Caminar, de Rosh Hashaná a Iom Kipur, del nuevo año a la renovación de la vida.

I.

Preguntarnos, siempre judío, siempre la pregunta, que se pregunta, interroga, que no conforme se vuelve duda, avanza, retorna, regresa; que quiere aún más: allá, atrás, acá… ¡Y en estos días del año, aún más!

Preguntarnos: de la celebración a la t’shuva; de lo nuevo a lo uno, a lo otro que hace de lo que hicimos, porque lo que hacemos es para con el otro y se refleja en la posibilidad de la existencia, renovada, como la vida. Franz Rosenzweig en su Estrella de la redención escribió que en el mundo judío todo tiene dos relaciones: una que se refiere a “este mundo, pero también se refiere al mundo por venir”. Oposición entre sagrado y profano, bendición que se ancla en este mundo, en el uso común del hombre pero que al mismo tiempo prepara el mundo venidero.

De esta misma forma la celebración del nuevo año, cabeza del año, se completa solamente con la vuelta a lo que hicimos, Iom Kipur, repaso de lo transcurrido y oración por lo que vendrá. Ayuno para el cuerpo y el alma, para conectarlos, tratando de hacer uno de nosotros, y nosotros de el Uno. Estamos de pie ante Dios y declara así el hombre declara su autonomía: “El hombre lleva a cabo su propia santificación en estar de pie ante Dios”, así relata Hermann Cohen uno de los valores esenciales del Día del Perdón en su Religión de la razón. Además, en uno de sus escritos judíos más importantes, Die Versöhnungsidee (La idea de la reconciliación) explica en en este día lo que existe también es la autonomía del hombre frente a la expiación de sus actos. La posibilidad de restaurar el carácter moral del individuo, que se encuentra en las raíces mismas del judaísmo. Para Cohen la doctrina bíblica judía de la expiación es recuperada como una de las fuentes de la idea Occidental moderna de autonomía. La asociación entre Dios y lo moral señala que allí el desarrollo de la religión no puede estar separado del desarrollo de la política y la ética, y por ello se culmina en un nuevo concepto de moral del ser humano implícito en un nuevo concepto de expiación en el que la integración de moralidad y adoración religiosa es la esencia del monoteísmo profético. El hombre es un agente moral, y su responsabilidad está puesta en sí mismo y en el pueblo; en el pueblo y en los pueblos: el Día del Perdón es también el símbolo de la redención de la humanidad.

II.

Iom Kipur es uno de los fundamentos del judaísmo: el día de la reconciliación o expiación, es el día de los días, shabat shabatón, sábado de sábados. El día del regreso, del retorno al camino de Dios –t’shuva: “día en el que deberán ayunar. Ésta es una ley eterna. (…) Ésta será para ustedes una ley para todos los tiempos: proveer expiación a los hijos de Israel una vez al año por todas sus faltas. (Vaikrá 16: 31 y 34).” El día del perdón, como dice en la Torá, “es un día sagrado que deberá afligir sus almas. Deberán ofrecer una ofrenda de fuego a Dios. En ese día no hagan ningún tipo de trabajo en absoluto. Es el día del perdón en el que ustedes obtienen la expiación ante Dios, Señor de ustedes. El que no ayune en ese día será cortado de su pueblo. Quien haga cualquier trabajo en este día especial, Yo destruiré a esa persona de entre su pueblo. No hagan ningún trabajo. Es decreto perpetuo para todas las generaciones en todo lugar donde habiten. Shabat shabaton será para ustedes, día en que deben ayunar.” (Vaikrá 23: 26-32).

Los hijos de Israel hicieron de este día la piedra angular del sistema de sacrificios en la creencia de que las grandes desgracias nacionales del pasado se debían a los pecados del pueblo. Se esforzaron, entonces, por alcanzar el período mesiánico de la redención mediante la estricta y minuciosa vigilancia contra todo tipo de pecado. Y ya con los rabinos el día del perdón sobrevivió al cese del culto sacrifical a través del arrepentimiento o el retorno. Esta es la condición indispensable para todos los diversos medios de expiación.

El fundamento para Maimónides de este día es el ayuno y el arrepentimiento (Guía de Perplejos). Y así como Moisés, “Príncipe de los Profetas”, trajo las segundas Tablas al pueblo de Israel anunciando el perdón de sus pecados, nosotros debemos seguir rememorando, consagrándonos a la oración cada año, para volver a ser inscriptos. Para que el sonido del shofar nos recuerde que de un pasado que hoy está aquí hacemos el futuro que nos aguarda. El pueblo de Israel tenía que “ofrendar ofrenda” a Dios, ofrenda de fuego. En ese pasado de la historia que es nuestra historia. En ese pasado en el que aún encontramos sacrificio y ayuno, Dios y uno, mundo y mundo por venir.  

III.

La rememoración es el núcleo del espíritu judío de la historia. Rememorando el pasado conectamos con el futuro y allí, entre ambas dimensiones, el presente es el escenario para la experiencia divina. El tiempo judío está determinado por el pasado que se vuelve presente, por lo que no puede existir para el judío un presente que no sea consecuencia del pasado de su pueblo. No sólo de su experiencia pasada que determina su autonomía en estos días de retorno, sino de la experiencia pasada de su pueblo y de ser parte de éste. El presente es un presente atravesado. El tiempo bíblico, lenguaje sagrado, es un futuro trasformado en pasado. Es la reminiscencia de la palabra de Dios, expresión de un tiempo por venir en la espera de la morada de Su Reino.

El hombre judío debe sentir la cercanía de los hijos de Israel y el Tabernáculo, del ayuno de cada año porque cada año hemos ayunado y nos hemos consagrado; de cada retorno a Dios como un recuerdo vivido. No como un antes y un después, sino como un “mientras tanto”, como un “aquí, a mi lado.” Aquello que vivieron los hijos de Israel lo vivimos como propio, nuestro, porque es parte de la existencia: la esclavitud, la libertad, el ayuno. Ahistoricidad del pueblo judío, dada por la consagración del sentido de eternidad de Dios, como la eternidad de la ley y del Iom Kipur. Para que todos los instantes de la historia siempre resulten contemporáneos. El instante hace a lo más propio de su relación con Dios y la recuperación de lo pasado es una necesidad vital y permanente. El sentimiento de extrañeza del pueblo judío.

La oración y la enseñanza “viva” de la ley (Torá) es la oración a través de la cual hacemos presente esa reminiscencia por la palabra perdida, por el futuro por venir, pero al mismo tiempo es la palabra que rememora el pasado para hacerlo trascurrir en el presente y en ese transformarnos –a través de la vivencia de todo el pueblo– se conecta con el tiempo por venir. Es la oración la que une revelación y redención, la que en estos días, como escribe Rosenzweig, hace que el individuo esté “inmediatamente él, en su desnuda individualidad, en su humano pecado, en pie ante Dios. Es sólo este humano pecado el que se nombra en el estremecedor recuento de los pecados que hemos pecado. Recuento que significa más que un recuento. Es una instancia –que ilumina cada escondrijo del pecho– a confesar el pecado –uno y único– del corazón humano –siempre igual a sí mismo–.” Y en estos días se une el pasado y el futuro. El pueblo histórico y el pueblo por venir del hombre que retorna a su ser para tornar a lo que le depara. Existencia.

IV.

Caminar Rosh Hashaná hacia Iom Kipur, renovar la esperanza de seguir habitando este mundo en el que somos seres del lenguaje y estamos arrancados de lo divino. Transitar lo profano, sin la sombra abrasadora en nuestras espaldas de la destrucción. El tiempo no es antítesis de mundo, sino que hace posible su existencia arrasando en su devenir con el pecado, el castigo y la represalia: consumando el proceso del perdón. No basta con el mundo sino que el tiempo es el que lo completa, ya que su significado en el mundo moral no sólo “extingue las huellas de todos los crímenes” del hombre, de la violencia del hombre, de lo profano de ella, sino que también ayuda “a completar el proceso de perdón, aunque nunca de la reconciliación.” Estas palabras de Walter Benjamin nos recuerdan que

la tormenta no es sólo la voz en la que se ahoga el llanto maléfico del terror sino que también es la mano que borra las huellas de sus delitos, incluso si tiene que devastar al mundo en el proceso. Por ello, escribe en un fragmento, como las velocidades huracanadas purificadoras por delante del trueno y el relámpago, la furia de Dios ruge a través de la historia en la tormenta del perdón, con el fin de barrer con todo lo que puede ser consumido para siempre en los relámpagos de ira divina.

El judaísmo es como la ola de un mar en el que la profundidad ha sido completada por la arena de su historia. Profundidad cubierta por el tiempo que la ola lleva y trae, que arrastra y regresa. Arena en constante movimiento, ola que toca la orilla de la tierra y se hunde nuevamente en la lejanía del horizonte.

Caminemos este año nuevamente, desde su cabeza y comienzo, a través del camino del retorno. De lo que hicimos como hombres y como pueblo, porque sin uno no hay el otro, ni viceversa. Porque somos pueblo tanto como judíos y de ello depende renovar cada año el pacto. En su celebración y su arrepentimiento. En su oración y en el sonido del shofar que nos convoca. Caminemos ante Dios, con la oración que exige que nos pongamos de pie. Caminemos para unir el pasado del año que dejamos con el por venir de lo que vendrá.

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