Walter Benjamin: fragmentos para un pensamiento inacabado.

Hacia finales de la Primera Guerra Mundial, Walter Benjamin esbozó recovecos de su pensamiento en un programa de la filosofía venidera; entre la relectura kantiana y la crítica teologizada, el filósofo se pregunta por el desafío de un filosofía verdaderamente consciente de la eternidad y el tiempo. Así, el eje del problema es el lugar y la relación entre filosofía y religión: “satisfacer por igual las exigencias de (primero) la unidad virtual de religión y filosofía, (segundo) la integración del conocimiento de la religión en la filosofía, y (tercero) guardar la integridad de la tripartición de este sistema.”

Hoy, 70 años después de su muerte, traer a Walter Benjamin a nosotros, volver sobre sus pasos, y recorrer las orillas de su universo imaginado, es un desafío repleto de fracasos. Su vida, como su obra, reclaman una vida.

Benjamin fue un outsider en un doble sentido: frente a la ciencia, en cuyo dominio ha seguido siéndolo en buena medida hasta hoy mismo, y en el mundo literario. Solo unos pocos de entre sus colegas escritores podían comprenderle; a muchos de ellos les resultaba insoportable. Por cierto que esto sucedía de manera recíproca…”

Gershom Scholem.

Fragmento II:

Literatura, filosofía, política, y religión, todo ello se encierra en la colmena de su pensamiento. Pero las mieles de su obra, de sus textos y fragmentos, esconden el secreto del trabajo de las abejas que son una y todas, que construyen y destruyen, que habitan la flor del pasado y el devenir del tiempo. Walter Benjamin era un espíritu de su propio pasado, habitante del siglo XIX encarnado en la vida del XX: y en sus propios pasajes arrastraba consigo la pérdida y la melancolía de lo viejo y lo nuevo, de lo que desmoronaba el progreso, arrasaba el presente y se materializaba en la destrucción de la primera mitad del siglo veinte. Ser de ahora como ser(es) de antes, pero peor, pareciera decirnos.

Benjamin fue un arqueólogo del espíritu del hombre en su paso por el tiempo: bisagra de dos siglos, o de dos mundos.

“…dije que Bejamin piensa poéticamente, es decir, en metáforas. Hasta aquí todo correcto. Pero luego planteo la pregunta de qué es una metáfora (lo cual, evidentemente, me conduce a Homero, que la descubrió como un instrumento de la poesía) y lo que consigue una metáfora, a saber, la unidad del mundo. En opinión de nuestro amigo inglés, estas reflexiones no tienen nada que ver con un perfil de Benjamin.”
Hannah Arendt.

Fragmento III:

El mundo como catástrofe, desintegración y caída tiene, en Benjamin, una forma cíclica: el eterno retorno de una catástrofe continua. Allí se sitúa su idea de progreso, porque: “Que todo siga «así» es la catástrofe. Ésta no es lo inminente cada vez, sino que es lo cada vez ya dado” y por ello retomando el pensamiento de Strindberg lo cita, “el infierno no es nada que aún nos aceche, sino que es esta vida aquí.” La vida mundana es como habitar en el infierno, la “manifestación de poderes espectrales y demoníacos”. En este teatro de la historia, el eterno retorno de siempre lo ya dado es, repetición, caída en el infierno que es la tierra misma: la del burgués, la del flâneur, la puta o el poeta maldito: poeta de este mundo.

La historia de la caída y la descomposición, es la historia de la pérdida de Dios y de la teología como universo moral de donde hacer del tiempo y del mundo una síntesis. Como escribe Benjamin en su primera tesis Sobre el concepto de historia, hay un enano maestro en el juego del ajedrez que es la teología, sin embargo, “siempre debe ganar el muñeco llamado «materialismo histórico», pudiendo enfrentarse sin más con cualquiera si toma a la teología a su servicio, la cual, hoy en día, es pequeña y fea, y no debe dejarse ver en absoluto.”

“El ‘pensamiento teológico’ de Benjamin, muy pronunciado en sus años tempranos y del todo visible para quien lo frecuentara en aquellos tiempos, estaba orientado hacia conceptos judíos, se diría que casi instintivamente. (…) por un lado, la revelación, la idea de la Torá, la representación de la doctrina y de los textos sagrados en general; por el otro, el mesianismo y la redención.”

Gershom Scholem.

Fragmento IV:

Benjamin en una de sus lectura sobre Kafka relata una leyenda talmúdica en la que un rabino responde al por qué del banquete de la noche de shabat. La leyenda cuenta sobre una princesa abatida en el exilio, en donde se hallaba lejos de su gente y en un poblado cuya lengua no comprendía. Un día, recibe una carta por la que se entera que su prometido no la había olvidado y que viajaba rumbo a su encuentro. El prometido, según cuenta el rabino, es el Mesías; la princesa, el alma; el poblado de la lengua extraña y del destierro, el cuerpo. Y como la princesa no puede manifestar de otra manera su alegría al poblado, que no entiende su lengua, le prepara un banquete para celebrarlo.

Este banquete de shabat, en el que celebramos su llegada luego de las oraciones, es –sin embargo– un festejo doble. Una celebración que hace a nuestra presencia como criaturas creadas por Dios, y en el sentido de hombres como criaturas del lenguaje que nos nombra. Este benquete recibe el tiempo mesiánico al que nos abrimos a través del shabat al mismo tiempo que agasajamos al poblado, al lenguaje de los hombres que es ajeno al alma; en donde el alma –la princesa– y su amado –el Mesías– aguardan por su encuentro.

Pero para Benjamin, quien lee en el relato talmúdico la metáfora del mundo kafkiano, aquel poblado al pie del Castillo, es la metáfora de vida del hombre contemporáneo en relación con su cuerpo: un cuerpo que le huye, que es su propio enemigo, que le es ajeno.

El relato talmúdico conserva y resguarda otra lectura. Porque debemos correr la mirada de la relación entre el alma y el cuerpo, porque aquel poblado es el tiempo histórico en donde el lenguaje de los hombres existe, sin entender al alma, en el que se preserva el lenguaje divino que se halla perdido. En donde celebramos, a través de un banquete, la posibilidad de existencia a través del lenguaje. Y por eso, el banquete de la princesa, la experiencia mesiánica aprehendida, nos permite celebrar –también– la vida profana que aguarda al Reino. Como escribió Benjamin en su Fragmento teológico-político, “el orden de lo profano tiene que enderezarse por su parte hacia la idea de felicidad, y la relación de este orden con lo mesiánico es uno de los elementos esenciales de la filosofía de la historia (…) el orden profano de lo profano puede promover la llegada del mesiánico Reino. Así pues, lo profano no es por cierto una categoría del Reino, sino una categoría (y de las más certeras) de su aproximación silenciosa.”

“En su proximidad se sentía uno como el niño en el instante en que se entreabre la puerta de la habitación en que todo está preparado para celebrar la Navidad y la abundancia de luz hace brotar lágrimas en los ojos, más estremecedora y rotunda que el brillo que siempre le saluda cuando le invita a entrar en la habitación. En Benjamin todo el poder del pensamiento se aunaba para preparar tales instantes, y únicamente a ellos se traspasó lo que una vez prometieron las doctrinas de la teología.”

Theodor Adorno.

Fragmento V:

Kafka escribe en su diario el 19 de octubre de 1921 que en la esencia de la peregrinación por el desierto, Moisés “ha tenido durante toda su vida el presentimiento de la Tierra de Canaán; pero es increíble que pueda ver esta tierra antes de su muerte” ya que esa “última visión sólo puede tener el sentido de ilustrar hasta qué punto la vida humana es como un momento incompleto, incompleto porque este tipo de vida podría durar indefinidamente sin que de ello resultara otra cosa que un momento. Moisés no llegó a Canaán, no porque su vida fuese demasiado corta, sino porque era una vida humana.” Podríamos, también, reescribir esta nota con el nombre de Walter Benjamin, lector y admirador de Kafka.

Benjamin, filósofo de la peregrinación de Europa y el pensamiento, del judaísmo y del hombre, de la ciudad y la palabra. Benjamin no llegó a terminar su obra y allí descansan sus secretos y facinación; no sólo porque su vida fuera demasiado corta, sino porque era una vida humana.

“Afligido, cerca de mí pero siempre oculto

Sólo tu vocación te mantiene cerca de la vida

Pero no hablas. Y el mundo se construye

en tu silencio. El duelo es la mañana eterna.”

Gershom Scholem

(Extracto de su poema titulado W.B. de 1918, dedicado a su amigo).

· Más leídos ·

Consola de depuración de Joomla!

Sesión

Información del perfil

Uso de la memoria

Consultas de la base de datos