Israel no se puede permitirse ignorar las lecciones del asesinato de Rabin (17/10/2010)

Hace 50 años, Itjak Rabin fue asesinado.  Durante 15 años el Israel oficial y partes de la sociedad israelí lo han llorado.  Durante 15 años, la sociedad israelí ha desperdiciado la tragedia y no la ha usado como un medio de introspección y de teshuvá  nacional.

Los países, las religiones, las ideologías y los movimientos políticos todos necesitan y usan a héroes como íconos y representantes de sus causas.   Un héroe trágico, un individuo que murió por la causa, es aún más significativo.  Rabin, como el héroe trágico que murió por la paz fue cooptado por la izquierda política israelí como su  representante.  El Rabin que es recordado es el Rabin que abogó por la paz y el compromiso territorial y como tal refleja las aspiraciones políticas de sólo un segmento de la sociedad israelí.  Su muerte se ha convertido en una herramienta tanto para levantar una bandera política en particular como para atacar a sus oponentes.  

Por lo tanto no es sorprendente que el país no esté ni unido en el duelo ni es capaz de extraer una enseñanza  común para todos nosotros   El día que conmemora la muerte de Rabin no debería ser un día para conmemorar su vida, ni lo que representaba.  La sociedad israelí es una sociedad profundamente dividida y aunque la muerte de Rabin fue trágica no puede servir como una base para socavar la legitimidad de de sus oponentes políticos.

Se supone que el día es para conmemorar su asesinato, un crimen que ha manchado a nuestra sociedad y que continuará haciéndolo a menos que aprendamos la lección que nos enseña.  Rabin fue muerto porque se había desarrollado una cultura en la sociedad israelí de arrogancia política, moral y religiosa, una arrogancia que le permitía a la gente  creer que tenían un monopolio del amor a  Israel, amor a la tierra y compromiso con su seguridad. 

Rabin fue muerto porque miembros de nuestra sociedad creían que el fervor  y las convicciones eras más importantes que los deberes de la moralidad.  Rabin fue muerto porque, para algunos, el nacionalismo se convirtió en un fin en sí mismo, y no en un medio, y en consecuencia podía enrolar a todo y a todos en apoyo de su causa, sin importar las consecuencias.  Igal Amir, apretó el gatillo, la cultura política y nacionalista prevaleciente en la sociedad israelí sirvió de arma.  

Si realmente hemos de transformar la muerte de Itzjak Rabin en un día de conmemoración nacional, debe estar separado de todo trasfondo político sectario y de superioridad y sernos devuelto a todos.  Debe ser un día en el que todos los israelíes vuelvan a comprometerse con los principios democráticos que deben estar la base de nuestra sociedad.  Tiene que ser un día en el que la relación entre el nacionalismo judío y  el ser un estado debe ser vuelta explorar.  Tiene que ser un día en el que nos comprometamos nuevamente con los objetivos más profundos que deben ser el fundamento de nuestra sociedad, como lo expresa nuestra Declaración de Independencia, ser una sociedad “basada en la libertad, la justicia y la paz como lo fuera concebida por los profetas de Israel.”


La lección que nos enseña la muerte de Itzjak Rabin es que el nacionalismo desenfrenado y la idólatra certidumbre que provoca es algo de lo que nosotros también somos capaces y debemos temer.  Un estado judío democrático no es un eslogan político para agitar y usar para golpear a otros.  Es un compromiso de construir un estado judío para el pueblo judío basado en un compromiso fundamental de mantener los derechos de todos los miembros de la sociedad, de la mayoría y de la minoría por igual, en vez de juramentos de fidelidad a un eslogan de un Israel judío y democrático, la muerte de Rabin nos enseña que necesitamos una comprensión profunda y completa de la relación entre judío y democrático dentro de nuestra sociedad.

Un Israel que no sea el hogar del pueblo judío no es un país que aspiremos  crear.  Un Israel sin compromiso con la democracia y que asegure que las aspiraciones nacionales son siempre vistas como un medio y nunca como un fin tampoco es el país que trabajamos para fundar.  El Estado de Israel debe ser tan judío como la democracia lo permite y no  tan democrático como el judaísmo lo permite.   Cuando los dos están en conflicto, la democracia debe prevalecer.  Cuando el nacionalismo y  nuestros valores están en conflicto, nuestros valores deben prevalecer.  

Igal Amir no es el problema.  Podemos lograr un amplio consenso condenándolo y al asesinato de Itzjak Rabin.  Sin embargo no podemos llegar a ningún consenso acerca de un compromiso con los principios democráticos del Estado de Israel y sus aspiraciones de tratar a todos sus ciudadanos y a todas las ideologías políticas y religiosas con el mismo respeto, dignidad y derechos.  Los peligros del nacionalismo desenfrenado y del fanatismo religioso y político, nos afectan a todos a los de la derecha y a los de la izquierda por igual.  

Unámonos en duelo por nuestra capacidad de usar mal nuestro amor por Israel y nuestra preocupación por su seguridad y futuro y socavar su profundo sentido de la moral y la grandeza de nuestras aspiraciones sionistas.  Hagamos duelo por la capacidad del judaísmo de ser cooptado como un sirviente del nacionalismo en vez de como su guía y fuente de valores y excelencia moral.  Ya no podemos seguir ignorando las lecciones del asesinato de Itzjak Rabin.  Este año, unámonos para no hacerlo más.  
Fuente: http://www.hartmaninstitute.com/

Traducido por Ría Okret

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