo que no se avergüenza de ocupar espacios públicos para mostrarse?

¿No deberíamos dedicarle tiempo a pensar en estas cuestiones antes de que sea demasiado tarde?

· Más leídos ·

Consola de depuración de Joomla!

Sesión

Información del perfil

Uso de la memoria

Consultas de la base de datos