Una cascada de tiempo y emociones compartidas.

El ciclo del año judío es una cascada de emociones, rituales y normas que nos hacen recorrer una travesía maravillosa por un tiempo paralelo al cotidiano, hacia las raíces de la Creación y del origen del Pueblo judío. Dentro de este complejo y variado ciclo de festividades, celebraciones y conmemoraciones, las festividades del mes de Tishrei ocupan un lugar privilegiado.
 
Desde la alegría y el encuentro familiar de Rosh Hashana,(Año Nuevo) con el toque del Shofar, pasando por la solemnidad e introspección de Yom Kipur,(Día del Perdón) hasta la alegría de Sucot(Fiesta de las cabañas) y Simjat Tora(Fiesta de celebración de la terminación y comienzo del ciclo anual de lectura de la Tora), tenemos casi un mes de experiencias espirituales que nos transforman y nos conectan con los fundamentos de la cosmovisión judía: Dios, la Tora, el Pueblo de Israel, el Pacto, la fe, la Teshuva(Arrepentimiento), la Tefila(oración), la Tzedacá(apoyo económico a los necesitados), la comunidad, la esperanza.

Vivir intensamente este mes significa redescubrir la capacidad de celebrar y valorizar los dones que tenemos y con los que hemos sido bendecidos y atesorar las memorias que nos dejaron nuestros seres queridos que ya no están aquí con nosotros.
Recientemente una amiga que viajó por Europa me comentó acerca de las bellas catedrales e Iglesias que se encuentran en las grandes ciudades del Viejo Continente y el gran desarrollo arquitectónico y artístico que tuvieron desde la Edad Media.
Estas palabras me recordaron un párrafo de Abraham Joshua Heschel (1907-1972),el gran rabino ,activista social y teólogo en su libro El Shabat y el Hombre Moderno:

    «Todos estamos fascinados con el esplendor del espacio, con la grandiosidad de los objetos en el espacio. Nuestra imaginación tiende a moldear todos los conceptos a su imagen… Es difícil para la mente primitiva abarcar una idea sin la ayuda de la imaginación, y es en el dominio del espacio donde la imaginación manifiesta su poder.
La imagen de los dioses ha de ser visible, pues donde no hay imagen no hay dios.La reverencia por las imágenes sagradas, por los monu­mentos o lugares sagrados, no sólo es inherente a la mayoría de las religiones, sino que ha sido conservada porel hombre de todas las épocas, de todas las naciones, piadosos, supersti­ciosos e incluso antirreligiosos; todos continúan rindiendo ho­menaje a estandartes y banderas, a santuarios nacionales, a monumentos erigidos a reyes y héroes.

La profanación de los altares sagrados es considerada dondequiera un sacrilegio, y es tal la importancia que el altar puede cobrar, que la idea que representa queda relegada al olvido.
El monumento se convierte en auxiliar para la amnesia; los medios deforman el fin.
El Judaísmo nos enseña a mantenernos adictos a la santidad del tiempo…
Los Shabatot son nuestras grandes catedrales y nuestra Sancta Sanctorum es un altar que ni los romanos ni los germanos pudieron destruir, un altar que ni la apostasía pudo mancillar: el Día del Perdón….El ritual judío podría describirse como el arte de las formas simbólicas en el tiempo, como la arquitectura del tiempo.»

Nuestra tradición posee una arquitectura sagrada que requiere de un entrenamiento especial para poder apreciarla: la sensibilidad ante los instantes sagrados y el valor del tiempo. De esto se tratan nuestras festividades, comenzando por el Shabat y culminando por el día de Yom Kipur.
Este mes nos obliga a confrontarnos con el valor y significado del tiempo en nuestras vidas. Generalmente vivimos apegados a los objetos y las imágenes en una cultura visual y materialista. La tradición judía, si bien aprecia los dones del espacio y la belleza del universo, nos obliga a permanecer abiertos a la dimensión auditiva y al misterio del tiempo. La afirmación central de fe del pueblo hebreo es el Shema Israel, el texto del libro de Deuteronomio 6, que recitamos dos veces al día y que no dice: “Escucha oh Israel, El Señor es nuestro Dios, el Señor es único”.

En hebreo bíblico escuchar y comprender son sinónimos. La escucha de la palabra que proviene de una exterioridad a nosotros (ver al respecto la obra del gran filosofo judío Emmanuel Levinas)y la percepción sensitiva del tiempo es un signo distintivo del judaísmo.
En estos días cuando el absurdo, la confusión y el “todo vale” parecen conducirnos a oscuros callejones sin salida, tenemos a nuestras festividades para que nos ayuden a recuperar el sentido de la santidad, la orientación y el significado.

Hoy, cuando pareciera que sólo importa un presente unidimensional y achatado; cuando vivimos adictos a lo novedoso, lo fugaz y lo epidérmico, lo que nos atrapa en círculos viciosos de una voracidad consumista sin límites, tenemos estos días que nos imponen límites que nos ayudan a crecer como individuos, como familias, como comunidad, como humanidad. Debemos dejar de ocuparnos de cosas superficiales que nos empequeñecen, y nos alejan de lo verdadero y de lo que perdura.
Hoy más que nunca, cuando los mensajes “posmodernos” nos dibujan a seres humanos sin vocación, sin historia y sin proyectos, vamos a nuestras sinagogas y casa de estudio a recuperar el hilo narrativo que nos permita volver a ser personas y dejar de parecernos a caricaturas grotescas.

Hoy más que nunca, cuando vivimos rodeados de miles de verdades que nos rodean sin conducirnos a ninguna parte, cuando pareciera que no hay códigos comunes porque cada uno de nosotros tiene su propio dogma, veninos a recuperar un lenguaje común, que nos permita constituirnos en comunidad. Un lenguaje y una imaginación en la que padres e hijos y en la que nietos y abuelos puedan encontrarse en la palabra. Frente al individualismo extremo, al enclaustramiento autista y al “sálvese quien pueda”, que nos despojan de nuestra trama social como judíos, venimos en Rosh Hashana y en Iom Kipur a redescubrir la solidaridad, la comunidad y los proyectos compartidos.
Hoy, cuando experimentamos una grave alienación con la naturaleza y pareciera que ponemos en peligro la ecología del planeta, tenemos a Sucot y su mensaje de humildad y de recordar la gracia divina durante la travesía en el desierto.

Con Simjat Tora, que cierra este ciclo, nos regocijamos por ser lo que somos y por tener el don de la Tora como guía y referencia de nuestras vidas, recomenzando su lectura.
¡Que podamos encarar con honestidad este ciclo de luz y verdad, acompañados de en salud y amor por nuestros seres queridos!

¡Ketiva vejatima toba!
Que seamos todo inscritos y rubricados en el Libro de la Vida
¡Moadim lesimja! ¡Felices fiestas!

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