Entre diplomacias y verdades. Parte I


En defensa de su insólita actuación al contradecir a su propio Jefe de Gobierno ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el canciller israelí, Avigdor Liberman, argumentó que siempre se debe decir la verdad, y que él no hizo otra cosa que aclarar las verdades acerca de la actual ronda de negociaciones entre Israel y los palestinos.

Como fieles discípulos de aquello de que “con la verdad no ofendo ni temo”, en principio deberíamos darle la razón a Liberman, aunque queda por aclarar cuál es la verdad, y qué de lo que dijera es verdad y qué sus conclusiones personales.
Dejemos de lado nimiedades tales como que “es verdad que un Ministro de un gobierno se debe a la disciplina del mismo y especialmente a la subordinación al Jefe de dicho gobierno”, y pongamos la actitud de franco desafío en el bolso de los innumerables despropósitos que registra la vida política de Israel, cada vez mas lejana del espíritu con el que fuera fundado el país.

La pregunta importante es: ¿es posible que Liberman tenga razón (o sea que haya dicho la verdad) acerca de las presentes negociaciones? Y entonces: ¿es posible que no haya con quien hacer un acuerdo de paz por parte árabe? Más aún, ¿es posible que sea verdad que la fórmula territorios a cambio de paz ya no tenga valor?

Para intentar aclarar estas inquietantes preguntas, intentemos en primer lugar dilucidar de qué se está negociando. Todas las partes hablan de un acuerdo de paz, pero obviamente cada una le asigna un significado diferente. Quien posiblemente haya hecho el mayor trayecto en términos de cambio de concepción es Benjamín Netanyahu. El hablar clara y públicamente de “dos estados para dos pueblos” lo lleva a la misma línea de pensamiento de Rabín, Sharón y Olmert, quienes como Primeros Ministros intentaron alcanzar un acuerdo con los palestinos basado en la creación de un Estado Palestino independiente junto a Israel, en la mayoría de las tierras de Cisjordania y la Franja de Gaza, y con un eventual intercambio de territorios para alcanzar la plenitud de la extensión del área palestina previa a la Guerra de los Seis Días en 1967.
Para todos era claro que esto conlleva el desmantelamiento de la mayoría de los asentamientos, incluyendo la totalidad de los “asentamientos aislados”, en los que se concentra el núcleo mas duro y militante de los colonos, y un no despreciable riesgo de seguridad al poner la mayoría de la población israelí a tiro de rifles y cohetes palestinos.
Netanyahu agregó un elemento explícito a las fórmulas de sus predecesores: el reconocimiento por parte de palestinos y el mundo árabe de Israel “como Estado Judío”. En su visión, ésta es la única fórmula que expresa el fin del conflicto y por la cual vale la pena pagar el precio mencionado.
Los palestinos, con el respaldo de la Liga Árabe, se niegan rotundamente a ello, con el pretexto de que ningún acuerdo entre países define el carácter del otro, siendo ésta una cuestión interna (en palabras de Abu Mazen: “por mí que se autodenominen el Imperio Judío de Israel”). Más aún, y más relevante, es el que los acuerdos de paz que Israel ya ha firmado con los países árabes no incluyen una cláusula tal.

Los detractores de Netanyahu (que no faltan, incluyendo desde dentro de filas de su propio partido y sus aliados de gobierno) proponen una explicación alternativa: se trata simplemente de una cláusula destinada a echar la culpa del fracaso inevitable de las negociaciones a la parte palestina. Si es así, muy flaco favor le hace a los intereses de Israel la abrupta “verdad” de Liberman.

Pero aún antes de llegar al meollo de dicha cuestión, estalla el tema de la construcción en los asentamientos en territorios ocupados, tema en el cual Israel ha logrado el poco envidiable resultado de aunar a todos los países del mundo: absolutamente ninguno acepta el derecho de Israel a construir asentamientos civiles en territorios ocupados bélicamente, especialmente cuando el mapa de dichos asentamientos está expresamente diseñado para impedir la creación de un Estado Palestino viable, o sea para impedir el mismo acuerdo de paz sobre el cual supuestamente se está negociando.
Argumenta Liberman: ya que hay áreas que en cualquier acuerdo estarán dentro de Israel, es una hipocresía oponerse a la construcción en ellas. Dichos asentamientos simplemente determinan la cantidad de territorios que Israel deberá entregar a cambio de los que pida conservar. Excepto claro está que los sectores del nacionalismo religioso, aliados no menos importantes que Liberman, y con más incidencia dentro del Comité Central del partido de Netanyahu (Likud), siguen hablando del mapa que impida un estado palestino, y no del mapa que Liberman presenta para el intercambio.

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