Los cambios en el Kibutz. Parte I

BUSCANDO LA COMUNIDAD DEL SIGLO XXI

Mucho se ha escrito sobre la crisis del movimiento kibutziano, sobre la desaparición o por lo menos la atrofia de uno de los símbolos arquetípicos de la Israel pionera, y uno de los experimentos sociales que encendiera la imaginación de gran parte del mundo durante décadas.

No hay prácticamente grupo político o de interés en Israel que no haya enarbolado el estandarte del “fin del kibutz” como prueba irrefutable de lo correcto de su propia visión o reclamo. En el mejor de los casos, se vio al kibutz como un remanente de una era pretérita, superada, del país, al que en reconocimiento de los grandes servicios prestados se le debía dejar transcurrir en paz sus últimos días hasta la inevitable y cercana desaparición.

Realmente, desde los comienzos de la década de los 80, los síntomas vitales del kibutz eran realmente preocupantes: golpeado doblemente por el efecto combinado de la crisis económica e ideológica (la primera efecto de la transición instantánea y no ordenada del país de una economía planificada al más completo liberalismo, y el ataque a los pequeños capitales para permitir la toma del control por los grandes, y la segunda a causa del desmoronamiento del “socialismo real” y el traspaso del “fundacionalismo sionista” de la arena nacional a la de los territorios ocupados en 1967), desprovisto de su carácter de instrumento y modelo de creación y fortalecimiento del estado, el kibutz se encontró incapaz de responder, luchando por su supervivencia cotidiana, y principalmente perdiendo a la casi totalidad de su juventud, la generación de recambio.

Dos décadas fueron necesarias para lograr detener la caída libre y estabilizar un piso desde el cual comenzar a reconstruir, pero los kibutzim llegaron a ese punto en muy disímiles condiciones económicas, sociales e ideológicas, las cuales marcan la variedad de modelos e ideas que caracterizan al movimiento kibutziano hoy en día.

En la práctica, encontramos tres corrientes principales referentes a la organización interna del kibutz  y a los modelos futuros: la corriente “ortodoxa”, la “renovadora con privatización” y la “privatizadora a ultranza”. (Existen además un par de decenas de kibutzim que no han logrado estabilizarse en un “piso” tal, y su futuro como comunidades organizadas es prácticamente inexistente, pero esto se debe achacar al fracaso interno en encontrar un ámbito cualquiera de acuerdo generalizado, y no hace al modelo. Aunque la historia oficial echara un manto piadoso sobre ello, siempre hubo kibutzim que fracasaron y eventualmente se disolvieron).

Antes de caracterizar a cada una de las corrientes, marquemos las coincidencias principales, las que delimitan el espacio dentro del cual se intenta refundar, o por lo menos actualizar, la idea del kibutz: el kibutz es una comunidad autónoma y de autogestión, con definición territorial, con medios de producción poseídos por la comunidad (totalmente o parcialmente pero reteniendo el control), económicamente viable y con ayuda mutua (absoluta, parcial o limitada, de acuerdo a las corrientes).
En segundo lugar, el kibutz ha asumido que no es más una sociedad movilizada, un “batallón de avanzada” de la causa de la construcción nacional, sino una comunidad que pretende crear y ofrecer a sus miembros una calidad de vida mejor que otras alternativas. El acento está en la concepción integral de “calidad” de vida frente al “nivel de vida” material, y sobre esto ampliaremos.

Además, el kibutz mantiene el concepto voluntarista: sus miembros lo son por elección propia y no por necesidad, el abandonar el kibutz es siempre una posibilidad, y depende sólo de la voluntad del miembro. La permanencia en el kibutz es pues una elección cotidiana de sus miembros. Una frase que ejemplifica el cambio de concepción es “de un kibutz que tiene miembros (personas) a personas que libremente elijen tener un kibutz juntos”.

Uno de los elementos centrales que se mantienen desde el comienzo del kibutz es que no se trata de un ejercicio teórico ni una aventura limitada: los miembros del kibutz lo construyen y desarrollan invirtiendo en ello la totalidad de su vida (por el tiempo en que están en el kibutz). A diferencia de una sociedad anónima, los miembros no invierten parte de su capital, sino su futuro y el de sus hijos. Si en los comienzos, en los cuales al ser todos jóvenes e idealistas, los experimentos y cambios podían ser más arriesgados, hoy conviven en los kibutz tres o cuatro generaciones, y los cambios y modelos deben ser sumamente cuidadosos, ya que la comunidad es responsable también por los débiles, los enfermos, los ancianos y los niños.

Tomando en cuenta todos estos factores, las diferentes corrientes coinciden en que la calidad de vida en su sentido más amplio se obtiene a través de la vida en comunidad, y un equilibrio correcto entre el área comunal y la personal, aunque difieren en los grados de equilibrio posibles o permitidos, especialmente en el nivel económico. Es posible decir que el kibutz ha dejado de intentar la concreción del socialismo (a nivel nacional) para centrarse en el “comunitarismo” a nivel local.

La comunidad del kibutz abarca y es responsable por todos los órdenes de la vida: economía, sociedad, educación, salud, cultura y esparcimiento, medio ambiente, y sucesivamente, mientras que el miembro o generalmente el núcleo familiar, es responsable de elegir el balance adecuado para sí mismo en las distintas etapas de la vida.
La relación entre dichas responsabilidades es una de las variantes centrales entre las distintas corrientes: en el kibutz “ortodoxo” se mantienen la casi totalidad de los recursos en manos de la comunidad para poder ofrecer respuestas comunitarias a las diversas necesidades de los miembros (fieles al principio marxista de “de cada uno de acuerdo a sus posibilidades, a cada uno de acuerdo a sus necesidades”). En los kibutzim “privatizados” se asigna a los miembros mayor control sobre sus ingresos, a cambio de ser ellos responsables por satisfacer sus necesidades cotidianas, mientras que la comunidad se limita a proveer “redes de seguridad” en caso de necesidad, y por lo tanto se puede contentar con una porción menor de los recursos económicos.

Se ha producido un cambio fundamental además en la relación “trabajo – recursos”. El kibutz, fundado sobre ideas económicas del siglo XIX vio en el trabajo de sus miembros su principal recurso y de aquí la exigencia de entregar a la comunidad “el completo potencial de trabajo” de cada uno de sus miembros. La experiencia gradualmente acumulada, las transformaciones en el entorno económico y las lecciones de la crisis llevaron a un profundo cambio conceptual. Por una parte, la comprensión de que la comunidad precisa un importante capital propio para poder continuar siendo dueña de sus destinos en tiempos de transformaciones económicas (por ejemplo, migraciones de puestos de trabajo a áreas lejanas a la comunidad) y para generar recursos suficientes para mantener el deseado alto nivel de servicios comunitarios. Este capital no puede ser generado solamente por la plusvalía del trabajo propio, sino que debe provenir de parte de las ganancias de las actividades económicas del kibutz. De aquí el concepto de separación entre “hacienda” y “comunidad” y la administración separada y profesional de cada una de las áreas, aún a costa del principio de “democracia directa” según el cual todas las decisiones comerciales se tomaban en la asamblea general, independientemente del nivel de comprensión de cada miembro. Esto fue reemplazado por una “democracia representativa” en la cual los miembros designan comités de administración con amplias potestades y eligen a los gerentes de las distintas áreas, pero no intervienen en las decisiones corrientes. La administración más profesional permitió un uso racional de los recursos e incluso la multiplicación de capital ya sea emitiendo acciones de las empresas en la Bolsa de Valores o incorporando socios capitalistas, pero limitó los recursos disponibles para las áreas sociales solamente a los frutos del trabajo y las ganancias distribuidas.


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