Diáspora celeste

Esta reflexión ya estaba  pronta cuando intercambiando un e mail  con mi amigo Gorzi , me dijo  que  volvía  de Sudáfrica de acompañar a la selección  uruguaya y yo  le conté que acababa de  regresar de Israel,  donde  fui hacer un  curso en Jerusalén  . A lo que él  respondió

 “ -Ana, vos cada vez mas  Herzel y yo cada vez más Artigas “_

Quizás aquí en este  pequeño artículo pueda decirle:

 “Herzl estaba,  porque para mí  siempre está, pero te darás cuenta que esta vez, Artigas, también estaba.”

El Mundial de fútbol es sin lugar a dudas mucho más que un campeonato deportivo.

Tratase del mayor evento internacional económico y multi cultural, capaz de despertar un profundo sentimiento nacionalista, aún en aquellas personas  indiferentes a una pelota.

El fanatismo de los colores nacionales alcanza proporciones inimaginables, creando una suerte de igualdad social y racial entre los ciudadanos de cualquier país participante.

Achicando el globo terrestre, acortando fronteras y distancias. Aproximando generaciones, amigos, enemigos y sexos. Equilibrando jerarquías políticas, laborales y académicas. Transformando hábitos, horarios, lugares públicos.

Creando más excepciones que reglas. Permitiéndonos osar sin vergüenza, porque durante el Mundial, TODO VALE. Menos hinchar contra.

Sudáfrica 2010, después de un amargo ayuno fuera de los mundiales, y una clasificación milagrosa, Nuestro Pequeño Uruguay estaba dentro. Que lindo para el país y su pueblo, que, felices y tímidamente empezaron a alimentar la esperanza de revivir viejas glorias. El principio de este mundial me agarró en San Pablo, ciudad donde vivo hace 28 años.

Ver un mundial en casa no es fácil. Marido e hija argentinos, una brasilera, el varón viviendo en Estados Unidos. Digamos que hasta las octavas de final, cuando cada delegación juega varios partidos, vivimos una suerte de harmonía, porque nuestras banderas eran de grupos diferentes y si así no fuera ,ante una derrota, existe en esta etapa del campeonato, una segunda chance.

Tenemos varios accesorios: camisetas, gorros, banderas y por supuesto no faltan pequeños  manjares típicos de todos nuestros países. En casa, nadie que hincha contra, está invitado a ver un partido. Y vale cualquier tipo de cábala. La principal, levantarse y cantar  el Himno Nacional con solemnidad, aun  cuando ya  nos cuesta recordar toda la letra.

Confieso que no pude dejar de sentir una enorme emoción, al ver a mis hijas, completamente brasileras, cancelando compromisos para no perderse los partidos de Uruguay.
Y así transitamos las primeras 2 semanas  de pleno regocijo  deportivo, regado a empanadas, chorizitos y alguna caipirinha.

El 28 de junio embarqué para Israel para participar de un curso en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Y para nuestra alegría, La Celeste no solamente sorprendida por no haber perdido ningún partido, sino que comenzaba a ganar confianza rumbo a las octavas de final. Israel, lamentablemente en los mundiales de fútbol, casi no figura, pero la singularidad de su diversificado mosaico étnico, producto de diferentes aliot (inmigraciones) y rescates, genera un público cautivo y cliente de la trasmisión televisiva. Y no faltan uruguayos, con sus vecinos y  amigos.

Es verdad que para algunos israelíes, Paraguay y Uruguay son el mismo país, pero no podemos dejar de sentirnos felices al ver que por primera vez los obligamos  a agarrar un mapa mundi, buscarnos y encontrarnos.El fin de semana del 2 de Julio, fue repleto de tensiones y tristezas.

Testimonié con amargura la eliminación de Brasil y  Argentina. Sufrí y vibré con la fantástica, osada y sorpresiva victoria  de Uruguay  contra Gana
Muchos de los  judíos uruguayos que nacimos  en la década del 50, somos hijos o nietos de sobrevivientes del Holocausto.
Crecimos bajo la sombra del recuerdo que guardan nuestros padres de sus hogares dilacerados, pero que encontraron en  Uruguay un lugar acogedor  para  reconstruir sus vidas.
Aprendimos con ellos a comer Gefilte  fish, paté de hígado, huevito pisado, kneidadech , pero no recuerdo a nuestros padres evocar con nostalgia aquella Europa que aniquiló un tercio del pueblo judío. Si existen recuerdos lindos , son apenas  familiares, y no patrióticos.

Entre nuestro grupo de amigos, son varios los que el destino nos llevó a vivir lejos de Uruguay. Somos entonces  hijos de” gringos”, también transformados en “gringos”, viviendo en aquellos países que elegimos  al dejar Uruguay, atrás  de nuevos  horizontes. Pero a diferencia de nuestros padres y abuelos, tenemos un recuerdo maravilloso del lugar en que nacimos: Uruguay. Crecimos en un país de educación  gratuita, laica y obligatoria. Playas publicas, libertad  religiosa, hospitalidad  hacia cualquier inmigrante. Tierra de rayuelas, bolitas, bizcochos y  Candomble.
Disfrutamos tardes en el Centenario comiendo choripán de Cativelli, chivitos, andando en bicicleta o jugando a la mancha libremente por el barrio.  
Donde aún  se conserva viejos hábitos tan ultrapasados en el resto del mundo: como permitir a las mujeres subir primero al ómnibus, ofrecer el asiento a los ancianos, y no tutear a los desconocidos.

 Y es durante un mundial de fútbol, cuando  Uruguay consigue por mérito propio y con su  habitual “garra “estar  entre los 4 mejores del mundo, que una  melancolía  enorme invade  mi corazón y me hermana a todos los uruguayos del mundo, donde quieran que estén. Esta vez, el destino  me acercó a ver los partidos en al casa  buenos  amigos de mi infancia que viven en Israel: la familia  Sapiro en Raanana, y los Wiener en Jerusalén, y junto a ellos,  algunos  familiares y amigos que se sumaron: Ianai, Dani Wachtel, Gabriel Pytel….Sus hijos, ya nacidos en Israel, crecieron en  culturas diferentes, y al igual que mis hijos,  hinchan a muerte por Uruguay y visten La Celeste de corazón. Aprendieron a amar a sus  abuelos,  primos y tíos que están del otro lado del Atlántico. Les encanta  comer, Yo Yo, milanesas y asados.

Porque nosotros, sus padres, les hablamos en español y  supimos trasmitirles la grandeza de este pequeño y querido Uruguay. La sangre charrúa corre en las venas de nuestros hijos, algunos de los cuales nunca pisaron Uruguay. Y en los partidos del  mundial, están con nosotros, envueltos en la bandera uruguaya, cantando el himno nacional, suspirando los penales, festejando los goles. Abrazando y vistiendo la camiseta uruguaya.

Como entendiendo, aun  sin palabras, la nostalgia y el desgarro que nos produce, ser parte de la Diáspora Celeste.

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