Entre diplomacias y verdades. Parte II

Además, si es verdadera la conclusión de que hoy en día no hay una contraparte árabe con la cual firmar un acuerdo definitivo de paz (por ejemplo no hemos mencionado el peligro concreto que Hamás, quien no reconoce en forma alguna a Israel, se haga con el control del Estado Palestino inmediatamente después de la retirada israelí, como lo hiciera con la Franja de Gaza), y que lo máximo a que se puede aspirar es un acuerdo de convivencia por un par de décadas, basado en el intercambio de territorios y la incorporación de las poblaciones a los estados basadas en su etnicidad y no su ubicación geográfica, Israel le está dando a los palestinos la carta que pretendía conservar hasta el acuerdo definitivo: una vez que los palestinos obtengan independencia, no importa si de facto o de jure y el reconocimiento internacional, la posibilidad de Israel de interferir en su manejo se anula, lo que mantiene el riesgo de seguridad sin haber obtenido ningún logro diplomático a cambio (reconocimiento de Israel, por ejemplo, tal como se incluyera en los acuerdos con Egipto y Jordania). Pero Liberman, como dice él, no se ocupa de diplomacia sino de verdades.

Si es verdad entonces que no hay una base común para un acuerdo de paz estable ahora, volvamos a la pregunta: ¿de qué se está negociando? Dos factores adicionales tienen que ser tomados en cuenta para poder responder: en primer lugar la amenaza iraní, y en segundo la actitud de los Estados Unidos respecto a la región.
Irán representa una amenaza existencial no sólo para Israel sino también para los regímenes actuales de los países árabes y para la propia idea de la nacionalidad como base del poder en el mundo árabe en contraposición al poder religioso: lo islámico frente a lo arábico, en una reedición de la lucha que liderara exitosamente Nasser en su momento. En aquella oportunidad la lucha contra Israel era la bandera para movilizar el pan-arabismo, y los países musulmanes periféricos (Turquía, Irán) los aliados de Israel por aquello de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
Hoy en día, el campo islamista es el que reivindica la lucha anti-israelí y la Liga Árabe la que ofrece cooperar con Israel bajo la misma premisa.

La solución de la cuestión palestina es el precio a pagar para obtener una coalición regional que haga frente a la expansión del fundamentalismo islámico con mejores perspectivas de las que pueda tener Israel por sí sola. Si a ojos de Netanyahu la principal amenaza existencial para Israel hoy en día es Irán, la disposición a negociar parece clara, y la insistencia en que el resultado final no sea una amenaza adicional aún más cercana en forma de estados vecinos controlados por Hamás y Hizbollah, una preocupación lógica.

El factor adicional que debemos incluir en este análisis es el de la actitud norteamericana. Estados Unidos está decididamente interesado en consolidar una coalición regional anti-fundamentalista, especialmente luego del fracaso y el precio en vidas propias de la intervención directa en Irak. Los países árabes sienten que tienen una baza importante en la mano, y por lo tanto exigen a los EEUU traer a Israel a la mesa de la negociación en la cual el resultado ha sido ya enunciado y lo que queda por acordar son los detalles, formas, y compensaciones. La política exterior árabe, que a diferencia de Liberman, tradicionalmente se ocupa de transmitirle a la otra parte lo que piensa que ésta quiere escuchar y esconder sus verdaderas intenciones, juega con la dificultad interna de Israel de congelar la construcción en los asentamientos, se posiciona como el aliado que toma en cuenta el interés norteamericano en la región, y se cuida por tanto de asumir cualquier postura que pueda ser considerada intransigente por éstos.

Por coincidencia, se publican en estos días los protocolos del gabinete israelí en las horas previas a la Guerra del Yom Kippur en 1973. Aún luego de saber que el ataque es inevitable, deciden los líderes israelíes, Golda Meir y Moshé Dayan, asumir el soportar el primer golpe, con su precio en vidas y su riesgo, dado que toman en cuenta que sin la ayuda y el avituallamiento militar norteamericano, Israel no podrá vencer en la guerra, y un ataque preventivo puede poner en peligro dicho apoyo.
A esta altura de las relaciones, es de suponer que Benjamin Netanyahu sabe que Israel sigue precisando el apoyo norteamericano para mantener su primacía militar, y sabe cuales son los intereses que guían la política respecto al Cercano Oriente en la Administración Obama.
Cualquier dirección que asuma, incluyendo la parálisis, tiene sus riesgos. Netanyahu puede forzar una postergación más, hasta las elecciones parciales venideras en los Estados Unidos, pero luego de ellas, aún cuando la Administración Obama se debilite, y quizás justamente por ello, cuando dicho gobierno busque logros fuera de fronteras para paliar su falta de logros internos, tendrá que aceptar no los términos de un acuerdo ideal, sino el mejor que se pueda obtener en ese momento, o arriesgarse a un enfrentamiento con los EEUU que ningún líder israelí anterior consideró posible asumir.

Esta es la verdad de la situación, y no la de Avigdor Liberman. 

· Más leídos ·

Consola de depuración de Joomla!

Sesión

Información del perfil

Uso de la memoria

Consultas de la base de datos